—¡Eugène!
Al verlo se quedó sin palabras. Él estaba allí, mirándolo con sus ojos castaños, sorprendidos. No sabía qué decirle ni mucho menos qué hacía en el umbral de su puerta, pero se alegraba de que así fuera.
Por un momento quiso abrazarlo, expresarle cuánto lo había extrañado, contarle que por las noches no dejaba de soñarlo y que continuaba reviviendo en su mente una y otra vez el mágico momento en que sus almas se fundieron en un nuevo ser, único y completo.
Sin embargo, se acobardó y dejó que el silencio se instalará entre los dos. No le dijo nada, solo observó lo adulto que se veía, quizá era la melancolía en el rictus de su boca o aquella llama ardiente que siempre había bailado en sus pupilas y que en ese instante lucía casi extinta. Así como Nicolás no era el mismo, Eugène tampoco lo era.
—¿Quieres pasar? —le preguntó con ansiedad, deseando que no se negara.
Eugène volvió a contemplarlo en silencio y casi estuvo seguro de que se iría, pero no sucedió.
—Sí —le respondió, dubitativo—. Tenemos muchas cosas de las que hablar.
Nicolás cerró los ojos mientras él entraba, y aspiró profundo, volvía a sentir su aroma a lavanda. Miles de recuerdos lo golpearon de su otra vida y de esta, de momentos que había compartido con él. Se dio cuenta de lo solo que se había sentido en los meses que llevaba sin verlo y de cuánto lo echaba de menos.
—Siéntate, por favor —dijo, y trató de aparentar seguridad para que Eugène no se diera cuenta de que por dentro estaba en pedazos. Sonrió—. ¿Quieres té o ya te gusta el chocolate?
El comentario surtió efecto, porque su antiguo sirviente también sonrió.
—Charlotte me ha dado chocolate y no me ha parecido tan malo.
¡Charlotte! Así que de eso se trataba, había sido ella. La mujer se había convertido en su hada madrina. Nicolás amplió la sonrisa y asintió.
Caminó hasta la pequeña cocina y rebuscó en los estantes. Colocó una olla con agua en la estufa y, mientras esta hervía, regresó al pequeño salón donde Eugène esperaba.
El joven miraba a su alrededor deteniéndose en los muebles de madera, que no era fina, pero estaban en buen estado; en las lámparas de gas; en la pequeña alfombra; en los libros en el estante.
—¿Y cómo has estado? —quiso saber—. ¿Cómo se encuentra Margot?
Eugène asintió. Su mirada era esquiva, lo veía de soslayo como si le diera miedo hacerlo de frente. Sentir que el rechazo seguía presente lo descorazonó.
—Bien. Estamos bien —le dijo el joven mirando las manos entrelazadas en su regazo—. He conseguido un empleo en el mercado. No pagan mucho, pero con lo que junta Margot de los periódicos tenemos para vivir.
—Me alegra oír eso.
—¿Y Samira y la abuela? ¿También viven aquí? ¿Les has...? —Eugène no terminó la pregunta, tal vez por miedo. Quizá sus ojos traslucían la tristeza que aquel tema le traía.
—¿Si les he dicho? —completó, y se rio, no obstante, su risa fue triste—. Se lo conté a Samira y me llamó loco, que la memoria me había regresado, pero enferma. Aunque creo que poco a poco va convenciéndose. —Nicolás jugueteó con los dedos sobre su regazo—. A veces la sorprendo mirándome con miedo y dolor. Y otras la he escuchado llorar hasta tarde en su habitación. —Cuando subió la vista, Eugène lo miraba compasivo—. Samira sigue con lo de las muñecas. Ahora que tenemos un poco más de dinero, la calidad es mejor: los vestidos son más bonitos y, también, las pinturas con la que les cubre las mejillas y los ojos. Se venden muy bien. Sé que está ahorrando. Cuando tengan suficiente me mudaré. No quiero ocasionarles más dolor. Hice una promesa y seguiré cumpliéndola así sea en secreto
![](https://img.wattpad.com/cover/291481232-288-k608106.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Sueños de Rebelión (Terminada)
Fiction HistoriqueFrancia 1789: la semilla de la Revolución crece sin control alguno. Eugène, un joven optimista y soñador que vive en la pobreza absoluta, escucha las ideas llenas de cambio y sueños de Igualdad, Fraternidad y Libertad. Palabras que le harán dar el...