11: Lealtad.

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Estoy en el bosque. Me siento en el suelo, tratando de recuperar el aliento.

Escapar fue terrible.

Christopher debería llegar en unos minutos. Necesito calmar mi respiración y poder calmarme antes de que empiece el "paseo."

Termino recostándome entre el césped, mirando el cielo. ¿Por qué tengo tan poca resistencia cuando corro? Tal vez solo sea porque corrí unos doce kilómetros, quién sabe. Aquí el cielo es mucho más estrellado que en la ciudad. El ruido de los autos en la ruta se ha ahogado en la distancia. Y ahora estoy sola. Me siento culpable por escapar: no por no decirle a mis padres, sino por no decirle a Nathan. Él está dormido y probablemente piense que yo también lo estoy. Pienso en agarrar mi celular y llamarlo, pero probablemente no tenga señal. Me fijo. No hay ninguna raya. ¡No debo decirle! Christopher me ha hecho prometer que no diga nada, porque eso arruinaría el plan. Fue difícil idearlo sin Nathan-pero me he empezado a sentir una tonta, porque tengo que hacer cosas sola. Así que lo intenté, y según Christopher no cree que sea tan malo. Yo confié en él porque él en realidad era muy sabio, y mucho de sus conocimientos son porque él ya lo ha experimentado, aunque él también dice que tiene "mucho tiempo libre."

Cierro mis ojos y termino sentándome. Christopher está en frente de mí, sonriendo. "Parecías demasiado cansada," dice, y me ofrece la mano ayudándome a levantar.

Señala hacia donde tenemos que ir y lo sigo, varios pasos atrás, maldiciendo el dolor que se desata cada vez que muevo las piernas.

-Sacaste tu celular, ¿qué pasó?

-Solo... quería mirar la hora.

No soné convincente para nada.

-No tienes por qué sentirte culpable, Brooke. Además te recuerdo que fuiste tú la que me mandó por mensaje que no le digamos nada.

Me río: -Lo sé. Solo es raro.

-No quiero matarlos animales al primer intento -explica él, alejándose, y apenas puedo distinguir su cuerpo camuflándose en la oscuridad- Así que usaremos flores.

Él se sienta en el suelo, y no me quejo al imitarlo. Christopher empieza a tocar el césped, y con cada toque crecen flores. Nunca me había detenido a verlas, y parecen resplandecer en la noche. Me resulta sorprendente que sea una sola flor con un tallo pequeño, como en los dibujos infantiles, y no una planta entera.

-¿Las puedes ahogar? -me pregunta.
En el primer intento, le di tanto énfasis que se terminó congelando. Era tan fácil lo que tenía que hacer que me sorprende haberme equivocado.

Cuando la segunda flor se vuelve a congelar, grito exasperada.

-¡No lo puedo creer!

-En serio estás mal por no decirle a Nathan, ¿no? -asiento con la cabeza- ¿Quieres que lo llame?

-No, no quiero que lo llames.

Él me fulmina con la mirada. -¿Quieres que esté aquí pero no quieres que lo llame? Eres complicada, niña.

-No soy una niña -él se encoge de hombros- Solamente quiero que sepa que estoy aquí, no que venga. Arruinaría el plan.

-Bueno, cálmate y explícame. ¿Qué tendría de malo que Nathan esté aquí?

-Si esto no funciona -me muerdo el labio, y suspiro- Quiero que lo hagan igual.

-No, no, claro que no -niega con la cabeza repetidas veces- No voy a hacerlo, Nathan seguramente que tampoco, y si sale mal él me asesinará, literalmente, y lo sabes.

No le respondo. Solo tomo el tallo de una flor y dejo que el agua fluya dentro hasta que perdió su resplandor, y los pétalos cayeron hacia abajo perdiendo color.

Congelados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora