Capítulo 3-Entrada por salida

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El tiempo es un aliado con dobles intenciones, una especie de amigo que te cura dependiendo de lo mucho o lo poco que ese algo te duela.

El tiempo es el único aliado perceptible que tenemos cuando sentimos que hemos sido derrotados; solo el que sabe esperar en consecuencia del tiempo es capaz de vivir a plenitud.

Solo el que espera el tiempo que el desino nos tiene preparados, es capaz de gozar el día a día.

Sin embargo, ¿cómo se vive a plenitud, teniendo en cuenta de que estas bajo llave y sin ninguna posibilidad?

Las manecillas del reloj acompañaban mi nuevo y extraño delirio. No sabía con exactitud si habían pasado pocos meses o si en cambio mi condena había sido extendida; los minutos corrían como pólvora, me arrastraban cual muñeco de trapo inservible, dándome golpes cada que podía sin permitirme curar mis heridas. En mi tiempo dentro de la cárcel había aprendido a estar en una especie de trance, y no me refiero a las drogas sino más bien, a ese efecto de meditación en el que cada segundo me parecía importante para mi supervivencia dentro de ese penal. Solía despertarme siempre sudando por todas las pesadillas; el pecho trancado por las ganas de expulsar lo que de verdad sentía, luego como si nada hubiese pasado, me iba directo a la ducha a tratar de pasar desapercibido el resto del día. Mientras nadie se acercara a mi todo iba en orden y muchos lo habían entendido.

No buscaba pasar mi tiempo entre peleas y más problemas, lo que quería hacer era mucho más profundo pero imposible por el momento.

Ese era el día trescientos cuatro del año; afuera estaba nublado como siempre y todos se paseaban por el pabellón central como a la espera de algo más, como a la espera de salir o de huir. Cualquiera de las dos siempre era bien recibida. Decidí caminar hasta la biblioteca, siendo vigilado por miles de guardias; todos sabían que el hijo de un estafador estaba ahí desde hace meses;  a pesar del tiempo seguían desconfiando, creyendo con verdadera fe que yo conocía del paradero actual del desgraciado tipo. La verdad es que no sabía un corno de donde estaría y no quería enterarme.

Caminé en completo silencio, con mis manos dentro de los bolsillos del pantalón desgastado sin pensar en nada en especial, solo caminando por los pasillos sucios como si fuera por la calle; esa había sido mi única forma de avanzar. No pensar; era como desactivar un chip en mi cerebro que me mantenía antes muy alerta y asustado y ahora solo lo había cortado de raíz, hasta cierto punto.

—¡Eh, chico! –exclamó Thomas, una vez ingresé al lugar de lectura para los reclusos. –Pensé que no vendrías hoy –me dijo en tono de reproche.

—No creo que hayamos quedado en que vendría todos los días –le recordé, tomando asiento en uno de los primeros sillones cercanos a la puerta doble.

El hombre de no más de cincuenta años, me observó burlón con un palito de madera siempre merodeando en la comisura de sus labios. Thomas o “La rata vieja de biblioteca” como muchos le llamaban, era uno de los reclusos más respetados dentro del penal; no por ser mayor ni por dárselas de manda más y menos por haber cometido algún delio fuera de lo común, si no por su sabiduría y poder de convicción entre todos. Nadie sabía a ciencia cierta que lo había llevado a estar tras las rejas y él no se hacía cargo de desmentir todo los rumores que corrían por todo el pabellón, solo se dedicaba a estar ahí en la biblioteca, disponible para aquel que de verdad quisiera desconectarse, así fuese leyendo o solo estando ahí sentado en los enormes mesones de madera.

No concordaba mucho con su estilo de vida, pues yo quería salir y él quería quedarse pero aun así su sola presencia me había ayudado a mantener mi mente en otro asunto.

—Hoy amanecimos de malas, me parece.

—Me parece que estas echando mierda en donde no la hay.

—Sí, definitivamente estamos de malas –prosiguió en su intento nulo de hacerme enojar más. –deberías gastar esas energías en un buen libro.

—Muchas gracias, pero paso –dije con un tono de voz lleno de coraje.

Conocía a la perfección esta clase de días y trataba de evitarlos por completo. Era de esos días en los que quería irme lejos en donde nada malo sucediera. La mayoría de mis pesadillas se trataban de eso; de salir corriendo sin rumbo y justo cuando consigo la salida, puff…todo se esfuma como por arte de magia y estoy de nuevo en el inicio de esa carrera de huida.

—Tengo que hacer algo para salir de aquí, carajo. –maldije en voz alta, siendo consciente de que las cámaras y los guardias de seguridad monitoreaban todo lo que decíamos.

—Chico, ¿qué diablos estás diciendo?

—Que quiero largarme, no aguanto otro día más encerrado, mientras esa basura anda por ahí haciendo de las suyas, yo estoy aquí pagando los platos rotos.

La rata vieja de Thomas me observó en verdad preocupado por mis palabras; muchas veces me había sentado a expresarle este tipo de cuestionamientos justo a él y en todas las veces simplemente me resignaba sin más pero ahora con su mirada todo apuntaba a un solo acierto.

Esta vez no estaba resignándome así sin más, esta vez hablaba demasiado en serio.

—Bueno, creo que un libro no te ayudará en este momento –dijo, acercándome hasta mi puesto, con una cara de pocos amigos.

—Ya se lo que me vas a decir y no necesito el sermón de un viejo que lleva siglos aquí.

—Mira mocoso, no me interesa lo que necesites o no, estas en la biblioteca del viejo rata que lleva más de un siglo aquí adentro. –me gruñó, señalando nuestro alrededor. –Sinceramente puedo darte una patada en el culo y listo pero ya me tienes hasta los huevos, me vas a escuchar te guste o no.

Tragué saliva, un poco desubicado por este nuevo acercamiento de mi compañero de celda. No lo consideraba precisamente un amigo  pero tampoco había tenido uno en particular más que mi hermano, así que no entendía muy bien con lo que me saldría.

—Charlie, yo entiendo lo que sientes,  no te lo digo para que te sientas identificado si no para que entiendas bien lo que quieres y lo que dices. –empezó su dialogo. –Yo también quería salir huyendo y lo hice, salí de la peor manera y me capturaron de nuevo; la segunda vez que me agarraron me quitaron el único privilegio que tenía: ver a mi familia; ellos eran mi única oportunidad para querer salir, para cumplir mi condena callado y sin rechistar, tal vez no tenga nada que ver contigo pero es necesario que entiendas de verdad. No se trata nada más de salir, se trata de hacer las cosas bien. –hizo una pausa para saber si lo estaba escuchando, y en efecto, mis ojos estaban puestos en los suyos. –Muchos de lo que estamos aquí, ingresamos injustamente, así como tú  y es por eso que ansiamos tanto salir.

—Entonces, ¿qué? –escupí la pregunta, como si él pudiese resolver todos mis problemas.

—si consideras que de verdad debes salir, hazlo bien, no huyas.

—No tengo nada que perder si lo hago. Mi familia está muy lejos y… -dudé a lo último, pensando en Alice. –y ya. –cambié mis palabras, devolviendo esos vagos recuerdos al cajón donde los había cerrado con llave.

—si tienes algo que perder. Tu libertad,  y eso es suficiente para querer salir por la puerta de en frente y no por la de atrás. –finalizó, saliendo de la biblioteca, dejándome ahí con mis pensamientos y remordimientos.

Respiré profundo, dándome cuenta de que en todo el sermón había estado conteniendo el aire en mis pulmones. No quería darle la razón pero la tenía y eso me hacía enojar más de lo normal. Sacudí la cabeza, intentando concentrar mi atención en otra cosa el resto del día pero se me complicaba, me quedaba tan solo el tiempo y con el tiempo, llegó la noche para atormentarme de nuevo en mis sueños. Pasaban más de las nueve; todas las celdas estaban completamente cerradas y sin acceso de salida, cuando en eso uno de los policías de guardia nocturna se acercó a mi calabozo.

—Duncan, tienes una visita –soltó así como si nada, empezando a abrir las puertas.

Mis compañeros en otras celdas, empezaron a abuchearme y a gritar obscenidades. Si ellos no entendían que sucedía, yo menos.

Por alguna razón, Thomas, desde su colchón, me observó con esa misma sonrisa sabionda que solo él era capaz de expresar.

—recuerda mocoso, siempre por la puerta de en frente –me dijo como a sabiendas de que esto era la última vez que cruzaríamos miradas.

Arrugué la frente aun sin decir nada y menos sin comprender nada pero seguí al guardia, que me conducía lejos de ahí. Lo único que se escuchaba en nuestra caminata era el crujir de nuestros pasos combinado con el choque de las esposas en mis manos, a lo sumo uno que otro susurro de otros reclusos ahí, luego el abrir y cerrar de todas las puertas del pabellón que el guardia tenía que abrir para llegar a donde se supone estaba mi visita inesperada.

La última vez que recibí una visita fue de parte de Alice y eso fue en el juzgado central de la ciudad, hace un año atrás, lo que no me daba ni una sola pista de quien en su sano juicio vendría a verme a esta hora de la noche, cuando ni siquiera estaba permitido visitas. Pasamos cuatro pasillos más y de repente sin aviso alguno, estaba en una habitación completamente iluminada, con dos tipos que no conocía de ningún lugar, esperándome a tres metros de mi entrada con cara de haber ganado la lotería sin antes haber comprado un número.

—Bienvenido Charlie –se dirigió uno de ellos a mí, llamándome por mi nombre, como si fuéramos compadres de toda la vida. -Pasa, te puedes sentar ahí –me invitaron a tomar asiento viendo mi desconcierto total.

Hice caso, sin saber en qué cuernos estaba metido. Mantuve mis ojos y oídos abiertos a cualquier señal de advertencia, sintiendo que de nuevo estaba en una carrera de tira y afloja contra el destino.

Había cámaras por doquier, una pila de archivos justo al lado de los dos misteriosos tipos. El color verde oliva de las paredes le daba un aspecto tétrico al espacio a pesar de los focos que iluminaban el área. Me fijé en la apariencia de ambos, muy prolija a diferencia de la mía. Uno de ellos, él que me llamó por mi nombre era calvo completamente al ras, con ojos cálidos pero enfocados en el objetivo; sus hombros rectos pero relajados como si el momento y el espacio estuviese adaptado a su estilo  y a su trabajo, de seguro. El segundo de ellos se veía un poco más calculador, no emitía ni un solo sonido y me observaba como carnada para perros, con sus pupilas azules en completa frialdad.

Esto parecía más una encerrona que mi salida triunfal.

—¿Ustedes son mi visita? –pregunté de una, sin esperar a que me dieran el permiso a palabra.

Era más seguro anticipar la jugada.

—No nos hemos presentado. Mi nombre es Joel Hobs y mi colega aquí presente se llama…

—Edgar Torres –interrumpió el supuesto colega, con un acento muy marcado, estaba decidiéndome si latino o italiano pero no lograba diferenciar.

Sus nombres claramente no me sonaban de nada pero a ellos el mío aparentemente sí.

—Exacto –confirmó el tal Hobs, con una sonrisa de oreja a oreja.

Ambos me daban un repelús que tenía meses sin sentir; tenía que averiguar que querían de mí.

—No los conozco –fui sincero.

—Somos agentes del FBI, claro que no nos conoces –gruñó Edgar, dándome a entender que yo no era de su agrado. –Creo que esto es un error Hobs, es solo un mocoso de papi que no sabe ni mierdas. –expresó el mismo tipo, pero sus palabras eran tan mordaces que no supe entender a qué se refería.

—Vamos, ¿te puedes calmar? –Instó el agente Hobs, que era un poco más amigable en el proceso. –sabes que esta es nuestra última chance de obtener lo que quiero. No hay de otra.

—¡Por Dios santo! –resopló el gruñón, cruzándose de brazos, en su asiento.

Nada de lo que decían significaba algo para mí pero aun así me quedé ahí, a la espera. Si eran agentes del FBI, solo había una idea principal en aquella visita inesperada.

Patrick “estafador” Duncan.

—A ver Charlie, disculpa el indecoro de mi colega pero de hecho si, venimos del FBI; hemos visto tu expediente desde hace un tiempo y consideramos que era hora de que esta reunión se confirmara de una vez por todas.

—Se lo que quieren y no tengo información para darles.

—No queremos ninguna puta información de tu parte. Pelmazo –siguió insultando, Edgar.

—Es verdad, no queremos información, al menos no todavía. Has sido escogido para otra tarea –develó Hobs, abriendo una de las carpetas en la pila de archivos a su derecha. –Sabemos todo sobre ti, venimos investigando desde hace varios meses antes de tu captura oficial. La idea es que no te agarraran para que nos llevaras hasta ya sabes quién pero te entregaste y jodiste toda una intervención policial encubierta.

—De acuerdo, ahora tienen toda mi atención.

Los dos colegas se miraron entre sí, meditando la verdadera posibilidad de si les servía o no. Si ellos realmente querían usarme de carnada yo me dejaría. Pensé en las palabras de Thomas y me quedé con las únicas palabras importantes: Salir por la puerta de en frente; y que mejor forma que con los mismos policías.

Algo muy en el fondo me decía que no lo hiciera, que había mucho riesgo de por medio pero sinceramente a tal altura del juego no creía en nada ni en nadie; no tenía planeado pasar mi vida como la rata de Thomas o inclusive como mi propio padre, no si tenía la oportunidad de reiniciar este rollo en el que me había metido por amor a una mujer que simplemente me traicionó.

—Perfecto –asintió Hobs, convencido de lo que estaba por suceder. –manos a la obra.

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Buenas tardes maferianos, aquí en capítulo 3, creando espectativa antes para comprender lo que sucede en la cabecita de Charlie. Adjunto les dejé una foto de como se vería todo sarrapatroso el vaquero 🤩👌 disfruten  espero sus votos y comentarios.

infiltrado en el AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora