IV.

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Now the cloak of night is falling

This will be our last goodbye

Though the carnival is over

I will love you till I die

(The Carnival Is Over, Nick Cave and the Bad Seeds)

Afrodita estaba en el jardín de su templo. Ya había atendido a las rosas desde temprano, y ahora se dedicaba a su paciente en turno: la gris ramita de olmo que había tratado con algunos preparados enraizantes y que había plantado a modo de esqueje en una caja de cultivo.

–¿Crees que prenda? –le preguntó Deathmask.

–En este momento ese es mi propósito en la vida: conseguir que eche raíces –contestó Piscis. –Es lo que nos queda de Camus...

–No seas dramático. No es lo que queda...

–La recogí tinta en la sangre de Camus. En lo que a mí respecta, es como si formara parte de él.

–¿Qué harás cuando dé raíces?

–La plantaré en el Templo de Acuario, en el jardín.

Deathmask miró en silencio a su amigo y sonrió melancólico, para luego perder la mirada en el cielo.

–Dará una bonita sombra...

____

Milo corría sin ton ni son por el declive que formaba la montaña en su paso al valle, tratando de no tropezar con los escombros del deslave. Detrás de él iba Saga, intentando darle alcance, y Surt, ya sin poder tragarse el nudo que se le había formado en la garganta.

–¡Camus! ¡Camus! ¡Camus! –gritaba a todo pulmón el escorpión.

–¡Milo, detente! –gritó Saga mientras estiraba la diestra para agarrarlo. Le rozó el cabello con los dedos, pero no lo afianzó. –¡Detente, Escorpio, que pares ahora mismo, ya!

Milo iba tan fuera de sí que no vio a Aiolia salirle al paso y mucho menos notó que iba a taclearlo. Por un momento, cuando Leo lo tomó de las piernas, voló para luego aterrizar entre la nieve. Saga aprovechó para sujetarlo de los pies, pero Milo pataleó y le dio un golpe con la bota dorada en el mentón, que hizo que la vista del gemelo se nublara unos instantes. El escorpión se incorporó trastabillante y volvió a correr.

–¡Carajo, Milo, cálmate! –gritó Leo frustrado al no conseguir asir la capa de Escorpio.

–¡Y un cuerno que me calmo, gato estúpido! ¡Camus!

Avanzaba errático. Corría. Tropezaba. Caía. Se volvía a levantar para seguir corriendo. Los demás abandonaron la búsqueda para ir tras él y evitar que también se matara como consecuencia de una caída. Siguió su loca carrera cuesta abajo, hasta que sus pies dieron con una roca oculta y voló de nuevo por los aires. Rodó por el terreno abrupto, hasta que dio con el hombro izquierdo en un grueso tronco. Ignoró el dolor y se incorporó.

–¡Camus! –murmuró sin aliento. Como pudo brincó el tronco y siguió avanzando a trompicones. Los perros iban detrás de él.

–¡Está cerca! –gritó Deathmask. –¡Está cerca!

Milo volvió a trastabillar y dio con su humanidad en el suelo. Se empezó a arrastrar.

–Camus... ¡Camus...! –Aiolos lo alcanzó y lo asió por la cintura. –¡No, suéltame, suéltame! ¡Que me sueltes! –siguió arrastrándose por la nieve mientras el arquero trataba de afianzarlo. –¡Basta, suelta, suelta! ¡Camus...!

Al romper la auroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora