La Maldición de Escarlata - Zodíaco (Actualizaciones lentas)

Capítulo III Sacrificio de Medianoche

El fuego consumía aquel vehículo con increíble rapidez, como la ira recorriendo las venas de la licántropo más audaz de Escarlata. Tan pronto como esa sonrisa en el rostro de Elijah se esbozó, la muchacha caminó a paso rápido, con un único objetivo en la mira. Pero unas inesperadas manos fuertes la detuvieran antes de que cometiera una locura. Creyó que se trataría de Cassian, quien siempre se anticipaba a los hechos, pero en esa oportunidad, se trataba de otras manos, fuertes pero no tanto como las de un licántropo.

Sus ojos de un precioso color avellana se encontraron con otro par de ojos azules océano. La miraban con seriedad y coraje, no cualquiera era capaz de sostenerle la mirada desafiante a la licántropo. El brujo era inteligente, controlaba sus emociones de una forma frívola, y mantenía los pies en la tierra de ser necesario, a pesar de que su mente divaga por veinte lugares diferentes a la vez. Sabía que era una estupidez atacar a un vampiro, más aún en un lugar público, más aún sabiendo que se trataba de uno de los vampiros más viejos y poderosos de Escarlata. Elijah era un auténtico asesino y un superviviente de los más atroces intentos fallidos por asesinarlo. Podía acabar con los licántropos tan pronto que el hechizo de Gerard sólo lo detendría después de que acabara con la vida de la pobre manada. Porque él era demasiado ágil y veloz, si quería podía desaparecer en un parpadeo. Sin embargo, Elijah seguía allí, burlándose de los intentos oprimidos de Elizabeth de intentar atacarlo.

— ¿Qué mierda te pasa?— preguntó Elizabeth incrédula— Quítame las manos de encima.

— No hasta que pienses en las consecuencias de la estupidez que estás por cometer— advirtió Gerard.

— Tenemos que sacar a la gente de aquí— agregó Cassian.

— ¿Podrías empezar tú?— le pidió Gerard al licántropo— Antes necesito asegurarme de que Elizabeth no irá corriendo a su muerte.

— Pero ¿Quién te crees?— se rio amargamente Elizabeth.

— Soy el que está a cargo cuando no contamos con la presencia del director Asher, soy tu profesor y soy muchas cosas más que ahora no puedo discutirlas contigo— dijo Gerard en voz alta— No quiero utilizar magia en tu contra, Elizabeth— le susurró en la oreja para que Violet no escuchara el secreto del brujo.

— No haré nada, profesor— dijo burlona y se soltó del agarre con una fuerza impresionante para una muchacha de su talla.

Sin perder más tiempo, Cassian ayudó a la gente a despejar el lugar, tenía un corazón noble y aunque estaba preocupado por Elizabeth, confiaba en que resolvería sus conflictos internos y tomaría la decisión correcta: no agredir al cínico vampiro que estaba del otro lado de la calle. Cassian logró mover al tumulto de gente y los condujo lejos de la zona de peligro mientras le ordenaba a unos sujetos valientes que apagaran el fuego, se preocupó por proteger a los estudiantes primero, y luego ayudó a apaciguar las voraces llamas que se apoderaban del pobre automóvil de Talbot.

Talbot... él estaba tan desanimado ¿Cómo pudo pasarle algo así? Parecía como si una maldición o la simple envidia le había caído encima arruinando su más prestigiosa y nueva adquisición. A su lado, Violet lloraba en silencio, se sentía culpable y ni siquiera tenía razones para hacerlo. La rubia había recibido una muy mala noticia y encima tuvo que ver con sus propios ojos que a su amigo, quien sólo intentaba ayudarla, también lo perseguía la desgracia. Sumergida en esos pensamientos, pasó por alto algo más importante: su vida corrió un gran peligro. Y de eso sí estaba consciente Talbot, eso le preocupaba mucho más que haber perdido su auto.

Talbot abrazó a la rubia por unos segundos y le pidió que esperara junto a los demás estudiantes, después de todo él si la iba a llevar a su casa, con más razón después de lo que les había tocado vivir minutos atrás. Elizabeth se acercó a su amigo, siendo perseguida por el brujo Gerard, quien temía que la muchacha estuviera fingiendo que no iba a atacar al vampiro señalado como el responsable por las conjeturas de quienes estaban enojados.