Capítulo XVIII: Volver a empezar

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1 de agosto del 1789

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1 de agosto del 1789

Un ruido metálico lo despertó. Al abrir los ojos, se encontró a Margot hurgando entre todos los cachivaches que había junto a la chimenea como si buscara algo que no alcanzaba a encontrar.

—¿Tienes que hacer tanto ruido? —gruñó.

—¿Ya te has despertado, caraculo? Me alegro. —Su voz sonaba molesta y ni siquiera se dignó a mirarlo. Tiró una sartén al suelo y empezó a gritar—: ¿Cuándo piensas reaccionar? ¿O te vas a quedar ahí tumbado hasta que se acabe el mundo? ¿Qué hay de tu trabajo en el puerto?

Eugène entendía su malestar. Hacía una semana que habían enterrado a su madre y, desde entonces, él había sido incapaz de reaccionar a nada. De hecho, en todos esos días había sido incapaz de llorar. Se puso en pie y se desperezó. Luego, se detuvo frente a la ventana. Sería un día soleado. ¿Por qué tenía que hacer sol? Deseaba que lloviera.

—No puedo volver al puerto —explicó—. Pero buscaré otra cosa, enana. Solo necesito algo de tiempo.

—¿Tiempo? ¿Tiempo? Tiempo es lo que no hay. —Continuó buscando hasta dar con una pequeña cazuela de arcilla—. Me la llevo. La voy a vender.

—¡No puedes venderla! —exclamó él. Se levantó y la alzó sobre sus cabezas.

Margot se puso de puntillas para recuperarla, pero era inútil, su estatura era mucho menor a la de Eugène.

—Dámela ahora mismo, imbécil. Solo es una cazuela y me van a dar un pico por ella. Te recuerdo que la comida no va a venir sola y con lo que gano vendiendo diarios no alcanza.

No obstante, él no entraba en razón. ¿Cómo se le ocurría venderla?

—Enana, te prometo que traeré dinero, no la vendas, por favor.

—Esta cazuela es un trasto inútil, no la vamos a utilizar nunca más. ¿Se puede saber por qué no quieres que la venda?

Su mente retrocedió en el tiempo, a poco después del nacimiento de Margot y de la muerte de su padre. Una época en la que si bien hubo pobreza, el pan nunca faltó en sus mesas. Visualizó aquellos días hogareños en los que, a menudo, Samir —el verdadero— se reunía con ellos. Días de auténtica felicidad.

La niña, molesta, soltó un gruñido y fue a la habitación.

—¿Qué haces? —la increpó Eugène.

—¿Que qué hago? Voy a ver qué hay que pueda vender, y si no encuentro ninguna joya, venderé la estúpida cazuela.

El joven de ojos castaños no podía permitir que entrara ahí, no lo habían hecho desde el día del entierro. Habían renegado de la cama y habían dormido juntos en el colchón del salón. ¡Ahora su hermana pretendía saquear aquel cuarto! La cogió fuerte de la muñeca para oponerse a ella.

Sueños de Rebelión (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora