4. El frío y la distancia

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—Yoongs... —susurré contra el oído de Yoongi, pegándome a su espalda para poder rodearle con mis brazos y llevar mis labios a su cuello. Me encantaba que fuera tan pálido que, al más mínimo de mis roces, se enrojeciera al instante. Aunque si había algo que me gustaba mucho más que eso, era la reacción instantánea que siempre tenía ante mí cuando le despertaba de ese modo: un murmullo ronco acompañado de su piel erizada y una de sus manos sobre las mías.

—¿No tienes más sueño?

—Nope —dije más bajito contra su oído, antes de dejar un besito justo al lado.

—¿Quieres mimos?

—Un ratito.

Yoongi se giró para encararme y, todavía con los ojos cerrados, acercó su cara a la mía, esperando que, como siempre, yo diera el primer paso para besarle. Lo hice en menos de un segundo.

Aquello era una costumbre. Una a la que me había aferrado sin ser consciente y que se hacía habitual después de cada atraco, fuera del calibre que fuera. Quizá porque Yoongi siempre se mostraba demasiado frío y distante. Quizá porque me daba miedo que esa frialdad fuese para mí y se quedara para siempre. Quizá por eso, cuando conseguíamos acomodarnos y volver a la calma de la preparación de un nuevo golpe, siempre reclamaba sus labios y su cariño. Y él siempre me lo daba; sin pedir nada a cambio y sin exigir más de lo que yo quería.

Por eso sus labios, en cuanto se unieron a los míos, fueron tan lentos como yo pedía (además, supongo, de los restos de cansancio que todavía tenía y que notaba en la pereza con la que sus manos se enroscaron en mi cuerpo). Por eso, cuando yo empecé a demandar más, metiendo mi lengua en su cavidad, él también incrementó el ritmo del beso.

Quizá por eso cada mañana de calma le pedía besos y cariño: para recordar que Yoongi solo era calor conmigo.

Eso era lo que sentía a medida que su lengua bailaba junto a la mía con ferocidad. A medida que sus manos y su cuerpo entero reaccionaban al beso y me apretaban con más fuerza. La de sus manos en mis caderas y sus labios contra los míos cada vez que nos separábamos solo unos milímetros.

A mí me daba miedo su frío, pero a él mi distancia, por eso siempre que nos besábamos de esa forma, acabábamos de la misma forma.

Cuando intenté alejarme de sus labios, Yoongi retuvo mi inferior entre sus dientes antes de adelantar su cabeza de nuevo para volver a reclamar mi boca como suya. Y yo, empezando a emborracharme con su pasión, me moví hasta colocarme horcajadas sobre su cuerpo: las rodillas una a cada lado de sus caderas y mi pecho pegado al suyo mientras mi boca demandaba más control todavía. Pero con Yoongi nunca había control por parte de uno de los dos, sino cooperación. Por eso, cuando llevé mis manos a su cara para que no se separase nunca, él lo entendió y aumentó el ritmo, sin alejarse de mis labios ni siquiera cuando nos quedamos sin aire.

—¿Quieres follar? —preguntó. Su boca estaba todavía tan pegada a la mía que movía la mía al hablar. Y como sabía que iba a notarlo por nuestra cercanía, simplemente asentí—. ¿Metimos ayer los condones en la mesilla o busco en la maleta?

—Creo que están en la maleta... Pero voy yo.

—Espera un momento, Gam...

Así era como Yoongi me llamaba cariñosamente desde siempre. Ni siquiera recuerdo la primera vez que usó ese nombre, pero cada vez que lo escuchaba, me hacía sentir en casa. Por eso, cuando sus labios volvieron a chocar con los míos lo hicieron con más cariño, uno al que yo correspondí.

Nuestras lenguas eran más cálidas, más amables, y nuestros cuerpos, en consecuencia, empezaron a acariciarse con más calma; pero eso nunca había significado nada malo para mí, sino todo lo contrario. Porque poder mover las caderas sobre su paquete con tanta lentitud me hacía disfrutar mucho más que un polvo sucio y duro. Y a él, aunque siempre dijese follar como si no hubiese ningún tipo de sentimientos de por medio, le pasaba igual. Porque su pene se empezó a endurecer bajo la tela de mis bragas. Demasiado rápido para la velocidad con la que nos estábamos besando, pero nunca me quejaba porque esa era otra cosa que me encantaba. Como el color rojísimo que tenían sus labios cuando me atrevía a abrir los ojos para mirarlos; como el negro de sus ojos: pequeños, alargados... pero profundos.

Mousetrap - myg, jjkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora