1. Rojizo cálido, como el atardecer

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Trigger Alert: Ligera insinuación de acoso

Estaba tensa. Demasiado.

No era para menos, se trataba del último curso de la universidad y eso, para ella, sólo se traducía en problemas. 

Tragó con pesadez un segundo antes de entrar al aula y enderezó los hombros tratando de sentirse un poco más alta.

Nada más cruzar la puerta, la pesada mezcla del aroma de varios alfas inundó sus fosas nasales haciendo que, por un momento, considerara la opción de salir corriendo de allí y no volver. Fingió acomodarse las gafas de montura gruesa que llevaba puestas para presionarse ligeramente el puente de la nariz, tratando de esa manera de aliviar la presión que sentía ya en la cabeza. Sintió, más que escuchó, los gruñidos satisfechos de algunos de los alfa presentes en la habitación y algo en su estómago se revolvió mientras buscaba una butaca dónde dejar su mochila y su libro. Sabía que la estaban mirando y se sentía cómo una presa. Cómo una presa pequeña y frágil. Y odiaba sentirse así.

Se sentó y respiró profundamente, buscando la manera de tranquilizarse. "No dejes ver tus debilidades, tus sentimientos ni tus deseos" era el mantra que se repetía a sí misma desde siempre. Era su regla de oro. Y toda su estabilidad dependía de poder ceñirse a esa premisa.

Porque estaba estudiando Ingeniería en sistemas y aeronáutica, una carrera tremendamente fascinante y que la emocionaba, pero también una carrera tremendamente competitiva, en la que la mayoría de los estudiantes eran alfas y ella... ella era una omega.

A sus 20 años se encontraba ya en el último año de la universidad y sabía que su presencia allí molestaba a muchos de los estudiantes. Los omega pertenecían a las ciencias sociales, a las humanidades o a las artes. A carreras que la sociedad consideraba "inferiores", porque los omega eran inferiores.

Sin embargo, su condición de omega nunca influyó en su mente privilegiada y sagaz, gracias a la que había adelantado años. Y tampoco a su carácter terco y tenaz, que se empecinaba en ir contra las convenciones sociales que no le gustaban. Es por ello que, contra todo pronóstico y sorteando cientos de obstáculos, estaba a punto de graduarse cómo una de las mejores de su generación y tenía ya opciones para hacer su maestría en Diseño de naves aeroespaciales. Sólo tenía que resistir un poco más.

Sonrió de pensarlo.

Observó curiosa a su alrededor, identificando a varios de sus compañeros de cursos anteriores. Una alfa de corto cabello oscuro y actitud hostil le devolvió la mirada desde el otro extremo de la sala. Pidge le sostuvo la mirada sin inmutarse. Acxa era una chica voluble y a ella le divertía hacerla rabiar.

La guerra de miradas fue interrumpida por un chico que les bloqueó el contacto visual al decidir sentarse al lado de Pidge, así que ella regresó su mirada al libro que tenía frente a su mesa esperando a la llegada del profesor. 

El intenso aroma de su nuevo vecino le indicó que se trataba de un alfa, aunque ella detectó algo inusual que llamó su atención. La mayoría de los alfa desprendían un aroma intenso y penetrante que, cuándo había poca distancia, impregnaba sus fosas nasales cómo quién entra a una perfumería dónde alguien acaba de probarse medio inventario. Eran aromas agresivos que les permiten a los alfa apropiarse de la atención y los espacios sólo con su presencia. Pero el de este alfa era diferente, sí era intenso pero no resultaba agresivo ni penetrante, sino que era más suave, cómo una sutil invitación a acercarse. No pudo contener la curiosidad y buscó el origen del aroma con la mirada.

No lo conocía. Era un chico alto cómo cualquier alfa, de cabello negro azabache, piel pálida y melancólicos ojos gris azulado. Llevaba puesto una playera negra deslavada que acentuaba sus músculos trabajados, pantalones negros que se ceñían ligeramente a sus piernas largas y una desgastada chaqueta de piel negra que, en conjunto con su corte mullet y su flequillo desordenado que le caía sobre los ojos, le daban un aspecto bastante emo. 

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