Capítulo XIV: Una vida que se va

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Corría por las calles de Saint Germain rumbo a su casa, la mansión donde él, Nicolás Flesselles, había vivido los últimos años con su tío

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Corría por las calles de Saint Germain rumbo a su casa, la mansión donde él, Nicolás Flesselles, había vivido los últimos años con su tío. La ropa que vestía, calzas, jubón y levita, se la había prestado Charlotte. La dama se mostró receptiva a su historia inverosímil, ella le creía y en ese hecho encontró algo de consuelo. «Es una nueva oportunidad —le había dicho—. Estás vivo».

Y era cierto. Pero por más que intentaba sentirse feliz con el pensamiento, no podía. Lo que había vivido las últimas semanas, el hambre, la miseria, la humillación y la discriminación por ser un mestizo, eso ¿a quién debía agradecérselo?

Lo había perdido todo y ahora no era nadie.

Cuando estuvo frente a las rejas labradas de la mansión de su tío, de nuevo lo asaltaron los espasmos de terror y ansiedad. ¿Qué podía decirle? Dudaba de que le creyera como lo hizo Charlotte.

Avanzó con paso dubitativo. El jardín de flores estaba igual que siempre y los empleados se afanaban podando las ramas que sobraban en los arbustos. Ninguno de aquellos hombres lo saludó, ninguno lo reconocía.

En lugar de entrar en la casa, siguió a las caballerizas. Deseaba ver a Mistral. Nicolás recordó aquel infortunado incidente donde Eugène le cortó la garganta al caballo para después devorarlo, apretó los puños y dejó que las lágrimas corrieran por su rostro.

Eugène, su sirviente, su amigo, su amante. Eugène, siempre Eugène.

Abrió la puerta del establo y el olor le inundó las fosas nasales. En lugar de parecerle desagradable, aspiró profundo y se llenó de él. La sensación de hogar le invadió y lo dejó impávido en el umbral. El relincho de su caballo le arrancó un sollozo ahogado y lo hizo correr hasta él.

—¡Mistral! —dijo, y deslizó la mano por el lomo pardo y aterciopelado del corcel.

Fue inevitable recordarlo.

Eugène cepillando el pelo corto como cerdas, sus ojos grandes y hermosos, que lo veían con picardía. Y ese mismo joven era el culpable de su suerte.

¿Por qué estaba en el sitio cuando murió? Un escalofrío le recorrió ante lo terrible que era aquel pensamiento. ¿Acaso Eugène y Samir planearon su muerte para robarle?

La cabeza empezó a dolerle. Se llevó las manos para sujetarla y, entonces, volvió a recordar.

 Se llevó las manos para sujetarla y, entonces, volvió a recordar

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Sueños de Rebelión (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora