1. Las grietas en el cristal

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Si había aceptado ir a vivir con él en un primera instancia fue, en primer lugar, por el amor del momento. Después de su primer año juntos, Layla se sentía aun volando por las nubes de algodón y caramelo a la par que tocaba la luna, esa que sentía que Wakasa había bajado del cielo solamente para su deleite. Pero el segundo lugar había sido el dinero, siendo la mayor de cuatro hermanos, sus padres muchas veces seguían viéndose en aprietos para mantener seis bocas al mismo tiempo, aun cuando ella era mayor de edad y trabajaba, ellos eran demasiado necios como para aceptarle mínimos cien yenes como una ayuda, por lo que mudarse también fue un alivio indirecto para ellos.

El dinero no era ya un problema, lo que sí lo era eran esas noches en vela esperando por su regreso tardío. Siempre había una excusa: "estaba entrenando" "el trabajo requería un turno extra" "me distraje" "había embotellamiento" "mi moto se descompuso de nuevo" "¿de verdad habíamos acordado cenar juntos? Pudiste habérmelo recordado, sabes que mi cabeza está en las nubes"

La molestia recorrió frenéticamente sus venas mientras miraba el reloj por quinta vez en diez minutos, eran pasadas las doce, y aunque había avisado que doblaría turno, su jornada debía terminar máximo a las diez. Dos horas de retraso, esperándole como una boba tumbada en la cama. Bufó de rabia y usó el móvil esta vez con otro propósito.

Al menos las ausencias de Wakasa servían como una excusa para poder hablar con él.

SMS

Layla (12:12):

¿Wakasa está contigo en el taller?

Una sonrisa se clavó en su rostro al escuchar la respuesta casi inmediata.

Shin (12:12):

No

No me digas que está pasando de nuevo

Layla (12:12):

Iba a doblar turno, o eso se suponía

Tuvo que haber estado aquí a las diez

Shin (12:13):

No te agobies, quizás su moto se descompuso

Layla (12:13):

¿Por tercera vez en la semana, Shin?

Olvídalo

Dejó el teléfono de lado y se envolvió en sus propias sábanas dando la espalda a la puerta. Quería esforzarse en dormir, no iba a tolerar otra discusión por culpa de sus tardanzas y a pesar del revoltijo de sentimientos que le hacían doler el estómago, lo seguía queriendo. Y las traiciones de quien quieres siempre terminan lastimando.

Cerró los ojos e intentó dormir, hasta que el móvil comenzó a sonar. Se esperanzó en que el remitente fuera el mismo que el de los mensajes, pero estaba equivocada. Tomó la llamada.

— ¿Hola?

¡Heeeeeeeeey, cariño!

Arrastró la vocal lo más que pudo. Estaba ebrio.

— ¿Dónde estás? Tenías que estar aquí desde las diez

Al otro lado de la línea, las voces eran casi imperceptibles por la música

Benkei y... — hipeó para después carcajearse — Takeomi me invitaron a un bar, estoy algo ebrio, ¿sabes? No creo poder llegar a casa hoy, no estoy en condiciones de conducir

𝙔𝙤𝙪𝙧𝙨, 𝙩𝙧𝙪𝙡𝙮 • 𝙎𝙝𝙞𝙣𝙞𝙘𝙝𝙞𝙧𝙤 𝙎𝙖𝙣𝙤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora