CAPÍTULO 4

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Se volvió y me observó con frialdad. —¿Quieres que me vaya? —Su tono de voz era glacial. De repente, me di cuenta de
que estaba desnuda. Cogí la blusa y me la puse a toda prisa.
—No, eso sería absurdo.
—Muchas mujeres quieren quedarse solas después —dijo, encogiéndose de hombros—. A mí me da lo mismo. —Su voz
era glacial y dulcificante al mismo tiempo, lo cual es una contradicción en sí misma. Sin embargo, esa es la impresión que tuve.
Me abroché la camisa sin dejar de mirarla. Estaba allí plantada, con los brazos cruzados, las piernas separadas y el aspecto de
una fortaleza imponente. Me acerqué a ella. Siguió mi avance con la mirada, pero no se movió. Me quedé parada delante de ella y alcé los ojos hacia su rostro. Madre mía, pensé, estas mujer si que es hermosa.

—No quiero quedarme sola y tampoco quiero irme—. La observé sin inmutarme. Arrugó los labios en un gesto burlón y me miró.
—¡Ah, la señorita le está cogiendo el gusto a esto! —Se echó a reír, pero su risa me sonó muy sentimental. Se inclinó un poco—.
Hasta hace un momento no lo sabías y estabas enfadada. Ahora lo sabes y ya... — chasqueó los dedos— te excita. Hasta hace un momento, no era más que una aventura exótica, algo fuera de lo habitual. ¿Me equivoco? Pero ahora... ¡qué oportunidad!
¿Cómo será acostarse con una mujer que lo hace por dinero? Te gustaría saberlo, ¿verdad? ¿Por qué no probarlo, ya que
estamos aquí? —Me dio la espalda y se desabrochó los botones de la camisa
—.Espero que te hayas traído la chequera — añadió, por encima del hombro—, porque soy muy cara. Se quitó la camisa con un gesto rápido y la dejó caer sobre una silla. Me fijé en su espalda tersa y oí el chirrido de la cremallera. Se quitó las botas de una sacudida y, un
Instante después, los pantalones fueron a parar al mismo sitio que la camisa. Estaba completamente desnuda. Con un movimiento
enérgico, se dio la vuelta y mantuvo los brazos alzados durante unos segundos.

—Aquí me tienes —dijo—, a tu disposición. Finalmente tenía la oportunidad de volver a mirarla y confirmar una vez más lo que ya
había notado a primera vista: que era increíblemente hermosa. Me acerqué y la toqué. Su piel irradiaba frío, como si fuera una estatua de mármol.

—No —negué con la cabeza—, no, no pienso hacerlo. No te voy a tratar como a una puta sólo para que puedas librarte más fácilmente de mí —dije, mientras retrocedía.

—Pero cielo. —Arqueó las cejas, como si quisiera expresar perplejidad por el hecho de que, obviamente, yo desconocía las reglas—. Tú me pagas y yo soy tuya. Ven aquí. — Sonrió con mucha profesionalidad y se acercó a mí. Alargó la mano hasta mi oreja y me acarició con el pulgar una zona muy sensible, justo debajo del lóbulo. Cerré los ojos—. Eso está mucho mejor —ronroneó. Quise olvidar, dejarme llevar por la placentera sensación que me producían sus caricias, pero no pude. Abrí los ojos y me di cuenta de que ella seguía sonriendo con mucha profesionalidad—. ¿Qué te gustaría hacer? Dímelo, aunque no sea muy habitual. Haré realidad todos tus deseos.

Qué te gustaría hacer? Dímelo, aunque no sea muy habitual. Haré realidad todos tus deseos. Déjate de inhibiciones. Interpretaba su papel como si fueran los créditos iniciales de una película. De repente, sonrió con aires de complicidad. Dejó de acariciarme tras la oreja y deslizó las manos por mi cuerpo hasta llegar a las nalgas. Se arrodilló y entonces comprendí lo que le rondaba por la cabeza: hasta entonces no me había dado cuenta porque había estado demasiado pendiente de su interpretación y de mis sensaciones. Le aparté la cabeza.

—¡No hagas eso!
Se le borró la sonrisa del rostro. Se puso pie con una expresión de indiferencia y me observó con frialdad.

—Como quieras. Es tu dinero. Si lo prefieres, puedes pegarme por el mismo precio.
En toda mi vida, nunca había estado en una situación íntima con una mujer capaz de desconectar con tanta rapidez. Me ponía nerviosa. Quería saber qué sentía en realidad, pero me daba rabia que me dominara de aquella manera. Y jamás se me ha dado muy bien ocultar la rabia... Le lancé una mirada cargada de indignación.
Ella volvió a sonreír de inmediato y trató de apaciguarme.

—Seguro que hay muchas cosas que jamás te has atrevido a preguntarle a una mujer.Me puso otra vez la mano detrás de la
oreja. Podría haber resultado un gesto de una ternura maravillosa, si no fuera porque le había salido de forma mecánica. Aun así,
disfruté de aquel momento de paz. Se inclinó y me dio un delicado beso en los labios. Por un momento, quise creer —o mejor dicho, imaginar— que ella veía en mí a la mujer amada, no sólo a la clienta.
Mientras me besaba con cuidado —sí, esas son exactamente las palabras, con cuidado; no se le olvidaba nada importante—, dejó resbalar la mano derecha por mi cuerpo. Deslizó la mano izquierda bajo mi camisa y jugueteó con uno de mis pezones hasta que se me puso duro. Me sentí mal al darme cuenta de que lo único que hacía era seguir una rutina mecánica, algo que probablemente había hecho miles de veces exactamente de la misma forma.

Quise apartarla de mí, pero mis manos fueron a parar justo sobre sus pechos, que eran increíblemente suaves. Su piel aterciopelada se estremeció al entrar en contacto con mis dedos. Le acaricié los
pechos y ella empezó a gemir de inmediato, mientras se acercaba más a mí. Al principio me quedé un poco sorprendida, pero de
repente entendí qué estaba haciendo. Lamenté mucho tener que separarme de sus pechos de terciopelo, pero la aparté de mí. Ella me observó con una mirada serena, en la que no había rastro alguno de excitación.

—¿No te gustaba? —me preguntó, con un interés profesional.
Traté de observarla fijamente, pero ella me rehuyó y su mirada se perdió más allá de mi hombro—. Lo siento, necesito un poco de
tiempo para adaptarme a ti. Mis clientas no suelen hacer peticiones tan... excéntricas.

No pude evitar una sonrisa. En aquel momento parecía indefensa, y eso me gustó mucho más que la seguridad en sí misma de la que había hecho gala hasta aquel momento. Le dediqué una mirada llena de cariño.
—Eres preciosa. —Vi un leve parpadeo en su mirada, pero después su rostro se volvió impenetrable una vez más.
—¿Y entonces por qué no me deseas? — me preguntó en tono glacial—. Pagas por hacerlo. Las otras...olvídalo. Solo dime qué quieres que haga, o si hay algo que no quieres que haga...
Abrió la mano, en un gesto de impotencia.

Por mi mente cruzó una idea: no deseaba, bajo ningún concepto, entrar en su juego, pero ya que estaba dispuesta a escucharme...
Siguió observándome con una mirada gélida, mientras esperaba.
—Túmbate —le ordené, en el tono más autoritario que pude. En su rostro apareció un destello fugaz de sorpresa, pero se esfumó de inmediato. Se giró y dio un paso; después permaneció inmóvil.

—¿Dónde? —preguntó en tono cansado, como si le hablara al aire. Su espalda, ya de por sí rígida, estaba más recta que nunca.
—En la cama —dije, con decisión. Se puso en marcha y se dirigió con garbo hacia la cama. Después de tumbarse, me tendió los brazos.
—Ven —dijo. Obviamente, había decidido prescindir de su actitud profesional, pues en su rostro había una expresión de auténtica y deliberada indiferencia. Atravesé la habitación y me detuve cerca de la cama.

—Así no —objeté—. Date la vuelta. Vaciló, mientras yo esperaba. Después se tumbó boca abajo muy lentamente, al mismo
tiempo que me observaba de reojo con cierta curiosidad. Me fijé en la delicada curva que formaba su espalda y concluí que realmente era una mujer muy hermosa. ¿Por qué habría decidido dedicarse a...? Bueno, era una reflexión absurda, sus motivos tendría. Noté un cosquilleo en los dedos, que se morían por tocarla, pero me limité a dibujar en el aire el perfil de su cuerpo. Me incliné y deposité un beso entrecostillas. Ella dio un brinco.
—Ni se te ocurra gemir —le advertí—, ya me conozco tu numerito.
—A las otras les gusta—replicó, mientras se encogía de hombros, con su voz fría e indiferente.
—Pero a mí no, así que olvídate. No le veía la cara, pero habría jurado que en ese momento estaba sonriendo.
—Como te he dicho antes, eres un tanto... excéntrica. Volví a besarla entre las costillas y noté cómo tensaba el cuerpo. Intentó reprimir un escalofrío y yo sonreí: no estaba mal, para empezar. Empecé a cubrirle el cuerpo de besos: despacio, con mucha ternura, mis labios avanzaron desde el cuello hasta los hombros, luego hacia los brazos y después de nuevo hacia las costillas . Recorrí sus costillas con la boca y me entretuve unos instantes en el hueco al final de su espalda.

MI REINA DE LA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora