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AZAZEL

Otra carga de electricidad pasó por todo mi cuerpo. Despertándome del maldito sueño que había tenido. Trayéndome a la maldita realidad en la que estaba. Haciéndome ver que todo lo que había soñado no era más que un pensamiento estúpido para mí.

La Barbie que yo había soñado no era la real. No era así.

No se sometió ante mí. No se dejo dominar ante mí. No era débil. No tenía problemas. No, joder. No era así.

Agua fría con cubos de hielo totalmente ásperos y duros cayeron por todo mi cuerpo. No pude evitar soltar un gemido de dolor. 

Paren...

paren...

de una puta vez.

—Nadie ha dicho que te duermas, maldito animal—dijo un maldito científico. Sin poder aguantarme más, corrí hasta las rejas y empecé a empujarlas desesperado. Él solo soltó una sonrisa cruel—. Los experimentos como tú no duermen. Solo son utilizados.

Y soltó una carcajada.

Una cruel carcajada.

Apreté los dientes con furia. Volví a jalar, pero las rejas no accedían ante mí. Me habían puesto unas sustancias. Me habían torturado. Pegado. Humillado. Me habían herido partes de mi cuerpo. Joder..., hasta había perdido la noción del tiempo en el que estaba aquí.

Los odiaba a todos ellos.

Con todo mi ser.

Los quería muertos.

—Por más que lo intentes, no vas a poder romperlos—dijo nuevamente—. Han sido forjados con el mejor metal que hay en la tierra—mis ojos lo miraron con furia. Vi cómo caminó hacia una mesa llena de artefactos tecnológicos. Y ahí me di cuenta que, no era el único científico, también había más.

Todos para verme cómo sufría. Cómo sangraba. Cómo gritaba. Cómo pedía mentalmente que me dejaran morir por una maldita vez.

Y como si fuera lo que estaba esperando, en lo más profundo de mi ser, pero me negaba a reconocer, todos los científicos se pusieron en una línea. Alarmados. Asustados. La mismísima némesis de mis pesadillas, pero el ángel de la lujuria en mis sueños, había venido. Había vuelto.

Ella. La culpable de que me capturaran. La que no hacía nada para que evitaran de torturarme.

Los quería ver a todos muertos, sí. Pero más la quería ver muerta a ella. Hacer débil en mis brazos. Dominarlas. Hacerla sufrir porque yo sufría.

La deseaba muerta para terminar con el puto deseo que tenía adentro.

Imaginar que ella era una mujer débil, que se burlaban de ella, que tenía debilidad no había servido de nada. Minimizarla, tampoco. Ni siquiera en mis pesadillas lúcidas podía ser un maldito con ella. No podía.

Y no encontrar la razón, me hacía odiarla como nunca. A un punto de que me obsesioné, a un punto de solo poder salir de esta maldita prisión, secuestrarla y hacerla sufrir para por último matarla.

—Doctora Barbie—saludaron todos.

—Buenas tardes—respondió ella. Con una voz tan sensual, tan cantarina... que me repudiaba al oírla.

De pronto, como si mis pensamientos la hubieran llamado, ella me miró. Su mirada se fijó en mí. Y me bastó con ver aquellos ojos marrones para saber que la odiaba cada segundo más.

En mi sueños (AVANCE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora