5. Cotidianeidad.

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La luz del sol ya estaba en lo alto anunciando que el nuevo día había comenzado desde hacía varias horas atrás y, aun así, su luz no fue la causante de despertarlo. En realidad, el culpable lo fue el frío aire del otoño, que travieso se coló por la ventana provocando que se le congelara hasta el alma.

Se desperezo dispuesto a iniciar el día, pero no sin antes perder la oportunidad de preservar en su mente la bella imagen que a su lado descansaba. Sherlock se mantuvo por unos minutos a la expectativa de su durmiente marido que, pese a la hora o el clima, dormía tranquilo.

Ajeno a todo cuanto acontecía a su alrededor, sin siquiera ser consciente de la perfección que exudaba su tranquilo rostro en conjunto con la pausada respiración. Sin poder aguantar las ganas, llevó una mano hasta el dorado cabello que bajo los rayos del sol se le antojaba irreal, como una onírica persona creada en base a sus más profundos deseos e inquietudes.

Apenas entrelazo sus dedos por las finas hebras para después descender en un conocido recorrido que efectuó la noche anterior. Su mano caminó hasta su mejilla, delineando cada facción; nariz, ojos, labios, continuó para llegar a su garganta. Deslizó la yema de sus dedos hasta las clavículas donde deposito un delicado beso.

La apariencia de paz y pureza que William exudaba era capaz de despertar el deseo de Sherlock, un deseo que creyó haber desahogado la noche anterior, pero que aparentemente no tenía saciedad. Suspiró y se aferró al desnudo cuerpo del muchacho, aprisionó sus labios entre los suyos y con tanto jaleo por fin termino por despertarlo.

—¿Sherly?

—Shh... —pidió silencio y se concentró en su nueva tarea, ahora sus labios eran los protagonistas. Besaron el surco que servía de unión entre ambas clavículas y sin pensarlo demasiado se dirigió hasta los pectorales, William suspiro ante los apasionados movimientos de su esposo, en tanto Sherlock se concentró en nuevamente poseer aquel cuerpo que tras cada encuentro lo intrigaba más y más.

Sus labios ansiosos por probar de nuevo la esencia de William se entretuvieron un rato en uno de los erectos pezones, succionando de manera lenta, en busca de escuchar los suaves suspiros que arrancaba de su garganta.

—Ahhh, Sher...ly, ¿Qué tratas de lograr? —pregunto con la voz trémula, estremeciéndose entre sus manos. Sin responder bajo por el suave vientre y en su pubis se entretuvo un rato dando preámbulo al deseo y la impaciencia de William.

—Vamos...si piensas hacerlo, date prisa —pidió el joven rubio, y Sherlock sonrió para sus adentros. Le gustaba hacerlo perder el control, ansiar por sus caricias y repetir su nombre entre gemidos, cada vez que lo hacía era como música para sus oídos, de esta forma podía reafirmar su existencia y valor en la vida de Liam.

—La paciencia es una virtud por la cual me parece que eras querido por tus alumnos, ¿no es así matemático? —dijo y con sus dedos acarició el fino vello rubio subiendo y bajando por la erógena zona.

Una vez que había avanzado tanto prefirió dar fin a lo que inició de manera improvisada. Se colocó por entre las piernas de su esposo, ambas manos se encargaron de acariciar los delgados, pero firmes muslos en tanto el objetivo de sus labios fue llegar hasta su miembro.

—Sherly...ahhh

De manera sutil, pero firme, lo tomo entre lo coloco en su cavidad para dar paso a una succión lenta, pero progresiva.

—Va...vamos...ahhh — William lo disfrutaba, lo sabía y le encantaba. Por medio de él encontraba su propio placer; por medio de sus suspiros, gemidos, del sudor del cuerpo contrario empaparle las manos sentía fundir su alma con la de su Liam, siendo participe del orgasmo al cual lo encaminaba.

Por ti me rendí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora