El primer esposo (pt.1)

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Era su fin.

En segundos la manada de lobos la despedazaría viva. Trozo por trozo. Las lágrimas comenzaron a caer. La saliva de los animales se escurría por la mandíbula inferior y el cuerpo le temblaba.

Iba a gritar, pero llevaba pidiendo ayuda desde que llegó a ese lugar, así que la garganta eventualmente se secó y ahora sólo rasposos quejidos salían de sus labios.

El primero se lanzó y cerró los ojos con fuerza, rogando a los dioses que la mordida le quitara la vida en su soplo para no tener que sentir cada uno de los colmillos de esos diez feroces animales hambrientos.

Pero pasó un segundo, luego dos, después un horrible quejido lastimero que la sobresaltó y al abrir los ojos tuvo que restregarlos porque la bestia que estaba frente a ella era sacada de un cuento.

Cuando la manada de lobos desapareció en un abrir y cerrar de ojos, esos penetrantes írises azules la enfocaron y se acercó sigiloso. Ella trató de arrastrarse lejos, pero el cansancio no le permitía ponerse de pie y el tronco de un árbol sólo la terminó arrinconando.

Quería gritar. Si antes diez lobos eran una pesadilla, un zorro anaranjado de diez colas del tamaño de un tigre definitivamente era un tormento.

Acercó la nariz y la olfateó unas cuantas veces. Ella sintió un cosquilleo en los pies cuando el animal le dio una lamida y entonces, cuando ella creía que todo no podía ser más extraño, pasó: el zorro se convirtió en humano.

Sí. Justo frente a ella.

De un mítico zorro de leyendas pasó a ser un joven atlético y de piel bronceada, brillante cabello dorado, unas peculiares marcas en el rostro y dos símbolos en el pecho cerca del cuello fue el menor de los problemas.

— ¡Eres una hembra! —exclamó con una sonrisa potente y cegadora— ¡Y esos ojos! ¡Wow! Nunca había visto ojos como los tuyos, de veras. ¿De qué tribu eres?

Él se acercó tanto que su nariz tocó la suya y con un esfuerzo fugaz empujó al joven del pecho, pero ese toque fue una hoja chocando contra el roble más viejo.

El muchacho agarró sus manos y acarició las palmas de la chica con su rostro. Como una caricia que cualquier mascota busca por sí misma.

—Vaya, eres muy suave.

Al tratar de alejarlo una vez más se percató que el guapo muchacho estaba desnudo. Completamente.

La sangre se le fue a la cabeza, su rostro enrojeció cual manzana jugosa y perdió la conciencia.

Despertó en una cabaña. Su cuerpo estaba cubierto de pieles y el aroma era una mezcla de restos de comida y hierbas lo que la levantó en un salto para dejar el lugar, pero al llegar a la puerta, que más bien era una cortina de enredaderas, golpeó contra una roca y antes de caer al suelo una mano agarró la suya y de pronto se vio envuelta en unos musculosos brazos.

— ¡Despertaste! —expresó el joven y cuando la horrible y desvergonzada imagen de antes amenazó con desmayarla de nuevo se dio cuenta que el bronceado joven tenía una piel envolviendo su parte inferior.

— ¡Creí que esos lobos infelices te habían lastimado y te traje a mi tribu lo más rápido que pude!

Ella lo alejó porque estar cerca del torso desnudo de un apuesto muchacho la ponía nerviosa y tratando de decirle cualquier cosa, él cambió esa sonrisa por una mirada sombría y celosa. Dio la vuelta y la puso detrás de él mientras gruñía de manera peculiar.

Fue cuando ella se dio cuenta que afuera de la cabaña habían más hombres de diversas edades, alturas y contexturas. Todos intentando dar un vistazo dentro de la cabaña donde se encontraba.

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