Mi mejor amigo es mi persona favorita en el mundo.
Su nombre es Nathan. Lo conozco desde que tengo cuatro años, cuando me mudé frente a su casa.
Llegué a la ciudad el día de mi cumpleaños, el cuatro de julio. Cuando mis padres pararon frente a la nueva casa, vi una fiesta de cumpleaños. En mi mente inocente, pensé que era para mí. Corrí hacia la torta y soplé las velas. Fue entonces cuando me di cuenta que el cumpleañero era un niño, que rompió en llanto por meterme en su fiesta. Empecé a llorar con él hasta que mis padres aparecieron.
Al día siguiente, el niño cruzó hacia mi jardín mientras yo jugaba. "Supongo que fue tu cumpleaños, así que te traje esto;" me dijo sonriente, "me llamo Nathan." Era un pedazo de pastel, no muy bien cortado y algo aplastado. Sin embargo era todo lo que yo quería.
Se convirtió en mi primer amigo.
Cada cumpleaños nuestros padres pensaban que íbamos a dejar de estar tanto tiempo juntos. Cuando empezamos la primaria, también. Pero eso nunca pasó.
Cuando cumplimos 12 años, mis padres decidieron que mi amistad con Nathan debía terminar. Intentaron explicarme que no podía seguir siendo su amiga, ya que debíamos tener nuevos amigos cuando crecíamos. Me quisieron hacer creer que él iba a reemplazarme por nuevos amigos, entonces yo debía hacer lo mismo. Sentí insultante que pensaran eso. Les grité y me encerré en mi pieza dando un portazo. Esperé a que la casa esté completamente en silencio y me aseguré de que mis padres estén durmiendo.
Entonces, me largué a llorar.
No solía hacerlo, pero al fin y al cabo, ellos habían vivido más que yo y tal vez tenían razón. Agarré mi celular y marqué su número. Cuando me escuchó tan deshecha, se escapó de su casa y se escabulló por mi ventana. Le conté lo que mis padres me dijeron, y le pregunté si él era realmente capaz de hacer eso. Me abrazó y me dijo que nunca dejaría que eso pasé.
Esa noche hubo un cambio profundo. Supongo que tratamos de dejarla en el olvido, porque rompimos todas las reglas, pero definió un antes y después en nuestra amistad.
Hoy vuelve a ser tres de julio, horas antes de mi cumpleaños. Mañana cumplo 17 años. El despertador suena a las seis y media de la mañana. Cada mañana hago lo mismo: me levanto, me arreglo y llamo a Nathan que sigue dormido, pero jura que no fue mi llamada la razón por la que se despertó. Desayuno rápidamente y nos subimos a su auto.
-Somos unos ancianos -dice Nathan, apenas me siento.
-Que bien que estamos hoy, eh. -bromeo- ¿Salimos hoy? Al cine. Tú pagas. Es mi cumpleaños.
-También es mi cumpleaños -aclara- Pero hagamos un trato. Te pago la entrada, pero yo elijo la película.
-Por mí, está bien. Solo no me decepciones con tu elección.
El resto de la jornada escolar divagamos en chismes y hablando con nuestros equipos. Hago gimnasia artística desde pequeña, y mis amigas del equipo siempre tienen novedades para contar. Nathan, en cambio, está en el equipo de atletismo de la escuela. Me llevo bien con sus amigos, al igual que él con las mías, pero en realidad nunca voy a ser tan unida con ellas como lo soy con Nathan.
Cuando tocó el último timbre, salí y miré las notificaciones en el celular. Uno era un whatsapp de Nathan. "Salí antes. Vení a la heladería. Yo pago."
Me apresuré a caminar mientras le respondo, "me convenciste con el hecho de que vos pagas" y me río sola.
Cuando llegué él ya tenía en su mano un cuarto de helado para mí con mis sabores favoritos.
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Congelados.
FantasyEl destino decidió que Brooke sería el frío, mientras que Nathan sería el calor; pero también quiso que se enamoraran, cuando sabía que sus poderes eran opuestos. Si quieren estar juntos, como lo han estado toda su vida, deben elegir. ¿Escapar d...