Parte I

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Hasta el día de hoy... Para ser exactos 7 años después de lo ocurrido tengo secuelas de lo que pasó entre tú y yo.

De niña soñaba con un amor de película, con aquel Zac Efron de high school musical o Robert Pattinson de Crepúsculo. Soñaba con mi galán de buen corazón, pero terminé contigo, una muestra de lo egoístas y crueles que pueden ser las personas.

Como sea, está historia no se trata de ti, si no de mi, de lo mal y bien que la pasé contigo.

Si fueras una fruta te describiría como una naranja, algunos gajos son dulces y otros amargos, otros tienen muchas semillas y algunas difícilmente las tienen. Tú eres así. La piedrita en mi zapato, pero te vi como un diamante que combinaba con mi calzado.

Jamás ví algo tan perfecto, perfecto para lo que buscaba sin saber que lo estaba buscando, una voz como de película y diálogos que quizás ya habías ensallado.

Te conocí desde muy pequeña, mis padres se mudaron de ciudad luego de que a mí padre le robaran a mano armada un taxi que con mucho esfuerzo compro para que fuera el comienzo del negocio familiar. Mi padre quedó destrozado y con la cabeza confundida tomo desiciones sin consultarlo a la familia o por lo menos a mi madre.

Mi madre, una mujer llena de inseguridades pero con un carácter fuerte y poco común trataba de mantener a todos calmados, a demás de que tenía menos de un mes de haber dado a luz a mi primer hermano.

Llegamos a aquel barrio de edificios defectuosos, todos se minaban después de una fuerte lluvia, las paredes dejaban oír todo lo que hablaban y gritaran los vecinos.

La confusión de un nuevo hogar en otra ciudad y lejos de la familia desgasto a mi familia e hizo que mis padres entrarán a una secta religiosa, LA ODIABA, se burlaban de mí por qué literalmente vivía de la ropa que la demás niñas de la congregación desechaban.

Me sentía una basura, tanto adultos como jóvenes se burlaban de mí desgracia. Los días pasaban con los mismos problemas de siempre hasta que ese día salí al parque del barrio y te encontré a ti. Tu grupito de amigos te seguían a todas partes, cruzamos miradas muy pocas veces pero las escensiales para admirar tu melena de rizos rubios con tus mejillas sonrojadas por el ejercicio del fútbol.

Era evidente la diferencia de estatura entre tú y yo y quizás la clase social. Yo con mis ropas desgastadas y de monja y tú con tus ropas cuál príncipe de cuentos.

Todo cambio en la pubertad, aunque no mi autoestima, te aprovechaste de eso y me hiciste sentir como en muchos años no me sentí.

Una carta que jamás te entregaré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora