Capítulo 4 "Cicatrices de guerra"

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 En una guerra no habrá un bando bueno o malo, tampoco quienes terminen sin manchar sus manos. No hay buenos ni malos, solo especies tratando de mantener su supervivencia.  

Nauge desde el momento que vio a su padre preparándose para partir, cuando a pesar de los 'no' de su padre decidió ir a la guerra supo eso. Pero que alguien sepa algo nunca será lo mismo que experimentarlo, tener las manos manchadas deja huellas que jamás podrían borrarse con agua ¿El tiempo los borrará? Tal vez, pero hasta ahora Nauge rezaba en silencio que las cargas de una vida manchada por la guerra pudieran atenuarse. 

Podía notar las manchas dejadas en su familia, como Lunette siempre mantenía la guardia con los mágicos que se acercaban a ellos en áreas abiertas, o su esposa que siempre guardaba un arma en su pecho, incluso su padre, esa vieja ave revisaba cada ruta de escape en cada lugar que llegaba. Él mismo no podía evitar temblar cada vez que escuchaba el tronar de los relámpagos, trayendo los horribles recuerdos de esa fatídica noche.  

Los pequeños episodios de ansiedad y pánico fueron algunos de los indeseados regalos que una vida en guerra les dio, obligándoles a nunca olvidar lo rotos que están. 

Cuando Lunette y Léger no aparecieron, Nauge, a pesar de su apariencia tranquila, se preocupó, sus visiones en los últimos días eran tan inconexas que le era imposible dar con el mensaje. Estanterías y luces eran lo único que veía al dormir. El espejo parecía atascado, como una vieja película humana, repitiendo la cinta una y otra y otra vez. 

Su mejor opción era pedir ayuda a su padre, tal vez él podría descifrar el mensaje, volviendo con Lunette y Léger, ambos habían estado fuera del trabajo debido al embarazo de Léger, pero últimamente no se habían comunicado con nadie de la familia. 

Cuando los Brin-Amande aparecieron en la puerta Nauge no podía evitar notar el aura de hipervigilancia y rigidez que ambos hombres cargaban, parecían con una avalancha de dudas y con un solo toque correcto parecía que romperán a hablar. Nauge por el bien de los más pequeños no comentó nada, pero las miradas de los adultos hablaban de una charla adecuada cuando los niños fueran a dormir.

La cena pasó sin mayores inconvenientes con charlas amenas, muy pronto llegó el momento de cantar todos reunidos en el patio. Todos pasaron un rato pacífico y agradable, pero eso terminó al momento que Cover y Hotte mandaron a los niños a dormir. 

El frío nocturno fue cubierto por una espesa aura de seriedad y antes de entrar cada adulto recogió todas las mantas y basura dejada al azar. Al terminar de limpiar regresaron a la amplia sala y tomaron asiento en cómodos sillones esponjosos, Nauge se dirigió a la cocina para preparar bebidas mientras los otros se quedaron sentados.

 — ¿Por qué no llamaron estos días? – curiosa, Cover preguntó a los hombres frente a ella.

Un angustioso suspiro salió de los delgados labios del hombre pelinegro.

 — Han pasado tantas cosas que en realidad parecen años – Lunette dio una expresión seria que se calma al percibir el leve temblor proveniente de la larga y callosa mano de su esposo quien se encontraba acariciando su ancho brazo siendo cual refrescante viento haciendo reverencia a la hermosa flor silvestre.  

— La mejor ruta sería comenzar por la carta— Léger murmuró a lo bajo y dentro de su chaqueta sacó un sobre mediano color crema, le entregó la carta a su hermana mayor quien lentamente abrió la carta y junto con los otros comenzaron a leer.

Mientras Cover, Hotte y Écaille leían Nauge regresó de la cocina con una bandeja y sobre ella tazas de porcelana pintadas con paisajes y una tetera con café en su interior. Lenta y elegantemente sirvió cada taza a los demás y con una sonrisa cuidadosamente le entregó el té especial a Léger quien igualmente le sonrió.

La última gran carta de triunfo (Pausada por motivos editoriales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora