Todos somos culpables del terrible delito de desear la felicidad,
no hay inocencia que valga, pues con dolo la perseguimos,
acompañados de alevosía y premeditación,
hasta hacerla nuestra, hasta cumplir con nuestra obsesión.
Todos somos culpables del terrible delito de desear la felicidad,
no hay inocencia que valga, pues con dolo la perseguimos,
acompañados de alevosía y premeditación,
hasta hacerla nuestra, hasta cumplir con nuestra obsesión.