3. El primer día.

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La mañana del día siguiente los sorprendió recostados uno al lado del otro, la luz matinal bañaba sus desnudos cuerpos que, a esas horas, aun deseaban continuar con el descanso, después de la noche anterior. En ese momento, Sherlock, quien era una persona de sueño liviano e incluso madrugador, ya que gustaba de aprovechar el día al máximo desde temprano, decidió regalarse unos minutos al lado de William, quien dormía profundamente.

Por varios minutos admiro el rubio cabello, que con los dorados rayos de sol simulaban ser hebras de oro, miró con detenimiento el semblante tranquilo y la paz que transmitía en su pausada respiración. Al parecer, William contrario a él tenía un sueño un poco más pesado o probablemente se encontraba cansado por el ajetreo de la noche anterior, ya que no le incomodo en absoluto recibir de frente los rayos de sol que se colaban por entre las cortinas de la habitación, ni mucho menos se inmuto cuando Sherlock paso una mano por sobre su mejilla acariciándola y delineando con esta los rasgos del joven rubio, con la intención de guardar por medio de su tacto la apariencia de su ahora esposo.

En cuanto Mycroft le había informado de su compromiso, al principio no estuvo del todo convencido, lo dudo y encontró un sinnúmero de problemas a la idea de compartir su vida con alguien más, pero, conforme se acercaba la fecha fue que comenzó a visualizar distintos escenarios, a final de cuentas, no se casaría con un completo desconocido, de modo que fue fácil imaginar las mañanas a su lado, sus noches juntos o la manera en la cual podrían compartir su vida, sin que tuvieran que pasar por un constante infierno como sucedía en algunos matrimonios arreglados.

De nuevo volvió a delinear las facciones del rubio con sus dedos, hasta detenerse en sus labios. En esos momentos no conocía los sentimientos de William, estaba seguro de que había estima entre ambos, pero más allá de ello, no. Aun así, se sentía satisfecho.

El joven se removió entre las sábanas, con pereza abrió un ojo.

-Buenos días, Sherly -susurró con voz somnolienta, Sherlock sonrió, ahora acunando su mejilla, disfrutando de aquella agradable sensación de amanecer al lado de alguien que podía ver más allá de lo que su reputación o apellido significaban.

-Buenos días, sigue durmiendo, Liam.

-Hay varias cosas por hacer -respondió adormilado.

-Creo que podrían esperar, duerme -indico y atrajo a Liam hasta sus brazos.

William no dijo más, se removió y volvió a conciliar el sueño, en tanto Sherlock se entretuvo unos instantes jugando con sus cabellos antes de permitirse conciliar el sueño de nueva cuenta.

α

Aquella mañana Louis había despertado sobresaltado, durante la noche había tenido varias pesadillas que alteraron su sueño, en algunas de ellas veía a William al borde del precipicio, sin poder él hacer nada por salvarlo, en otras era Albert quien intentaba decirle algo, pero sin poder escucharlo, lo perdía al ser consumido por una espesa neblina. Con el fin de no repetir dichos escenarios en su cabeza, permaneció despierto gran parte de la madrugada, ganándole el sueño de nuevo y cayendo presa de dichas pesadillas. Sabía que, en su estado, no era bueno alterar de esa forma su patrón de sueño, pero no había podido evitarlo, no cuando sabía que a esas alturas el matrimonio entre su hermano y Sherlock, había sido consumado. Pensar en ello era problemático, y habría dado lo que fuera por al menos aminorarle la carga a William, pero sabía que era caso perdido. Somnoliento se levantó e inició con su rutina, después de una ducha y un desayuno que termino en soledad continuo con sus deberes dentro de la mansión.

-Señor, Louis -Fue más allá del medio día, cuando de manera un tanto improvista se presentó Fred, buscándolo en la biblioteca.

-Pensé que estarías en el jardín -menciono Louis mientras arriba de una escalera se encargaba de retirar el polvo de una fila del amplio librero.

Por ti me rendí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora