CAPÍTULO 10

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Tuve que convencerme que las cosas volverían a la normalidad y que, me olvidaría de santana pero es que Una chica guapa, especialmente si era morena, podía hacer lo que quisiera conmigo, que me gustaría casi al instante. Pero repito con santana es diferente es hasta mas intenso Ya me lo Profetizó una de mis abuelas, que dijo que yo no lo tendría fácil en la vida. En aquel momento, me molestó bastante pero... ¿acaso no había acertado? ¿Por qué tenía esa tendencia a complicarme innecesariamente la vida? Me fui a casa convencida de que sencillamente era inevitable, lo cual tampoco era nada nuevo, pues ya estaba pensado en santana nuevamente

El corto paseo me sirvió al menos para tranquilizarme un poco, o eso creía yo. Me tumbé en el sofá y, de inmediato, empecé a desearla otra vez: olí su perfume, sentí su piel, la vi frente a mí....Pero no como la había visto la mayor parte del tiempo, sino como yo quería verla, es decir, como una mujer que me amaba y que me permitía amarla.

Sentía tantos deseos de tocarla que de repente, empecé a notar un calor muy intenso por todo el cuerpo. Pensé que tal vez se trataba de la excitación de antes, que no había sido aplacada, así que me puse a dar brincos para tratar de sacudírmela dem encima. Sin embargo, mi cuerpo no se dejó engañar, al menos no con movimientos tan insignificantes. Lo único que podía hacer era tomar la bolsa de deportes e irme al gimnasio.

Cuando terminé mi habitual rutina de dos horas, que normalmente hacía dos o tres veces por semana, me dirigí a la sala de
máquinas, y cuando ya no fui capaz de levantar ni una sola pesa más porque me temblaban todos los músculos, me dirigí a las
bicicletas estáticas. Seleccioné la opción “carrera” y elegí al oponente más difícil. Sabía perfectamente que no estaba preparada,
pero tampoco habría conseguido ganar a un oponente más débil.
Me sentía como una perdedora absoluta. Cuando la lucecita roja del panel de control llegó a la línea de meta casi un kilómetro por
delante de mí y confirmó el concepto que en esos momentos tenía yo de mí misma, me sentí por fin satisfecha y me fui a la ducha
completamente agotada. Me costó un gran esfuerzo conducir hasta mi apartamento y arrastrarme por la escalera hacia mi apartamento. Me dejé caer en la cama sin ni siquiera quitarme el chándal y me quedé dormida de inmediato.

Me desperté por culpa de una pesadilla espantosa. Yo estaba en la habitación y había alguien junto a mí. Las cosas se movían solas.
La puerta se abría muy despacio y proyectaba una sombra en la pared. Tuve la sensación de que había algo oculto allí detrás.
Tanteé en busca del interruptor de la lamparita de noche y cuando encendí la luz, me di cuenta de que todo había sido producto
de mi imaginación. Una vez, tras vivir una experiencia similar, un psicólogo me contó que esos miedos son la inversión de un deseo. La persona no quiere en realidad estar sola, pero lo está, por eso imagina que hay alguien. Por desgracia, eso causa la misma ansiedad que estar solo, porque no es real. Y también por desgracia, la explicación no sirvió para calmar mis miedos, por mucho que me la creyera al pie de la letra. Así pues, dejé la luz encendida; después de abrir los ojos unas cuantas veces más, presa del pánico, mis sobre estimuladas sinapsis me permitieron conciliar el sueño reparador que tanta falta me hacía. De hecho, me quedé dormida con una sonrisa en los labios, pues lo último que cruzó por mi mente fue una experiencia parecida que me sucedió en la segunda residencia en la que viví. En aquella ocasión, acababa de trasladarme y tuve una pesadilla que me hizo abandonar precipitadamente la habitación. Como suele ocurrir en las residencias de estudiantes, lo único que tienes es una habitación, así que no me quedó más remedio que sentarme en el pasillo. Me sentía incapaz de volver a entrar por miedo a encontrarme con los espantosos fantasmas de mi imaginación. Muy temprano por la mañana, cuando yo ya casi me había congelado (por supuesto, no podía entrar en mi habitación a coger una manta), llegó un estudiante Obviamente, a él no le habían impresionado en lo más mínimo mis fantasmas, y lo único que vio fue a una chica sentada en pijama en el pasillo, temblando de frío. Sólo le había visto una vez, es decir, no nos conocíamos, pero su comentario de: “¿Hay ratones en tu habitación?” me hizo reír y consiguió que olvidara mis tenebrosos pensamientos. Después de aquello, pude volver a mi habitación y seguir durmiendo. Un comentario como aquel, un amigo desconocido e inesperado (o mejor aún, una amiga) era justo lo que necesitaba ahora. Pero evidentemente, esta vez no me iba a quedar más remedio que arreglármelas solita.

Al día siguiente fui a la oficina, aunque sabía que sería incapaz de concentrarme en el trabajo. Sin embargo, la perspectiva de quedarme en casa me parecía mucho peor. Como los ratones de la habitación. Y de día, ni siquiera podía utilizar eso como excusa. En el trabajo me limité a hacer lo imprescindible. Sé que ese día no fui la mejor trabajadora del mundo y, desde luego, tampoco fui la mejor jefa del mundo.

Finn y puck ya estaban más que acostumbrados a que no siempre estuviera de un humor excelente, pero lo cierto es que jamás me habían visto así: en lugar de tomar decisiones, las aplazaba; delegué todo lo que pude, pero lo hice tan mal que todo el rato tenía que responder a preguntas y hacer aclaraciones; y a los que tuvieron la mala suerte de tener que preguntarme algo no les quedó más remedio que aguantar mi mal humor.

Actué de esa forma hasta que ni yo misma fui capaz de soportarme un solo minuto más. Volví a probar con el gimnasio y después regresé a la oficina algo más relajada y de un humor más aceptable. En cualquier caso, mi incapacidad para controlar la situación no me hacía
Precisamente feliz. Por experiencia, sabía que sólo existían dos posibles desenlaces: o bien la convencía para que se comportara conmigo de la forma que yo deseaba, al menos en parte, o bien estaba condenada a pensar en ella durante mucho tiempo, oscilando entre la alegría y la esperanza, la decepción y la Resignación.

lo cierto es que no tenía ni idea de cómo conseguir lo primero: “la alegría” , gracias a mis numerosas experiencias sabía que la segunda posibilidad: “la esperanza” era tan agotadora y estresante, que lo mejor era evitarla directamente. Llegué a la conclusión de que tenía que prescindir de un elemento “sexo” si quería disfrutar de los otros “paz y felicidad interior”, ya que dichos elementos eran absolutamente irreconciliables. Y teniendo en cuenta de quién estamos hablando, inimaginables. Hasta ahora, todos nuestros encuentros habían tenido que ver con el sexo, así que no era capaz de imaginarla en otro plano.

Nuestra relación, “si es que la tenemos”, se basa en eso, en el sexo. ¿Qué le propondría yo a una mujer a la que acabara de conocer, una mujer con la que aún no me hubiera acostado y con la que ni siquiera supiese si llegaría a hacerlo? Pues estaba bastante claro, le propondría algo normal y corriente, como ir al cine o salir a cenar. Claro... ¿por qué no? Lo peor que podía pasar era que me dijera que no y, en ese caso, bueno, superaría la decepción.

Me di cuenta de lo entusiasmado que se mostraba mi lado masoquista respecto a esa decisión. Esa noche pensaba dormir como un tronco. Mañana será otro día, me dije, tal vez el día perfecto para llamar a alguien...

MI REINA DE LA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora