I.

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Say goodbye, my one true lover
And we'll steal a lover's song
How it breaks my heart to leave you
Now the carnival has gone

(The Carnival Is Over, Nick Cave and the Bad Seeds)

Una sensación de vacío, de no pisar suelo firme, lo sacudió.

Aspiró de golpe, como si se estuviera ahogando, y abrió los párpados con dolor, como si los hubiera tenido apretados fuertemente.

No estaba muy seguro de cómo o por qué, pero se encontró en medio del salón comedor del Valhalla, donde unas horas antes había tenido lugar la cena. Miró a su alrededor: aunque en la chimenea ardía un fuego bueno y sosegado, el lugar estaba en penumbras, desierto. La mesa recogida y sin mantel, las sillas alineadas, el candil apagado. El silencio y la soledad del lugar le parecieron opresivos, así que empezó a deambular por la habitación.

Vio con tristeza los sillones donde, después del banquete entre las damas, los dorados y los dioses guerreros, se habían retirado a beber café y licores ligeros. Alguien del servicio había dejado olvidado un platito, aunque sí se habían llevado la taza del café. Miró en el suelo, esperando que no quedara rastro del espectáculo que había dado con Camus, pero se vio defraudado, porque vio brillar, justo debajo de una butaca, un pequeño fragmento de su copa de Amaretto. Suspiró cansado, y ante el recuerdo del incordio, se apretó el puente de la nariz: aunque se consideraba en todo su derecho, tal vez no debió tratar así a Acuario. Al menos no públicamente, y no del modo grosero y violento en que lo había hecho.

¿Que pretendía Camus, con su rostro inexpresivo y su mirada quieta, casi vacía (excepto por la tristeza lejana que alcanzaba a vérsele en el fondo) al acercársele así, en medio de todos? ¿En serio pretendía que lo recibiera con una sonrisa, o al menos con un gesto cordial, si llevaba meses eludiéndolo y negándole la palabra? Como si el estar en medio de sus compañeros y anfitriones fuera a suavizar el abismo que se había abierto entre ellos después del ataque que recibió de su parte y de Surt. Tenía que ser ingenuo o estar desesperado si en verdad había creído que iba a conversar con él tranquilamente.

Y sin embargo, tal vez una conversación monosilábica e impersonal habría sido lo apropiado: dejar para luego las verdades brutales, las palabras hirientes y el rechazo físico. Ni él ni Acuario se habrían visto juzgados por las miradas ajenas: no habría tenido que observar la expresión incrédula y dolida de Camus, ni el rictus de desaprobación de Athena e Hilda, ni el silencio tenso de los Géminis, Mu y Aiolia, los más cercanos. No habría tenido que observar como Surt hacía el amago de dirigirse a Camus, como éste lo esquivaba para salir apresurado de la sala, tratando de salvar la dignidad que le quedaba. Aún recordaba la mirada que Surt le dirigió tras la huida de Camus: si antes había creído que el asgardiano lo detestaba (así lo pensó como consecuencia de la incursión de Loki y la traición de Camus), ahora estaba seguro de que no le arrancaba la piel con la mirada sólo porque era humanamente imposible.

Se alejó del saloncito de descanso y se dirigó al pasillo, el mismo por el que su antiguo amigo había escapado. Una vez ahí, en lugar de dirigirse hacia el área de los dormitorios, se orientó hacia el vestíbulo principal, el que daba hacia el atrio y la salida del palacio. A lo lejos, la puerta se veía abierta y una luminosidad más bien mortecina se recortaba contra el suelo. Afuera, el viento silbaba violento, llevando consigo ráfagas de nieve.

Camus se veía en la entrada. Le daba la espalda. Su sombra se alargaba en la luz filtrada del exterior y se difuminaba en la oscuridad de la noche. El cabello rojo ondeaba un poco por efecto del viento. El saco de lana parda que portaba no parecía abrigarlo demasiado. Y tampoco parecía importarle.

Al romper la auroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora