Capitulo X: ¡A las armas!

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13 de julio de 1789

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13 de julio de 1789


Cuando terminó la reunión, los ánimos estaban exaltados y gran parte de la muchedumbre asistente, molesta. Según lo que habían dicho Charlotte y un grupo de nobles que estaba con ella, después de que el rey no dejara entrar en Versalles a la recién constituida Asamblea Nacional y de que no quisiera atenderlos, tuvieron que reunirse en una cancha de tenis y escribir nuevas leyes con la esperanza de que el rey, esta vez, sí escuchara. Pero lo que hizo semanas después, fue destituir a Necker, el ministro de finanzas.

Y para mayor desastre, ahora Luis XVI desplegaba tropas en Versalles, Saint Dennis, Savrès y el Champ-de-Mars. La gente decía que contrataba mercenarios de Alemania y Suiza para arrasar París.

Sí, la gente estaba molesta y Samir tenía una clara idea de lo que sucedía. La burguesía y el Tercer Estado se unían ante un enemigo en común: el Rey. La burguesía ilustrada lo hacía para perseguir mejoras permanentes, como derechos e igualdad para todos —y en especial para ellos mismos— y al pueblo, que estaba sumido en la pobreza absoluta, le urgía satisfacer las necesidades más inmediatas, como el hambre.

—¿Habéis oído? —preguntaba una señora, con la voz enojada—. En el convento de Saint Lazare tienen escondido el trigo.

—¿Cómo dices? —contestaba alguien, cerca de ellos—. Si es así, vayamos hasta allá, no nos van a matar de hambre.

—¡No! —decía otro—. Vamos al Ayuntamiento. Los electores de París han prometido armas, han constituido la Guardia Nacional. A un primo y a otros conocidos los han nombrado parte de la milicia. ¡Debemos defender París!

Al salir de la casa de Charlotte, Samir y Eugène se encontraron rodeados de una vorágine furiosa. Personas divididas en el camino a seguir, pero todas con un destino en común: la Revolución.

—Esto es imparable —dijo para sí mismo Samir, mirando cómo las personas a su alrededor gritaban consignas y parecían dispuestas a todo.

—¡Claro que lo es! —exclamó Eugène, en sintonía con la muchedumbre—. Es lo que hemos estado esperando, Samir: el fin del hambre, de la miseria, de la desigualdad.

Samir miró a su alrededor, hombres y mujeres marchaban decididos. En sus manos cargaban azadas, trinches, guijarros, cuchillos, cualquier arma. Se erigían como patriotas dispuestos a morir por su nación. Analizaba la situación y su ánimo se encontraba dividido. Le era imposible no simpatizar con Eugène y los demás, después de todo, padecía en carne propia la pobreza. Sin embargo, también sentía una punzada de desasosiego en su interior: no confiaba del todo, había demasiado odio y se podría salir de control.

A su lado, su amigo había comenzado a cantar consignas uniéndose a la voz grupal. Y como si aquellos cantos conllevaran en sí mismos un hechizo. A medida que atravesaban París rumbo al Palais-Royal, más gente se sumaba a la marcha triunfal. Cuando cruzaron el Sena eran cientos, tal vez miles.

Sueños de Rebelión (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora