Capítulo 11

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A veces una chica simplemente tiene que tragarse el orgullo.

Salí de la enfermería con los ojos entrecerrados y muerta de cansancio de haber estado haciendo guardia. Esta vez, en lugar de girar hacia la derecha y entrar en el pasillo hacia los dormitorios femeninos, lo hice hacia la izquierda, rumbo a los masculinos, para presentarme en el dormitorio de Jean. Por mucho que me pesara, no podía soportar ni un segundo más enfadada con él.

No sé si era lo mejor, pero lo iba a hacer. Solo quiero hablar con él antes de que se vaya a entrenar, darnos un largo abrazo que termine con nuestro uniforme desperdigado por el suelo, irme después a mi dormitorio, quedarme dormida y despertarme a la hora de cenar. Nada de pensar en incursiones hacia territorio hostil plagado de titanes, y, sobre todo, nada de pensar en capitanes.

Absolutamente nada de pensar en capitanes.

Justo cuando llegué a la puerta de su habitación y me disponía a girar el pomo oí como dentro se escuchaban varias voces, entre ellas una femenina. Me detuve, confusa y dispuesta a seguir escuchando desde fuera, pero en ese preciso instante, Jean abrió la puerta.

Su inusual cara de pocos amigos y su pelo revuelto de apenas haber salido de la cama hace un rato me recibieron de forma hostil. Levantó las cejas a modo de pregunta para que le explicara qué era lo que estaba haciendo tan temprano en la puerta de su habitación. Imagino que no esperaba mi visita.

-¿Podemos hablar? -Pregunté directamente.

-No es un buen momento. -Me respondió.

Fruncí el ceño.

-¿Estás con alguien?

Miró nervioso hacia abajo mientras se agarraba al marco de la puerta.

-Es Connie.

Me tuve que echar a reír por la forma en la que le había pillado una mentira tan absurda al vuelo.

-Cariño, hace rato que Connie hubiera salido a saludar al segundo de haber oído mi voz. Además, he llegado antes de que abrieras la puerta y he oído perfectamente una voz femenina, y, para colmo, te noto bastante nervioso, como si intentaras esconder algo. -Le miré directamente a los ojos- Escucha, Jean, no juegues conmigo. Sé que en un primer momento no acordamos nada de relaciones serias, pero ingenuamente creí que era lo bastante especial para ti como para que no colaras en tu dormitorio a la primera chica que se te haya cruzado por delante después de pelearte conmigo. Eres un inmaduro. Venía a hacer las paces contigo, pero veo que no te interesa y que estás ocupado con otro "asunto". Pues, ¿sabes qué? Pásalo bien, ¿eh? No quiero robarte más tiempo con...¿señora Kirstein?

De detrás de la puerta que Jean intentaba bloquear por todos los medios surgió una figura mucho más pequeña que él y regordeta, vestida con una falda de color beige muy larga, un jersey de lana blanco y su cabeza adornada por un pañuelo rojo de lino que dejaba escapar un par de mechones castaños sobre su pequeña frente.

-¡Cassandra! ¡Qué alegría verte!

A la madre de Jean le gustaba mucho colarse en el cuartel, sobre todo a primera hora de la mañana, antes de salir hacia el mercado. A pesar de tenerlo terminantemente prohibido, entraba al dormitorio de su hijo como si de su propia casa se tratara y se dedicaba a hacer limpieza general. Los comandantes Smith y Zoë no solían estar de acuerdo con sus visitas tan desprevenidas, pero como siempre venía cargada de cestas con dulces bastaba con sobornarlos con montañas de galletas y bollos rellenos para que de vez en cuando la dejaran campar a sus anchas por el cuartel. Así es como tenía comprados a todos los altos cargos, a base de repostería casera.

A Jean, por su parte, no le hacía ningún tipo de gracia tener a su madre continuamente rondando las instalaciones y a él era imposible engatusarle con postres. No le quedaba otra que intentar ocultarla hasta que decidiera largarse.

-¡Señora Kirstein, qué sorpresa! No le esperaba esta mañana, intuí que pasaría por aquí el domingo.

Tanto ella como yo apartamos a Jean hacia su habitación y ambas nos fundimos en un cariñoso abrazo.

-Qué mala cara tienes. -Me soltó.

-Mamá, -interrumpió Jean- Cassie tiene que irse a descansar, ha trabajado toda la noche.

-Bueno, pero primero va a desayunar para recuperar las fuerzas.

Acto seguido se dio la vuelta y entró de nuevo a la habitación en busca de su ya conocida cesta de comida. Jean y yo aprovechamos los pocos segundos que nos dejó a solas. Empecé a reírme sin parar.

-Lo siento, no sabía que estaba tu madre aquí. Hablaremos en otro momento, solo venía a hacer las paces.

Me agarró del brazo antes de que pudiera darme la vuelta.

-No, no pasa nada. Yo también quería hablar contigo, siento cómo me he comportado.

Y sin decirnos nada más nos unimos en un largo y sincero abrazo. En ese momento, Jean agarró mi cara con las dos manos y la acercó a la suya. Cuando fuimos a unirnos en un deseado beso, la señora Kirstein oportunamente volvió a salir de la habitación y Armin apareció por el pasillo llamándome a voces.

-¡Cassie, Cassie!

Nos separamos inmediatamente, aunque no sabíamos bien qué pretendíamos con eso si todo el cuartel sabía perfectamente que nos metíamos en la cama del otro.

-He ido a buscarte a la enfermería pero no estabas. -Continuó Armin parándose justo en frente de la habitación de Jean y mirando con deseo la cesta de bollos que acababa de traer la señora Kirstein.

-¿Qué necesitas, Armin? -Respondí sonriente.

-Nos vamos a entrenar con el equipo de maniobras a los edificios abandonados, al oeste de la ciudad. Creemos que si vas a salir a territorio de titanes en la próxima incursión deberías practicar un poco con él para recordar cómo se usa, por si acaso.

No me apetecía en absoluto, pero Armin tenía toda la razón. No me vendría mal dar un par de saltos para coger práctica. En ese instante, el recuerdo de la caída por el muro que casi me mata aquella noche se me cruzó por la mente, pero luché por eliminarlo de inmediato.

-Claro, iré. Pero antes déjame pasar por la armería a buscar un equipo de maniobras, no tengo uno propio. Nos vemos en diez minutos en la puerta principal. Avisa a los demás.

Armin asintió sonriente y giró por el pasillo mientras iba degustando uno de los bollos de la cesta. Acepté otro muy amablemente y me despedí de los Kirstein mientras iba desayunando de camino a la armería.

Salí del ala de los dormitorios masculinos, crucé el gran salón principal y atajé por las cocinas. Abrí una de las pesadas puertas que daban hacia el campo de entrenamiento y lo crucé bajo el caluroso sol mientras iba observando a los cadetes dar vueltas alrededor. Cuando llegué a la cabaña de la armería, vi que la puerta se encontraba cerrada y que todavía no había comenzado el entrenamiento del día. 

Llamé a una de las puertas por si algún oficial se encontraba dentro y a los pocos segundos después Levi Ackerman me recibió con una expresión totalmente sombría.

𝐈𝐍𝐃𝐎𝐌𝐀𝐁𝐋𝐄 ·ʟᴇᴠɪ x ᴏᴄ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora