El frío que le golpeó la cara al bajarse del auto fue el mismo que empañó el parabrisas.
No fue lo único que golpeó a Annabeth esa mañana al estacionar entre la iglesia y la escuela del pueblito pescador en el que había crecido. Nostalgia, en un principio. Recuerdos. Rodillas raspadas, abrazos, veranos en la playa y primaveras frescas. Navidades, como esa que la trajo de vuelta.
Metió las manos en los bolsillos de su abrigo tratando de apaciguar el temblequeo nervioso de sus dedos. Nunca se pudo deshacer de ese tic. Avanzó caminando por los adoquines torcidos de la vereda las cuadras que quedaban hasta su casa. La casa de sus padres, se corrigió.
Había pasado tanto tiempo que se negó a observar todo a través de los vidrios nublados de su auto.
Bajo la sombra de los árboles desnudos por el invierno, que salpicaban su camino, no pudo evitar imaginar su bienvenida. Su padre y Elena estarían felices de recibirla. ¿Qué pensarían Bobby y Matthew? Eran unos niños cuando se fue, pero ya no. Se tranquilizó pensando que no sería muy distinto a hablar por videollamada. Las fiestas pasadas las habían pasado separados porque ella aún estaba estudiando y trabajando. Pero ahora que al fin se había graduado, y cuando ellos viajaron a L.A. para verla cumplir su sueño, se prometió volver.
Le costaba admitir que los echaba de menos. Que extrañaba la cafetería de Hestia, el parque del viejo roble, la esquina del correo. Siguió caminando. No tardó en darse cuenta el factor común en sus memorias: las citas por la tarde de café y chocolate caliente, los picnics en el verano en la sombra de ese roble, los besos de despedida a la salida de la escuela en la esquina. Sintió que algo le obstruía la garganta.
Cuando llegó a la puerta de madera oscura un alivio instantáneo la invadió. Estaba en casa. Estaba de vuelta. Lo había logrado.
Tocó el timbre. La valija con su ropa descansó a su lado y escuchó los pasos de su padre antes de que pudiera abrir la puerta.
Le dio la bienvenida con una sonrisa y el abrazo más fuerte que había recibido en mucho tiempo. El aroma del almuerzo la atrajo a la cocina.
—¡Freddie! ¿Es Annie?— La voz de Elena le sacó una carcajada. Le parecía ridículo recordar lo mal que se llevaban cuando todavía era una adolescente. —¡Ven aquí!¡Cuanto te extrañe, niña! Matthew, Bobby, ¡llegó su hermana!
Annabeth no podía parar de sonreír. Cayó en la cuenta de la soledad en la que vivía desde hacía cuatro años. Sí, había conocido mucha gente y tenía amigos en L.A, pero no era lo mismo. Nadie le daba una bienvenida calurosa en su pequeño apartamento en la ciudad.
Bobby apareció por las escaleras y lo primero que le vino a la cabeza fue lo alto que estaba. Le dió un abrazo y se sentó con ellos en la mesa. Seguía oliendo a ositos de gomita y su cabello estaba algo largo. Matthew tardó tres minutos más en aparecer con auriculares colgando de su cuello y se sentó frente a ella. Charlaron hasta que estuvo lista la comida.
—¿Cómo estuvo el viaje?—Los lentes se resbalaban por la nariz de su padre. Sus ojos eran cálidos y tenía puesto ese suéter gris que le quedaba grande.
—Bien, bien—se acomodó el pelo rubio con las manos—. Un poco de tráfico al principio, pero cuando te alejas de la ciudad es más tranquilo.
El viaje en carretera fue un descanso mental para Annabeth. Si, podría haber viajado en avión y ahorrarse horas de camino y dinero en combustible, pero necesitaba organizar sus pensamientos (su tortura diaria), y manejar le ayudaba, le daba el sentimiento de control. Eso sí, estaba agotada.
Elena regañó a los chicos para que pusieran la mesa y se negó a que Annabeth ayudara. Comió hasta saciarse, llenándose del sabor casero. Ella nunca fue buena cocinando y no le cuesta admitir, aunque hiriera su orgullo, que en Los Ángeles vivía a base de delivery y restaurantes.
Con el estómago ya lleno, el sueño no tardó en invadirla. Continuaron la charla en el sofá junto al cálido hogar y se excusó con el cansancio del viaje para retirarse. Subió al segundo piso, arrastrando el equipaje a su espalda. Abrió la puerta blanca del final del pasillo, la de su cuarto.
No creyó que estaría tan igual. El escritorio seguía frente a la ventana, la biblioteca, que ahora estaba medio vacía por la falta de algunos de sus libros (estaban seguros en su departamento en la ciudad); la pared gris decorada con fotos desgastadas por la exposición al brillo del sol.
Se miró en el espejo pegado a la puerta del guardarropa. Había cambiado tanto y a la vez nada. Se soltó el pelo y lo desorganizó un poco. Miró las fotos de la pared por el reflejo. Se acercó a la ventana y respiró el aire fresco por un segundo antes de que se helara la nariz y tuviese que cerrarla.
Abrió la cama, se acostó y cerró los ojos, con la imagen del techo como su última visión antes de perder la consciencia.
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¡Felices fiestas!
Esta pequeña historia es algo en lo que estuve trabajando un tiempo. Contará de un par de partes.
Mi deseo es que sea como una película rom-com navideña, una historia ligera que te haga sonreír o pensar "como si esas cosas pasaran" (*inserte meme de shrek* )
Espero que lo disfruten ❤
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'Tis the damn season
FanfictionLuego de cuatro largos años de estudio, Annabeth vuelve de Los Ángeles a su pueblo natal para celebrar las fiestas y se reencuentra con su pasado 🖤🖤🖤 Hola, esper...