V.

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Though the carnival is over
I will love you 'til I die
Oh, I will love you 'til I die
I will love you 'til I die

(The Carnival Is Over, Nick Cave and the Bad Seeds)

–¿Es en serio, Kyría? ¿No vas a salvarlo?

Saori miró escuetamente al escorpión y luego hacia el quirófano, donde Camus pasaba por su segunda cirugía en 24 horas. Con todo, tenía la impresión de que Milo no dimensionaba hasta dónde llegaba la gravedad de su amante.

–Si te refieres a concentrarme en mantener su corazón en marcha, ya lo estoy haciendo.

–Me refiero a salvar, salvar. Tú podrías sanarlo si quisieras.

–Yo quiero hacerlo, Milo. Pero él se quiere morir.

–¿Y se lo permitirás?

Athena cerró los ojos un momento y se armó de paciencia.

–Muy bien. Lo sanaré para ti. Actuará como si nada una semana, un año, una década. Él creerá en serio que está bien, porque tu amor y el amor que siente por ti lo dignifican. Pero un día pasarán por una estúpida pelea que le recordará lo despreciable que cree ser y se matará de una manera idiota. ¿Te resulta buen negocio?

Milo se mesó los cabellos con desesperación, el rostro transido de espanto.

–No hará eso.

–Sí que lo hará. Sabes que sí...

Lágrimas incontenibles empezaron a correr por las mejillas de Milo. Se recargó en la pared y se deslizó por ella, hasta quedar sentado en el piso, con la frente pegada a las rodillas: se sacudía por los sollozos sofocados. Saori lo miró con pesar y se sentó junto a él, lo acogió entre sus brazos y lo consoló.

–Se matará, Milo. Camus está mal más allá de lo físico: hace años que lo está, pero no había nadie que pudiera notarlo o remediarlo. Cuando entraste en su vida fuiste un alivio enorme, y aunque tu amor le permitió quererse un poco, aunque le ayudó a conseguir algo de equilibrio, no lo sanó. Quiero que Camus viva y que sea feliz. Pero para eso primero tiene que querer vivir y yo no puedo implantarle ese deseo, esa voluntad.

–No debí tratarlo así...

–No. No debiste.

–Es mi culpa.

–Este triste acontecimiento es casual, Milo. Tienes tu parte, por supuesto; y yo también, porque justo antes de la cena le exigí que aclarara las cosas contigo. Pero no es tu culpa, ni mía –apartó con cariño el cabello dorado de la frente. –Así como Camus tuvo su parte en la muerte de Sinmone, y aún así, no fue culpable...

–¿Alguna vez dejaré de sentir este dolor, de sentirme tan miserable?

–Es probable que no. Pero aprenderás a vivir con ello y a mesurarlo. Y con suerte, Camus también.

___

Abrió los ojos en medio de la oscuridad, con los sentidos alerta. Trataba de procesar qué era lo que lo había despertado. Pero nada parecía fuera de lugar.

La ventana estaba abierta y una suave brisa se colaba, levantando las cortinas blancas. La maceta con la planta de áloe que había llevado Afrodita estaba sobre el escritorio, y en la mesa de noche, abierto con un lápiz metido entre las hojas, el libro que había estado leyendo en voz alta.

En la cama de junto, Camus dormía profundamente.

Milo suspiró y se sentó en el borde de su propia cama, observando al francés. Estaba cubierto hasta la cintura con una sábana ligera, y llevaba el delgado torso cubierto con una camiseta sin mangas. Los brazos estaban acomodados a lo largo de sus costados, y las piernas extendidas. En la última cirugía, hacía tres semanas, le habían retirado los fijadores restantes de la pierna derecha –la más lesionada–, pero aún la llevaba con una férula, como prevención. El traumatólogo consideraba que los huesos habían terminado de soldar después de las intervenciones correctivas a las que Camus había sido sometido. La rehabilitación haría el resto.

Al romper la auroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora