Eneko y yo estábamos en nuestra habitación del albergue.
En ese momento, estaba pensando que lo primero que haría según consiguiera salir de allí sería matar a mi mejor amiga.
Los que estábamos encerrados, estábamos bastante nerviosos.
Al otro lado de la puerta se escucharon pasos que iban silenciándose cada segundo que pasaba.
A Eneko y a mí ya nada nos engañaba, era un truco. Maddi seguía al otro lado de la puerta y no pensaba marcharse de allí.
Mi amigo y yo estábamos sumidos en un profundo e incómodo silencio que nos daba vergüenza romper.
Y de ese silencio es de donde partió mi idea.
Le guiñé mi ojo derecho (qué era el único que sabía guiñar, y además bastante mal) a Eneko y después me llevé el dedo índice a los labios.
Eneko debió pillar la indirecta porque asintió con la cabeza y se quedó quieto, sin hacer y ni decir nada.
Allí estuvimos alrededor de 10 minutos hasta que la puerta se abrió de golpe.
—¿Es que no vais a hablar? —preguntó Maddi, que acababa de entrar en la habitación.
Yo sacudí la cabeza en forma de negación, con una sonrisa en la cara.
—Vosotros ganáis —dijo ella, rendida—, ya podéis salir.
Eneko y yo sonreímos y salimos por la puerta sin mencionar todavía ninguna palabra.
Eneko pasó de largo diciendo que tenía que ir al baño y yo me quedé allí, dirigiéndole una mirada asesina a Maddi.
—¡¿Cómo has podido encerrarnos en nuestra habitación?! —pregunté, por fin hablando.
—He supuesto que las cosas iban mal entre vosotros —dijo ella—, no quiero malos rollos en nuestro viaje. Lo último que necesitamos son más obstáculos para conseguir la cura para mi hermano.
—Te lo repito, no nos pasa nada. Él sigue un poco traumatizado por lo que pasó la anterior noche y yo solo quiero dejarle espacio.
Maddi asintió, conforme.
—Deberíamos ir haciendo las maletas —expliqué yo—. En cuanto comamos, nos tendremos que marchar y cuanto menos tiempo perdamos, mejor.
—Sí. Siento mucho lo que os he hecho. No volverá a ocurrir.
Yo le dirigí una sonrisa amable y nos fundimos en un largo abrazo.
En realidad no teníamos maletas. Más bien lo que habíamos traído eran zurrones.
Yo le enseñé a Maddi la ropa nueva que había comprado y enseguida nos cambiamos y lavamos la que anteriormente teníamos puesta para después meterla en el zurrón.
Eneko salió del baño y también le di su ropa.
También tenía la intención de darle la daga que le había comprado.
Pero al final, no sabría decir por qué, no se la di. Sentía que no era el momento oportuno.
Cuando ya teníamos todo preparado para marcharnos, nos despedimos del casero del albergue y cogimos las riendas de nuestros caballos.
No había caído en la cuenta de que Eneko y yo íbamos en el mismo caballo.
Pero eso no me hizo avergonzarme, al fin y al cabo, era solo un caballo.
Aún, Tontor quedaba muy lejos de donde estábamos así que cogimos el mapa y nos pusimos a pensar dónde podíamos hacer paradas.
Al final, decidimos dos pueblos en los que pararnos durante nuestro viaje: Egur y Hondar.
Egur no estaba muy lejos de Aldapa, pero aún así, llegamos bastante tarde.
Habíamos partido al amanecer y habíamos llegado a Egur aquella mediodía.
Por el nombre (madera en euskera), podía deducir cómo era pero aún así me sorprendí bastante.
Había madera por todas partes.
Las casas, una iglesia, las tiendas, los balcones de las casas... Todo era de madera.
Pero, aunque todo pareciera hecho de un material que para algunas cosas no era muy resistente, los precios de los albergues y las zonas de turismo estaban por las nubes.
Preguntamos a alguien cuál era el sitio más barato en el que quedarnos por una noche.
Pero aún así, no nos llegaba el dinero.
Entonces encontramos un letrero en forma de flecha en el que ponía "posada".
No nos lo pensamos dos veces, seguimos la dirección en la que apuntaba la flecha y encontramos lo que andábamos buscando.
En la entrada, había un cartel en el que ponía lo mismo que en el letrero, pero no era la posada que nos imaginábamos.
En realidad solo eran un par de colchones mugrientos tirados en el suelo. Ni siquiera una simple manta para dar calor.
Nos miramos poniendo muecas de asco, pero todos sabíamos que no podíamos permitirnos un albergue de verdad.
—Yo me pido un colchón para mí sola —dijo Maddi adelantándose a nosotros.
《No puede ser》pensé sabiendo qué era lo que me tocaba.
Tendría que compartir un colchón lleno de polvo y suciedad con Eneko.
Había un colchón el doble de grande que el otro y ese fue en el que se tiró Maddi.
—No puedes dejarnos el colchón pequeño —reproché— , somos dos personas y te digo yo que ahí no cabemos.
Maddi se encogió de hombros y al toparse con mi gélida mirada, enseguida se cambió de colchón.
Eneko dijo que se iba a dar una vuelta por el pueblo.
Había caído la noche y la verdad, no sabía cómo a Eneko aún le quedaban fuerzas para hacer algo.
Maddi estaba tan abatida como yo y ambas decidimos quedarnos allí descansando.
Eneko se fue y comencé a abrir mi mochila.
—¿Qué haces? —preguntó Maddi.
—¿Qué crees?
Cuando terminé de sacar de la mochila lo que quería coger, Maddi puso una sonrisa, comprendiendo adónde quería llegar.
—Así que el bestiario... —dijo Ella quitándome el libro de las manos.
Yo le sonreí y abrimos una página al azar.
—Ttipi —comencé a leer—. Los ttipi son unas aves de color rojizo que tienen el doble de tamaño que un tomate. Son redondos y tienen el pico de color anaranjado. Se alimentan de olivas. Viven en solitario y no se muestran ni a los de su misma especie. Al percibir si tienen alguna criatura cerca suyo, tienen la capacidad de hacerse tan pequeños como un insecto. Aunque eso no significa que no puedan morir aplastados si no andan con cuidado. Se vuelven minúsculos debido a que tienen un trozo de cerebro que les cambia el tamaño cuando lo necesitan.
—Oye —me dijo Maddi— , ¿tú crees que algún día podríamos ir a Amets?
—¿Acaso ese lugar existe?
—Sí, ¿no te acuerdas de que está en el mapa pintado de negro?
—Es cierto —dije pensativa— . Podríamos ir una vez hayamos curado a Oier.
《Si es que conseguimos curarlo》 pensé para mí misma, pero no lo dije en alto para no preocupar más a Maddi.
Poco después, volvió Eneko y como ya era bastante tarde nos fuimos a dormir. Maddi en un colchón y Eneko y yo en el otro.
Nos pusimos las prendas con las que habíamos comenzado el viaje por encima a modo de manta y no nos importó la incomodidad del lugar ya que estábamos todos hechos polvo.
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AMETS
FantasyJul es una chica de 14 años que vive en una misma casa con sus tres mejores amigos: Oier, Maddi y Eneko. Cuando Oier cae enfermo, Jul decide partir de su pequeño pueblo con sus dos amigos en busca de la cura. El problema es que solo tienen dos seman...