Nuevamente se encontraba en aquel callejón oscuro, esperando, solo esperando.
Pero, ¿Qué esperaba?
Cierto, al tipo que le daba aquella sustancia mágica, que le hacía volar y sentirse tan bien.
En una palabra.
Droga.
Se estiró en su sitio, cruzando los brazos, y moviendo con impaciencia uno de sus pies. Una semana, una semana, que no había consumido aquella sustancia, y ya se sentía horrible.
El sonido de pasos, hizo que el pelinegro levantará su mirada, encontrándose con un pelicafé. Era un tipo que estudiaba en la misma universidad que él.
—Mendoza —pronuncio acercándose al susodicho.
El pelinegro frunció el ceño, confundido. No esperaba ver, a aquel muchacho.
—¿Por qué vino usted, y no su padre? —miro hacia atrás del tipo.
El tipo chasqueó la lengua.
—Él, tuvo algunos problemillas, con la policía.
El lugar quedo en silencio.
—Pero, me dijo que le trajera esto —de su pantalón, saco una pequeña bolsita, con polvo blanco dentro.
Estiró su brazo, entregándole la bolsita al pelinegro.
—Gracias —se enderezó en su lugar, para empezar a caminar.
—Espere un momento —sintio un apretón en su brazo, el pelinegro volteó su cabeza, encontrándose con el pelicafé.
Hizo una mueca de molestia, soltándose del agarre. Odiaba el contacto físico.
—¿Qué quiere? Si es por el dinero, ya le había pagado a su padre hasta la otra semana.
—No es eso —paso una mano por su cabello, despeinando aún más su revuelta cabellera—. Solo quería, hacerle una pregunta.
El pelinegro bufó molesto.
—¿Y cuál es la pregunta? —puso con una de sus manos, la bolsita con aquella sustancia blanca, en el bolsillo delantero de su pantalón.
—¿Usted, conoce a Mario Calderón? —con genuina interés le preguntó.
Mendoza se tensó al escuchar aquel nombre.
-No.
El pelicafé, levantó una ceja.
—¿Esta seguro? Yo estuve investigando algunas cosillas por ahí, y por lo que se, él era su mejor amigo.
Armando dio un suspiro.
—Si, Calderón, era mi mejor amigo, pero desde hace muchos años que ya no lo es —su rostro se puso serio— El ya no es nada de mí, solo es un desconocido.
—Asi que, si era cierto —murmurro para si mismo el de hebras cafés.
—Ya le respondí la estúpida pregunta, ¿Ya me puedo ir? —cruzo los brazos, frunciendo el ceño.
—No, todavía no. A usted lo necesito para que me haga un favorcillo —una sonrisa apareció en su cetrino rostro.
—¿Esque usted me ve con cara de estar haciendo favores? —cuestiono molesto.
—No, pero usted no tiene otra opción, Mendoza —se acerco al pelinegro. Invadiendo su espacio personal.
—¿Acaso me va a golpear? —se burló del pelicafé.
—Claro, si es necesario.
—Pues puede golpearme, porque yo no voy a hacerle ningún favorcillo —espeto con la voz llena de molestia.
—Pero, si usted todavía no sabe cuál es el favor que me tendrá que hacer.
Mendoza río con ironía.
—Si el pedido viene de alguien como usted, es claro que no va a ser algo bueno —una mueca de desagrado se formó en su rostro—. Lo digo por experiencia.
—Pero si lo que le voy a pedir, será algo sencillo. Solo tiene que dejarme hablar.
—¿Y cuál será el favorcillo, que usted quiere que le haga?
—Pues es algo muy, pero muy sencillo —dio una sonrisa torcida, mostrando los dientes—. Solo tiene que romperle el corazón, a Mario Calderón.
Mendoza abrió los ojos con sorpresa. Eso realmente no sé lo había esperado.
—¿Q-Qué? —pregunto con incredulidad.
—Lo que escuchó, tiene que romperle el corazón a Mario Calderón —una de sus manos se posiciono en el hombro izquierdo del pelinegro— nose como lo hará, pero ese ya es su problema.
—No lo haré, puede pegarme si quiere, porque jamás en mi vida me metería con un hombre, y mucho menos, voy fingir amor hacia Mario Calderón —sus palabras salieron llenas de cólera.
—Si no cumple mi pedido, no solo lo golpeare, sino también, jamás le volveremos a vender cocaína, o alguna clase de droga —advirtió con voz seria. Separándose del pelinegro.
Mendoza, bajo la mirada, reflexionando un momento. Luego de unos minutos, volvió a alzar la mirada. Encontrándose con la mirada del muchacho.
—Puedo comprar de otra parte —una sonrisa arrogante, surco el rostro del pelinegro.
—Claro que puede comprar de otra parte, pero.. —pauso un momento sus palabras—. que pensarían todos los conocidos de su padre, y todas las personas cercanas a usted, si se enteraran de que usted es un maldito drogadicto.
Oh, el maldito, supo dar con su punto débil.
Mendoza, hizo puños con sus manos, aprentandolos fuertemente, intentando no golpear al tipo.
¿Qué se creía el, para decirle que hacer?
Era una maldita basura.
Para su mala suerte, no tenía otra opción que cumplir aquel asqueroso favor.
Dio un suspiro, intentando calmar su agitada respiración.
—Esta bien, lo haré —cedió finalmente el pelinegro, pasando su lengua por sus labios resecos.
—Ahora si que nos entendemos, Armando —con una sonrisa paso una de sus manos en el cuello de Mendoza— puede tomarse el tiempo que quiera, para poder cumplir el favor, pero no olvide, que tiene que romperle el corazón. Tiene que hacerlo añicos —las últimas palabras, las murmuró con absoluto odio.
El pelinegro, se soltó del agarre del otro tipo.
—Bueno, si eso es todo, yo ya me tengo que ir, mi padre debe de estar buscándome, o talvez ni sabe que salí —susurro lo último para si mismo. Empezando a caminar fuera del callejón.
—Claro, claro, ya puede irse. Pero no lo olvide, tiene que destrozarlo, tiene que romperlo —grito al pelinegro, viendo como se alejaba— Como el lo hizo conmigo —murmuró lo último, para si mismo.
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Falso sentir || Armario
Fanfiction«Y aunque hayas jugado conmigo, de esa forma tan cobarde, y me hayas hecho añicos el corazón, te seguiré amando como la primera vez.» ➙ Armario: Armando Top! Mario Bottom! ➙ género:Angustia, drama & romance. ➙ au universitario. ➙ mención de drogas.