2. Matemática de la carne.

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Advertencia: lenguaje y escenas +18.

— ¿Te gusta, Layla? — a pesar de no tener una respuesta explicita, los jadeos que inundaban la habitación funcionaron como la afirmación necesaria para él.

Movía las caderas en un constante vaivén, con el miembro dentro de ella, siendo apretado de forma placentera por sus paredes. La cama rechinaba y los gemidos sobre los cuales se impregnaba su nombre repetidamente lo hacían aumentar la excitante sensación en su cuerpo. Levantó la mirada hacia el techo, consumido por la lujuria, bajándola casi de inmediato para contemplar el cuerpo de la chica moviéndose al mismo compás de su pelvis. Los pechos de Layla se agitaban a la par de sus sonoros gemidos, y dejó que una de las manos que se apoyaban sobre el colchón pasara a estrujar uno de sus pechos.

Un quejido salió de sus labios, y el muchacho la tomó por la cintura, de manera que pudiera cambiarla de posición, dejándola sobre él. Sintió a la castaña dar saltitos sobre sus miembro, sus pechos se agitaban y él no podía sentirse más complacido. Se incorporó sobre su propio cuerpo, sentándose a medias sobre el colchón. Acercó su boca a su cuerpo y devoró con frenesí uno de sus pezones. Su lengua trazó círculos alrededor de aquella zona y el volumen de sus gemidos incrementó en conjunto con el movimiento de la muchacha sobre él.

Un gruñido se le escapó, y Layla se agachó en dirección suya para besarlo. Sus lenguas arremetían la una con la otra mientras la familiar sensación de estar a punto de terminar tomó control de su cuerpo.

Se separó de ella y sostuvo sus caderas con las manos, siendo él quien tomó el mando del movimiento. Su pelvis se movió frenéticamente hacia arriba y abajo, hasta que una corriente eléctrica le embargó todo el cuerpo a la par que dejaba aquel líquido blanquecino salir de él.

Exhausto, se tiró en la cama y cerró los ojos. Sintió un cuerpo tumbarse a su lado, recostándose sobre su hombro, jadeando como consecuencia del cansancio. Se detuvo unos segundos a recuperar las fuerzas para después ponerse en pie, quitarse el preservativo, tirarlo y volver a la cama. Dejó un beso sobre la frente la chica, acercándola hacia él para después quedarse dormido.

Layla abrió los ojos, contemplando a la persona al lado suyo. Lo cierto era que, estando dormido, Wakasa parecía ciertamente un ángel. Cabello blanco, ojos violetas que resaltaban por sus tupidas pestañas, nariz fina, mentón marcado, y un cuerpo moldeado por peleas y horas de ejercicio que era, sin duda, la principal razón de los celos de los novios cuyas chicas entrenaba en aquel local de boxeo con él. Acarició con dulzura su mejilla y volvió a tirarse en la cama para descansar.

En aquel aspecto, era incapaz de quejarse. Las horas de cama con él siempre habían sido placenteras, aunque antes de él no había tenido demasiada experiencia. A decir verdad, nula. Wakasa había sido el primer hombre en su vida cuando de eso se trataba, y se esforzaba por hacerla sentir bien. No tenía ningún reproche en esa parte y tampoco en los últimos días.

Había pasado un mes desde el último incidente en el que, al final, había terminado llegando a casa. Recordaba haberlo escuchado entre sueños mientras entraba a la cama después de haberse duchado para bajarse un poco la borrachera. A partir de aquella noche, parecía que realmente no tenía intenciones de hacerle movidas de ese estilo de nuevo, cosa que aumentaba la culpabilidad sobre sus emociones.

Mientras no estaban juntos ya no lo extrañaba, ni esperaba sus llegadas con la misma emoción de hacía tiempo atrás. Su relación había comenzado a debilitarse en el tercer año juntos, donde él se había cansado de la rutina o quizás de ella, de la monotonía que terminó consumiendo una parte de su relación. Las primeras veces fueron las más hirientes, pero más temprano que tarde comenzó a desear que algún día la botara por alguna de esas chicas, para así ella poder correr a sus brazos, esos que aun procuraban su felicidad.

𝙔𝙤𝙪𝙧𝙨, 𝙩𝙧𝙪𝙡𝙮 • 𝙎𝙝𝙞𝙣𝙞𝙘𝙝𝙞𝙧𝙤 𝙎𝙖𝙣𝙤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora