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BARBIE

No quité de vista en ningún momento a Azazel. Sus palabras, demandantes, de alguna forma me estaban prendiendo como nunca lo había hecho. Entraban por mi oído y lo plasmaban en mi cuerpo. Me llamaba a desafiarlo. A demostrarle que no era débil. A demostrarle una pequeña parte de mí, muy escondida, aunque sea en mis sueños.

Pues eso haría. Después de todo, no moriría en el intento, ¿no?

Azazel me miró, sus ojos brillantes estaban tan dorados de deseo. Y, ahora que me daba cuenta, tenía una simple capa blanca con un pantalón negro bien apretado. Y se podía notar cómo se retorcía en su cuerpo. Sobre todo, en tu entrepierna. Que, aunque parezca increíble, se notaba un bulto muy grande. Mucho.

Lentamente, bajo la mirada atenta de Azazel, me arrodillé ante él. Sentí mi piel desnuda tocar el suelo. Estaba con un simple camisón y un short; mi cuerpo sintió un escalofrío a sentir el frío tacto del suelo. Azazel ensanchó su sonrisa.

—Saca la lengua—ordenó—. Saca la lengua como un perro sediento.

En cuatro patas, pude ver de mejor manera el ángulo por la forma en la que estaba sentado. Podía ver más grueso sus pies, sus manos. Su altura. De cierta forma, empecé a tener calor. Mi lengua empezó a hacerlo.

Y lo saqué. Saqué la lengua como un maldito perro sediento. Estaba de cuatro patas. Con el trasero alzado. Mostrándole una gran cantidad de mi busto. Y ahora, sacándole la lengua. Azazel se puso serio por unos segundos, sus ojos se fijaron en mis pechos. Blancos. Grandes.

—¿Qué es lo que caracteriza a ese tipo de animales, eh? Dímelo. Con la lengua afuera—agregó—. Quiero ver cómo la deliciosa saliva que tienes dentro cae por el suelo.

Mi cuerpo estaba agitado. Sentía cómo a pesar de toda esta situación, mi vagina se estaba calentando ante este trato. ¿Si alguien estuviera en mi lugar, también lo estaría? Todo esto se podría ver un poco machista. Pero si lo veía bien, no lo era. No al menos por lo que yo estaba logrando: demostrar que era fuerte. Aparte, en ningún momento, Azazel no dio ningún indicio de fuera obligatorio. Jamás me obligó a elegir. Pero aún así, yo lo hice. Y cuando se hacía algo sin pensar, es porque en el fondo lo deseas. Lo quieres.

Y sin más, ladré. Joder..., ladré como una perra. Mi ladrido pareció más a un gemido que uno de verdad.

Azazel se paró. Con pesadez. Luego empezó a caminar hacia mí, moviendo esos hombros que me estaban pareciendo los más contorneados que había visto. Acercándose a mí, haciendo que solo pueda ver su pierna cuando se posó a mi al frente.

Su mano acarició mi cabello. Lento. Suave. Sus dedos, grande y gruesos, aquellos que cubrían toda mi cabeza, empezaron a acariciarme con delicadeza. Y joder...nada me pareció más excitante que una simple caricia. Sus manos jugaron con mi cabello. Lo desordenaron y lo peinaron.

Un poco de saliva cayó al piso.

—Mírate—dijo Azazel—, la deliciosa saliva que cayó por tu boca ahora esta en el piso donde gatearás hacia mí. Tus rodillas se van a mojar de tu saliva. Y tus manos también. Pero así, gatearás hacia mí como una perra y me chuparas las rodillas—jaló mi cabello con fuerza haciendo que alzara mi cabello. Y todo, con la lengua fuera—. Y con esa lengua bien bonita que tienes, podría pedirte que lamieras el suelo de tu propia saliva y me digas a qué sabe.

¿Por qué estaba haciéndole caso? ¿Por qué seguía con mi lengua fuera? Y lo peor de todo, ¿por qué me estaba prendiendo como nunca todo esto?

Azazel se arrodilló. Se acercó ante mí hasta que nuestros rostros se tocaran entre sí y hasta que mi lengua sintiera el tacto delicado de sus labios. Él me dio una sonrisa ladina. Y acto seguido..., acto seguido agarró mi lengua entre sus dientes. Lo tuvo entre ellas, pero no la mordió.

En mi sueños (AVANCE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora