5. Criaturas de Amets

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Eneko y yo íbamos en busca de Maddi, que se había ido por otro lado.

Acabábamos de pasar por una situación muy incómoda.

Pero eso no significaba nada.

El andaba a duras penas. Sólo había sido dolido en el vientre pero estaba muy cansado de correr y el dolor podía con todo su cuerpo.

Por eso, yo le sostenía como podía. Trataba de sujetarle los brazos para que pudiera andar mejor.

No dijimos nada por el camino. Aún estábamos confusos y decidimos no añadir nada.

Nos costó bastante encontrar a Maddi porque ella había ido justo por el lado contrario.

Es decir, lo único que había hecho era alejarse de nosotros.

Al fin y al cabo, no sabíamos dónde estaba nuestro amigo.

Le encontramos a las afueras de Aldapa, ella seguía buscando a Eneko y cuando nos vio, corrió rápidamente a abrazarnos.

—¿Qué te ha pasado, Eneko? —preguntó la chica al ver la herida.

Eneko le contó su aventura y la persecución que había habido. Le dijo que uno de ellos había conseguido herirle pero que justo después, consiguió despistarse entrando en un callejón sin salida. También le contó que empezó a gritar pidiendo ayuda y que a continuación aparecí yo.

No le contó nada de nuestro contacto visual.

Era normal, porque tampoco había sido nada del otro mundo. Los amigos se pueden mirar a la cara. No hay ningún tipo de problema.

Por eso, decidí olvidar el tema pensando que no había ocurrido nada especial.

¿O sí?

He de admitir que mirarle a los ojos me gustó.

La mirada de Maddi también me gusta mucho, pero con Eneko fue algo diferente.

Como si hubiéramos tenido algún tipo de conversación mentalmente.

Decidí olvidar el tema, fue algo que había ocurrido en un momento tenso y ya está.

Nada más que añadir.

Tardamos bastante en llegar al albergue y allí, todos nos dimos una ducha rápida.

Yo terminé enseguida, al igual que Maddi y Eneko.

Eneko seguía herido y como mi amiga sabía algo sobre medicina, trató de curar la herida como pudo.

Tras cenar, se percibía que Eneko estaba cansado puesto que se fue a la cama rápidamente.

Maddi y yo nos encogimos de hombros y se me ocurrió una idea para saciar un poco nuestro aburrimiento.

Me levanté de la silla y fui en dirección a nuestra habitación del albergue.

—¿Dónde vas? —me preguntó ella cuando yo ya me había levantado.

Sin responderle, seguí mi camino y tras medio minuto, volví a la sala de estar en la que estábamos.

—Ya entiendo —dijo Maddi sonriendo—, criaturas de Amets.

En efecto, había llevado el libro de segunda mano que habíamos comprado.

—Deberíamos leerlo un poco —propuse.

Le dimos la vuelta al libro por si se encontraba alguna sinopsis pero no había nada.

Abrimos la primera página y leí el nombre del título:

—Ciervo fugaz.

Maddi se encargó de leer la descripción.

AMETSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora