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En la mañana siguiente el niño se despertó agotado, aún más de lo normal. Sus ojos pesaban, sus extremidades a duras penas le respondían para levantarse y apostaría a que estaba enfermo.

Pero aún si él estuviera muriendo por alguna enfermedad dolorosa y lenta, la mujer que lo había tenido nueve meses en su vientre, que lo había amamantado y tratado como a un rey durante algunas pocas semanas de nacer se desvaneció hace ya bastantes años, asi que no importaba si moría o no.

Su padre no estaba ese día y aunque lo estuviera con mucha insistencia y dificultad lo convencería de que no estaba fingiendo para quedarse como vago todo el día en la cama.

Esa noche sería la última que lo verían. Y esa desición había estado en su cabeza por mucho tiempo. No se suicidaría, no este día, ni a esa hora. Escaparía con todo lo que pudiese. Un único día de descanso y reposo solamente por su enfermedad. Años quizá si desaparecía de ese lugar y de esa vida.

Empacó todo con rapidez, se abrigo lo más que pudo por si acaso.Y se llevó todo lo que había ahorrado en las calles.

Ahí fue cuando se encontró con Adrián. Era mayor que él y necesitaba huir. La misma historia, quizá. El punto era que ambos necesitaban un lugar donde dormir y poder sobrevivir a esa noche al menos.

Se conocieron porque el mayor pasaba por ahí intentando sobrevivir al igual que el pequeño vagabundo que enfermo no duró mucho tiempo con los ojos abiertos.

A la mañana siguiente se despertó con un olor a comida que a juzgar por como se le hacía agua la boca era caldo de pollo o quizá una sopa.

Recordó como su madre hacía esa sopa por las tardes mientras que él regresaba de intentar ganar dinero. Quería decir que su madre estaba de buen humor lo cual casi nunca pasaba, solo unos escasos dos días al año.

Pero esas tardes él y su madre se sentaban a comer y platicaban sobre sus gustos. Sobre las cosas que pudieron haber tendió si tuvieran otra vida. Si fueran alguien más.

-¿comment ça va? [Cómo estás]- le pregunto a su madre como si la última vez que se vieron fuera hace más de un año.

Ella no respondió. Simplemente dejo que sus lágrimas cayeran silenciosamente mientras ella ahogaba un sollozo. Eso era suficiente para saber su respuesta.

Él tampoco estaba bien y dudaba de que su padre lo estuviera cuando se emborrachaba o no volvía por un largo rato a la casa. A eso no se le podía llamar familia aunque se le intentará. Eran completos desconocidos viviendo juntos solo por un contrato de un matrimonio desecho y un hijo no deseado que probablemente salió por una violación de su padre a su madre.

Lo había visto intentando violarla incontables veces antes cuando aún ni si quiera podía permitirse hablar bien o poder decir lo que realmente ocurría. Lo comprendió cuando creció.

Ese momento con su querida madre que ya no se encontraba en su vida y ahora estaba perdida en algún otro lugar. En el momento que Eiden le pregunto que pasaba fue cuando se recordó a si mismo parado frente a un espejo preguntandoselo una y otra vez.

Sin respuesta. Una, dos, tres, cuatro veces se lo pregunto al espejo en donde su rostro se desfiguraba cuando sus lágrimas comenzaba a picar entre sus ojos.

Esa noche junto a Eiden se quedó dormido. Tal vez no lo parecía, pero podía jurar que suplico para que ese momento jamás se esfumara.

La vida se convirtió en una pesadilla y él aún no lo sabía.

Así que a la mañana siguiente le contó todo lo que pudo de nuevo a la luna como lo había hecho tiempo atrás. Ella no contestó, porque ella nunca contesta. Su silencio emanaba paz con un poco de alivio.

Era todo lo que necesitaba para que al siguiente día le trajeran lo mismo que le recordaba a su madre.

Tom lo despertó sacudiendolo ligeramente para no provocar dolor en su herida. Le revolvió los cabellos con una mano mientras que con la otra dejo en la mesita de al lado un plato con sopa y un jugo de limón natural.

Le sonrió y cargo al pequeño que también había caído rendido la noche anterior junto con él. Se lo llevó y cerró la puerta con cautela de no hacer mucho movimiento ni ruidos para no despertar al bebé.

Era temprano. Las ocho de la mañana, pero incluso si sus ojos seguían rojos e hinchados del llanto de la noche anterior, las lágrimas volvieron a salir.

Se dijo a si mismo que era un tonto por pensar que no tenía familia en lo absoluto. Si tenía una que aunque no se viera que lo comprendían demasiado o no tan seguido, ellos aún así no lo golpeaban o lo insultaban con una mala intención, al menos no como lo hacía su padre y madre.

Y por primera vez en su vida, pensó que tal vez la familia no se debe de conocer de inicio a fin y al pie de la letra sus gustos, pasatiempos y sus vidas completas. Lo que importaba era que aún si eran desconocidos, sabían cuando apoyarse.

Es verdad que la cuerda se había roto, pero aún seguía en pie. La cuerda no cayó completamente y se dividió en dos pedazos. Uno seguía ahí con él. El otro solo quería tener una vida mejor de la que ya había tenido.

Tal vez esa misma tarde debía de contarle a los demás el porque de la herida que tenía y de como había llegado. Tenía que decirles la verdad, incluso si eso dolía un poco para ellos o él.

Esa misma noche en la cena cuando por fin todos se sentaron con una sonrisa y los cubiertos en las manos. Él con todas las fuerzas que pudo para no ponerse nervioso habló en voz alta.

–Necesito decirles porque he vuelto así ¿No es así?– le pregunto mirando a Adrián que pronto asintió.

–No tienes que hacerlo si no te sientes bien ¿De acuerdo?– está vez le respondió Tom con una mirada de empatía.

–No, necesitan saberlo.

–Tienes todo el tiempo que necesites para decirlo ¿Esta bien?– le asintió Alan.

–Hace una una o dos semanas cuando estaban aclarando todo con Eiden, yo me metí en asuntos que no debí.

–¿A que te refieres?

–Alguien me dijo que si le daba alguna droga durante tres días, él me daría a cambio todo lo que le pidiera por un dos semanas. Me parecía un trato más que justo, supongo.

–¿Cuánta?

–¿Cuánta qué?

–Sabes a qué me refiero.– soltó Adrián.

–10 kilos. Por semana.

–¡Eso es lo que hace Eiden en un mes ahora!

– lo sé.

–¿Trato justo? Al carajo.

–Lo siento.

–Se los diste. Alan, como pudiste hacer eso. ¿Estabas ebrio?

–No arreglarás nada enojandote. – le reprochó Tom.

–A la mierda. Él sabe lo que implica eso. Lo hizo por él mismo.

–Lo lamento.

–Vete a la mierda y al carajo, Alan.

–¡Adrián!

–¡Es la verdad!

El ruido de Eiden sollozando solo alarmó más a Tom quien lo tenía en brazos dándole de comer.

Le susurro algunas cosas en el oído inaudibles para los demás y se levantó rápidamente para mecerlo en sus brazos y cantarle una canción de cuna.

Adrián solo le dedico una mirada de odio a Alan. Se levantó de la mesa dejando su plato a medias y cerrando su puerta de un solo golpe que retumbó en la casa.

–Lo siento.– susurro para si mismo.

Era una familia aún si no estaban unidad, ¿Cierto?

En el fondo sabía que Adrian se le pasaría el enojo para contarle lo demás o tal vez tener una plática entre ellos después.

Tom lo entendería sin importar que. Eiden lo abrazaría como si fuera un oso de peluche por las noche para consolarlo y todo sería perfecto una vez más.

Drogas, armas y un bebé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora