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La vida personal comenzó a hacerle mal, el trabajo comenzó a hacerle mal, y hasta estar con conocidos lograba el mismo extraño efecto colectivo, que más que ser coincidente, comenzó a considerar eso en una paranoia que con un tira y empuje, deseaban lanzarle desde el confín de la cordura, hasta el oscuro abismo de la demencia.
<<¿Y... si ellos tienen la razón?— pensó el pobre aquejado en el vacío de su apartamento—. Quizá sí hay algo malo en mí>>.
 Eso ya era un problema serio: padecer de algo, y no saber qué ni el por qué, ni el cómo, ni el cuándo, ni el dónde. Comenzó a morderse las uñas hasta maltratarlas.
Nunca antes había dudado de sus acallados problemas, mucho menos imaginaría que eso sería una bala que estuviese pasada en la recamara de un arma de fuego, para ser disparada en cualquier momento a contra de su propia voluntad y causara eso la gran guerra; sin embargo, ¿por qué sentía todo esto como algo tan personal? Le abatía sin duda.
Con males, igual le resultaba en idea irrisoria imaginar que el mundo entero estuviese en su contra por ser el único humano en la sobre poblada tierra de los monstruos civilizados, poniéndose de acuerdo entre ellos como si de un maldito juego de niños malcriados se tratase para hacerle sentir mal. Ni que fuera eso la trama de una película de clase B, se respondió. No... ¿¡Podemos calmarnos un poco ya? ni siquiera tiene sentido lo que pienso, volvió a responderse en silencio con la fría mano sobre la pálida frente.
No puede ser eso, idiota. No puede ser...
¿Qué más le quedaba pensar? De que ¿todo era obra de un aquelarre, o de que los marcianos tenían algo que ver, que aparecerían en algún momento con sus naves espaciales y sus armas láser, o de que solo era cosa de demonios y ángeles de un santo reino? ¡Oh pero qué mier!.. me estoy volviendo loco, se volvió a responder por una tercera vez inclinando su cabeza lo más bajo que pudo...
¡Algo sucedía! ¡Sí que sucedía! Estaba pasando frente a sus narices con una trasparencia exasperante que generaba miles de preguntas sin darte una sola maldita respuesta, mofándose y defecándose sobre lo poco de sentido común que le quedaba. Le era sumamente difícil imaginar que ese pequeño mundo adulto del que era compuesto de compañeros de trabajo, de amigos engañosos, y hasta de vecinos, se le hubiera fundido algún cable interno, o que el sistema operativo de la Matrix estuviese funcionando mal de algún modo.
<<¿Y si ninguno es tan bastardo como lo pienso, y tienen realmente la razón en que necesito cuanto antes visitar a un psiquiatra?se dijo en más de una ocasión>>.
 Jessica A., su madre, tenía muchos dichos guardados en los recovecos de la memoria, muchos refranes para cualquier tipo de situación que te metieran en apuros. Era intelectual, bella, autodidacta y fuerte mujer oso desde que quedó como madre soltera porque el otro, su ex esposo, reclamó un imperdonable cargo (y con deshonroso machismo) al dejar a los suyos por irse de putería haciendo de cuenta que no tenía familia. Ciertas heridas no han cerrado sanamente, y a ella hace años le gustó referirse a ese tema como a que solo fue por cigarrillos a la tienda de la esquina, y el desgraciado se perdió en el regreso por lujurioso. Bien merecido se lo hubiera tenido el muerto de hambre, mencionó Sissel como recuerdo alejado en sus labios, suspirando por las ocasiones que estuvo bajo los cuidados de Jessica.
      <<Las perspectivas se dicen lo contrario entre ellas mismaspensó Sissel, replicando en su interior aquella voz adorada, como buen consejo requerido—. La soberbia de los vivos está oculta en la dimensión de su conocimientole refutaba sobre la misma idea de igual forma con el cariño que ella le tiene. Un bonito cariño materno. Siguió recordando—. Y... de no poder contra ellos, úneteles, hijo querido>>.
      Eso sacó a Sissel de su onda mental por ser lo más descabellado que una madre como ella le podría decir en el peor de los casos en los que precisaba encontrarse. Por hacer lo mejor posible en todo esto, al recuerdo del pasado, bien podría estar acertando a sus ideas ficticias de conversación con Mamá en su sala mental de las cuales más de alguna vez tuvo antes cuando vivía con ella. Ella sabe bien, y entre la muerte de su prematuro niño, los maltratos maritales y el abandono del papaíto corazón, todo eso le ha enseñado bastante. El último refrán... ese le parecía a Sissel más apropiado para un conformista sumido en la desesperación de que le aceptasen en un círculo social. Él no era precisamente alguien tan arrastrado para eso, ni hablaba más de lo necesario por ser cohibido; que no era valido el esfuerzo tampoco ni para los pequeños meritos. Pero ya oír tanto el mismo cuento de la locura, de que era muy callado y de que debía pasarse por un psiquiatra, parecían los horribles gritos guturales de un disco rayado que con piedad pedía que lo jubilasen pronto.
Y siendo consiguiente de varios días con la falta de un contexto al cual se deseaba defender, se preguntaba a él; solo a sí mismo podía hacerlo:
<<¿Tengo manera de resolver este problema inmaterial por medios propios?encuestó en un pesado suspiro, para una vez más quedar en silencio, hasta ser cortado por una respuesta tan inútil, tan extravagantemente estúpida, e inmadura en su principio, como el pensárselo más de dos veces y creer que eso tiene que darte una buena solución—: Como al igual que cuando me enfermo, esperaré a que esto desaparezca, sin mover un dedo, y listo. Solo hay que esperar, el corazón dejará de molestar y ya estará. Solo esperar...>>

Es raro creer que el único ser humano puede ser animal de la costumbre cuando de animal no portaba ni el semblante. (Eso sí que es una ironía de lo más grande). Pero en la actualidad no podía encajar en el tablero de la monotonía como antes ni cuando fue más pequeño, y su gigantesco mundo funcionó de maneras misteriosas en su infantilezca comprensión, pues, no contaba con la forma requerida para eso. Él no podía hacerlo bien ahora siendo ya un adulto joven con un paso constante a los cambios.
Se subestima muy seguido a la mente. Ella es más inteligente y poderosa de lo que uno piensa, que no se le podría adelantar nunca, ni siquiera un paso al frente o unas pocas milésimas de mala ventaja, no sin antes hacer que se padezca de algún siniestro antojo de la supervivencia que trae consigo los peligros imaginarios, o las fuentes inagotables del miedo, si así lo desease. Todo un enigma para la comprensión sin duda. En el fondo de su ser, a Sissel se le abrigaba un profundo temor sobre la vida que se le otorgó, sumado a lo metódico y lo emocional que se ocultaba en sus designios, eso le reducía a poco menos que la cobardía de un menor que le teme a la oscuridad de su habitación por las relampagueantes noches de lluvia. Perdía, como el reloj de arena pierde sus granos en caída, el sentido del ser responsable, de ser sonriente, hasta de salir al exterior y de alimentarse como se debía. Estaba evitando todo lo posible por no ser volteado a las locas ideas de acabar con todo, y eso era por no darle malas noticias a su madre desde su lugar, ni fallarle al trabajo; sin embargo, lo que comienza mal debe terminar mal. Es un principio básico que aclara en muchas oportunidades la ley de Murphy.
En la oficina no rendía lo suficiente por más que lo intentaba, no cumplía apropiadamente las metas impuestas, y SignaCorp, empresa tal cual tomaba gran parte de su tiempo, estaba perdiendo gran capital con cada servicio mal realizado dada a las inocuas demandas de servicio al consumidor. No podía argumentar esas recientes falencias a una causa más sencilla como a la de una fiebre que causa la falta de concentración; eso no le hacía alguien rentable para una empresa orientada al servicio de la telefonía, y eso le estaba dejando sobre la tremulante cuerda floja, hasta que de un momento a otro, resbaló (metafóricamente) cuando le llegó en consecuencia un llamado desde el anexo:

—Sissel, el jefecito te está esperando en su oficina. Por favor, insiste en que no tardes— le dijo entre un suave ronroneo la coqueta secretaria felina de su jefe en una breve llamada telefónica desde la recepción.

¡Mierda, mierda y mierda, estoy despedido! Se lo pensó al instante que tragó su pastosa saliva sin titubear al evidente bajo rendimiento. Colgó el auricular, dejó su módulo de trabajo, y caminó por el muerto pasillo de las inquietudes devoradoras de mentes creativas en dirección a lo alto del rascacielos corporativo, mientras aflojaba un poco el nudo de la corbata para que el flujo de sangre deshinchara su cabeza y le diera de regreso la circulación del aire, hasta que dio en los pasillos junto al ascensor con Katina M. la coquetona secretaria favorita del cerdo empleador, y misma individua quien le había llamado recientemente. Su rostro rutilante y lleno de cinismo ponzoñoso le miraban con acto despectivo como le gustaba hacérselo a todos; se burlaba para sus adentros e indicaba con lo preciso de su despreciable indirecta, en que el pobre Sissel ya estaba listo para ser arrojado en el asador.

—Espero que disfrutes la vista desde lo alto de su oficina, que luego de la cálida visita a nuestro líder, bien te hará coordinar otra cita, pero con un psiquiatra, ¡miau!— maulló todo eso mientras apretaba el botón del elevador y abanicaba su ansiosa cola como acto ritual a su cochina inmunidad diplomática, para que pronto rodara una cabeza humana por el grisáceo revestimiento del linóleo.

Sissel escapaba ya asustado de su supuesta mente enferma, igualmente lo hacía de sus instintos reprimidos, y de los que le rodeaban. ¿Podría escapar de esto y salir ileso? Cavilaba, pero no creía dar con suerte, no mientras el campo de batalla le esté dando qué comer y él siga en medio de todo ese combate administrativo atado a esa estúpida corbata de seda que le ahorca el pescuezo.

Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora