PRÓLOGO: Expedición

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Me gustaba viajar, pero únicamente a lugares particulares.

Como por ejemplo, cuando era pequeño me gustaba visitar a mis abuelos, por más que fueran alrededor de siete horas en carro; estoy seguro que si me ofrecen volver a ir con ellos por más que fuera sólo para visitar sus cenizas, aceptaría.

También me gustaba viajar a los lugares más arbolados que existieran en Londres, muchas veces obligué a mi mamá a llevarme más allá de las mismas pequeñas e insignificantes áreas verdes de nuestra redonda.

A ella le gustaba la biología como a mí, entonces no tenía tantos problemas. Ella estaba consciente que ese amor por los organismos vivos lo heredé de ella, entonces hasta cierto punto se sentía obligada de llevarme a todos lados.

Mi mamá fue mi codelincuente en ese sentido, hasta que cumplí diez años, porque el cáncer de estómago se la llevó antes de que pudiera verme hacer algo mejor con mi vida.

Desde ese momento dejó de gustarme viajar, me costó siquiera empezar a moverme de mi cuarto al baño, o de mi cuarto a la cocina, pero con el tiempo recuperé mi ritmo.

Después de eso, mi gusto por viajar volvió a mantenerse casi intacto, pero dejé de recurrir a ello, pues ya no tenía a una mamá que me llevara y me trajera a cualquier lado.

¿Algo que nunca se fue? Mi amor por la ciencia. De alguna manera la biología me hacía sentir cerca de mi mamá y me conformaba mirando las plantas e insectos de mi tonto jardín o de las áreas verdes de la universidad, o de lo que fuera.

Mi papá me quería, claro, pero no lo suficiente como para viajar horas en un carro sólo para mirar plantas y animales extraños.

Yo estudiaba biología, me gustaba la universidad porque ahí conocí a personas igual o más extrañas que yo, personas con las que compartía la misma pasión por los seres vivos.

Un claro ejemplo era mi mejor amigo David Rowntree (Dave de cariño). Era un chico pelirrojo y casi tan blanco como yo, tenía una cara muy larga y me pareció gracioso la primera vez que lo vi; su mirada era muy expresiva, cualquier cosa que sintiera se le notaba en sus ojos azules.

Era más grande que yo por un par de años, pero la edad nunca fue un bache entre nosotros, teníamos varias clases juntos por lo que nos hicimos más cercanos con el paso del tiempo.

Yo no sabía qué era lo que hacía un chico de Colchester estudiando Biología en Londres, estoy seguro de que me lo dijo muchas veces:

—Mis papás están divorciados —me confesó en secreto—. Mi papá vive en Essex y mi madre de resentida me trajo a Londres con ella, por eso estoy aquí.

Él aseguraba que no le importaba el divorcio, por más que estuviera pésimamente visto por cualquiera de nuestra edad. A mí tampoco me molestaba; mientras que mi papá parecía ser el único molesto con la idea de que la mamá de Dave fuera mujer soltera.

—Quién sabe con cuántos hombres podría haberse metido —comentó cuando se enteró. Yo sólo asentí en silencio, pero realmente no pensaba igual.

A mí honestamente no me interesaba lo que fueran los papás de mi amigo, porque a él también le daba igual, la señora Rowntree era amigable. No deberíamos "temer y juzgar" a la mamá, sino al señor Rowntree, estaba confirmado por mi propio amigo que él estaba con otra mujer y tuvo otras tres hijas, haciendo de estas sus medias hermanas.

De todas maneras no iba a juzgar al señor por aquello; ni siquiera lo conocía.

Pero eso iba a cambiar: después de tanto tiempo sin viajar a cualquier lado y con cualquier propósito, lo volvería a hacer.

Estaba emocionado ya que después de más de diez años, saldría de Londres y lo haría con mi amigo Dave. No viajaríamos por diversión, o vacacional: teníamos que empezar un proyecto para nuestra tesis, entonces viajaríamos para estudiar plantas.

Sé que dije que no era un viaje por diversión, pero para mí lo era. Estaba emocionado, quizá no era un viaje con mamá, pero al menos podría salir de la monotonía que invadía a mi querida Londres.

Dave juraba que su papá y sus medias hermanas (aún ubicadas en Essex) vivían en una casa en medio de un puto bosque (o al menos lo más parecido a).

—De verdad, Gra —mi pelirrojo amigo me miró a los ojos, tratando de atrapar toda mi atención—. Puedes pasar las vacaciones conmigo y así adelantamos el trabajo. Hay demasiadas cosas que mirar, te va a encantar, te vas a volver loco —insistió.

Yo torcí la boca.

—Sigo sin entender por qué tu papá vive en medio de la nada...

Él rodó los ojos.

—No vive en medio de la nada... Es una pequeña villa en el bosque y hay más casas... Entre... Mucha vegetación. Pero, sí hay otras personas, de verdad —me reí ante su explicación—: Muchas plantas, pocas personas, ¿Qué más quieres, Graham? —casi me rogó.

No podía negar que era una buena oportunidad para mejorar el trabajo y nuestros conocimientos, sobre todo para curiosear por ahí; hace tanto que no veía algo más allá de olmos o robles.

Entonces fue cuando acepté su invitación, por más que involucrara quedarme en la casa del señor Rowntree por más de seis semanas.

No quería causar tantas molestias, pero mi amigo insistió en que no habría problema; que hace bastante no visitaba a su papá y que estaría feliz de vernos; que él era muy alivianado; que la casa era muy grande y que había espacio para todos.

De una manera u otra me convenció. Sin mencionar que no quería pasar mis vacaciones encerrado en mi casa, pretendiendo que ese extraño ambiente entre mi papá y yo no existía desde la muerte de mi madre.

Entonces acepté, mi papá tampoco se interpuso.

Así fue como armé mis maletas y viajé con mi pelirrojo amigo en un autobús hasta Essex, con destino a la extraña y rústica casa de su papá.

Apple Pie. [Gramon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora