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27. Los parques y la mala suerte.

Shane fingía dolores de vez en cuando, para no arruinar la farsa, mientras Dylan fingía creerle.

— ¿Estás bien allá atrás?— preguntó Alexandra en dirección a Alaska.

Fingí no escucharlas mientras repasaba la imagen de la chica en mi mente, jamás la había visto.

Era alta, tenía el cabello corto a la altura de su barbilla y de un pelirrojo natural, además de unos ojos color azul claro, como el cielo.

—Sí, ¿estamos muy lejos de la fiesta?

—Un poco— respondió Alexandra, dándole una pequeña mirada.

Para mi mala suerte, además de tener que escuchar la interacción entre las dos chicas, estaba teniendo problemas para ver bien las calles. Ya que estaba oscureciendo y yo estaba quedándome ciega.

—Alex— escuché que dijo Shane. Rodé los ojos al notar el apodo que tanto me disgustaba—, ¿podrías buscar en la guantera los lentes de Marian?

Apreté el volante con enojo al escuchar la voz burlona del pelinegro. Dios, era un grandísimo dolor de cabeza.

— ¿Usas lentes?— preguntó ella, haciendo caso a la orden de Shane y comenzando a buscar.

Asentí con la cabeza. Claro que los usaba, después de que Andrew estropeó mi trabajo, tengo que pasar horas enteras sentada frente a la computadora para poder escribir algo digno de la universidad de mis sueños.

Alexandra extendió los lentes hacia mí, pero al instante retrocedió.

—Mejor no sueltes el volante— dijo. Lo siguiente que hizo, fue acercarse con cuidado a mí, y colocarme los lentes.

Sus dedos rozaron un poco mi piel, y sentí el calor apoderarse de mis mejillas. Así como noté, la mirada maligna de Shane.

El chico tenía graves delirios de cupido.

Un silencio incómodo comenzó a llenar el automóvil, y a excepción de los susurros juguetones de los chicos, nadie más decía nada. Así que opté por encender la radio.

—Trata de poner una canción que no te haga llorar a los dos segundos de empezar— dijo Shane.

Pronuncié un «vete a la mierda» observándolo por el retrovisor y continúe buscando algo en la radio.

—Déjame poner algo— dijo Alexandra quitando mi mano del tablero—, algo decente.

Negué con la cabeza dándome cuenta que estábamos lejos de llegar. El teatro quedaba lejos de la casa de Rose, teniendo en cuenta que vivía en una de las zonas más adineradas de la ciudad, justo en el lado este del pueblo.

Y el teatro estaba al otro maldito extremo.

— ¿Estás seguro de que quieres ir a la fiesta?— pregunté a Shane, sin dejar de pelear con Alexandra por ver quién ponía algo de música.

—Que sí, maneja.

La chica aprovechó para poner la canción que quería cuando me distraje un segundo para pelear con Shane.

—Maneja tú, porque por lo visto ya te sientes mejor.

Mon Laferte comenzó a sonar por todo el automóvil y detuve la pelea para iniciar otra.

— ¿En verdad?— pregunté en dirección a Alexandra.

— ¿Qué?— dijo ella, dándome una pequeña mirada.

— ¿Desde cuándo te gusta Mon Laferte?— me enfoqué en la carretera.

—Es mi cantante favorita, de tanto tiempo que pasamos juntas quizá le comenzó a gustar. — Opinó Alaska aun cuando nadie le pidió que hablara.

Nos vemos en las canciones ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora