Capítulo 2: Marymount University

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Summer

Dentro de Los Ángeles, el LMU, Loyola Marymount University, destacaba notablemente no solo por sus amplios grados universitarios si no por su práctica e inmersión dentro de la propia sociedad como agentes del cambio social. Como estudiante de Bellas Artes, las posibilidades que te ofrecían eran inimaginables y difícil de elegir entre sus especialidades. Pero si una cosa tenía clara es que yo pretendía empaparme de conocimientos aun si para ello debía colarme en ciertas clases a las que no estaba apuntada. 

No es que fuese una notable estudiante de matrícula, pues mi memoria versión Dory de "Buscando a Nemo" con suerte me dejaba en lo más alto de un notable . Pero todo ello era fruto de mi perseguido esfuerzo y todo el amor hacia el arte que mi familia me había inculcado desde niña. Mi padre decía que aunque no tuviésemos la misma sangre, el día que fueron a buscarme vieron algo en mí que me hizo destacar entre los demás y era el empeño. Según ellos el día que fueron al orfanato a conocer a  los niños y niñas, todos formaban una intacta fila con sus trajes y blancas ropas  y de pronto, rompiendo la bella estampa angelical, aparecí yo. 

Con mi vestido blanco chorreando en el suelo de pintura, la cara llena de colores que lograban ocultar hasta mis pecas, las dos coletas y las lágrimas que casi sonaban al caer a la tarima. El pasillo se inundó de cuchicheos y miradas profundas, no todas buenas, hacia mi. Las maestras, presas del pánico por aquel pequeño descontrol que había ocasionado sin mala fe, pidieron disculpas a todos los padres que habían asistido a aquella visita. Pero solo una pareja, comenzó a aplaudir de pronto haciendo que todas las miradas curiosas y extrañadas se desviasen de pronto hacia ellos y el silencio se llevase los sonidos restantes del pasillo. Un hombre, de apariencia elegante, se acercó a mi y se agachó a mi lado.

—¿Me dejarías ver esa pequeña obra de arte que escondes ahí?—me pidió y yo le miré horrorizada tratando de esconderlo más. Me daba miedo que no les pudiese gustar, que me regañasen o que me dedicasen malas palabras. No sería la primera vez que ocurría, al parecer. Los niños, y también muchos adultos, eran muy crueles a la hora de decir las verdades. 

—Es feo.—les dije entre balbuceos y una nariz goteante. —No os va a gustar.

—¿Cómo estás tan segura si no nos lo enseñas?

Con aquella pregunta, dicha de una manera dulce, Dan logró que yo le mostrase el cuadro. Lo cogió y el cuadro casi desapareció bajo sus grandes manos mientras lo miraba con media sonrisa, a su espalda Linda, testigo también de aquel momento, también sonreía con lágrimas en los ojos de la emoción. Más tarde siendo adulta entendería que las lágrimas eran por lo duro que tuvo que ser un momento así para ellos.

—Voy a contarte un pequeño secreto .— me dijo Dan en un susurro mientras observaba el fruto de mis deseos en aquel pequeño lienzo. Automáticamente yo dejé de llorar y escuché con atención presa del misterio de sus palabras. —El arte no tiene que ser bonito, ni tampoco tiene que gustarle a nadie más que a uno mismo. El arte es todo lo que alimenta el corazón, todo lo que libera el dolor. Tu cuadro es tan bonito como tus sentimientos.

Cuando años más tarde me lo contaron, aquella frase se me quedó grabada, mientras miraba el que para mí hasta aquel momento solo había sido otro de mis simples cuadros infantiles con la estampa de una familia alrededor de un árbol de navidad. Si, ese día lloré. Lloré mucho cuando entendí que no eran cuadros. Eran sueños.

Yo apenas recordaba esas escenas, aunque si  pasar de la tristeza a la alegría en cuestión de minutos. Había sido el cambio emocional más grande que había experimentado en mi escasa vida. Acababa de cumplir los siete años ese mismo día, el 25 de Diciembre,  cuando me dijeron que por fin tenía un hogar .Alguien me quería en su familia y tal vez no fuesen del todo conscientes entonces, pero acababan de darme el mayor regalo de mi vida. 

El silencioso caos del Arte [Historia Ilustrada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora