Prólogo

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—Ya le respondí la estúpida pregunta, ¿Ya me puedo ir? —cruzo los brazos, frunciendo el ceño

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—Ya le respondí la estúpida pregunta, ¿Ya me puedo ir? —cruzo los brazos, frunciendo el ceño.

—No, todavía no. A usted lo necesito para que me haga un favorcillo —una sonrisa apareció en su cetrino rostro.

—¿Esque usted me ve con cara de estar haciendo favores? —cuestiono molesto.

—No, pero usted no tiene otra opción, Mendoza —se acerco al pelinegro. Invadiendo su espacio personal.

—¿Acaso me va a golpear? —se burló del otro hombre.

—Claro, si es necesario.

—Pues puede golpearme, porque yo no voy a hacerle ningún favorcillo —espeto con la voz llena de molestia.

—Pero, si usted todavía no sabe cuál es el favor que me tendrá que hacer.

Mendoza río con ironía.

—Si el pedido viene de alguien como usted, es claro que no va a ser algo bueno —una mueca de desagrado se formó en su rostro—. Lo digo por experiencia.

—Pero si lo que le voy a pedir, será algo sencillo. Solo tiene que dejarme hablar.

—¿Y cuál será el favorcillo, que usted quiere que le haga?

—Le voy a decir que es algo muy, pero muy sencillo —dio una sonrisa torcida, mostrando los dientes—. Solo tiene que romperle el corazón, a Mario Calderón.

 Solo tiene que romperle el corazón, a Mario Calderón

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Falso sentir || ArmarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora