--Te veo exactamente igual a como te vi el viernes-- le dijo el alienista--. Recuerda que las manzanas fueron para que las corrieras, no para que te las comieras.
La corpulenta gata se cubrió el rostro ante el duro azote verbal del sonriente sin emociones. Se armó un incómodo silencio en la sala.
Era cierto que ella padecía de cierto sobrepeso no aceptado para los estándares de la salud ni física ni mental, que por algo estaba ahí sufriendo las penas del infierno rodeado de otros no tan distintos en lo que concierne al área de la salud neuronal; empero, habían otros caminos pedregosos y no tan frecuentados para llegar a la mente de cada uno, por complicado que pueda ser. Sissel así lo pensaba como una virtud y método clave de la paciencia.
Toda la atención del fumador ahora era puesta en el humano y en Ralsei. Con eso, un total de Cinco pares de globos oculares estaban apuntando en escena a los últimos del gremio. (Catti seguía indispuesta para observarles después de lo que le pasó. Su honra seguía magullada).
El joven adulto le relató sobre lo acontecido en ambos días pasados, reveló sobre el alterado caso de ansiedad mal controlada de su sistema operativo, e igual mencionó que contrarrestó los previos síntomas dejando la zona de confort para encontrar la oportunidad de renovar las relaciones con la ciudad; así se había encontrado con Ralsei, y...
Pero fue detenido por el diligente fumador.--¡Ah! ¿Así que hay interacción fuera de mi jurisdicción terapéutica?-- interrumpió de inmediato el alienista--. Cambió personaje, y concentró el punto visual en el silente animal de negro azabache para interrogarle, sin dejar acabar las palabras de Sissel--. ¿Eso te será suficiente a ti para localizar la hiedra venenosa que trepa en tu cerebro? ¿Qué otra respuesta es la que anhelas buscar?
El caprino no le respondió, hundiendo aún más su cara en la prenda de tono rosa por evitar que escapara una lagrima inculpadora. El lobo le observó, defraudado.
--Veo que el diamante en bruto sigue sin ver la respuesta...-- se lo dijo más a sí mismo en modo retórico, aspirando y exhalando humo gris--. ¿Sabes? Tengo todo el resto de lo que me queda en esta viña impuesta por el todopoderoso, para ver las mismas caras necias que no gustan aceptar los hechos. Soy un lobo camino a la logevidad que funciona con razón y lógica. Tengo todo el tiempo restante para retocar en mis terapias; es parte de mi profesión.
Todo el tiempo del mundo para ser un presuntuoso de mierda, murmuró Sissel en una seca tos de ahogo persistente, causada por lo que ocurría.
--¿Quiere dejar salir algo a la palestra, Sr. Sissel?
<<¡Oh, claro que me encantaría, lobo zarrapastroso! Arrojarte el asqueroso cenicero por la cabeza sería el gustoso tentempié de la carta. Seguro me quedas pidiendo más...>> pensó. En su lugar, respondió:
--No. Yo... solo me ahogué con mi saliva y el humo, es todo...--Lo lamento-- incorporó Cooger--, es la mala parte del oficio para que esto marche bien.
Unos extendidos treinta y ocho minutos duró la charla del médico (o lo que se puede resumir al consumo de cuatro cilindros de maloliente y asfixiante nicotina), Cooger dio a conocer un pequeño porcentaje de si mismo en eso; faceta terrible de un guía que se autoproclamaba como uno de los mejores en su campo. No parecía haber entre eso, y lo que fue la anterior sesión de viernes, ni un poco de simpatía ni comprensión al cliente. Esas razones incrustadas en su sien eran alimentadas más bien por la trascendental lógica que (según el lobo), nos separa a todos de retroceder al salvajismo. La lógica le daba mejores resultados que ejecutar una acción sin usar la cabeza como un estúpido. La lógica para él, era como su divinidad y lo que le tenía dando cátedra a día de hoy. La terapia acabó, y Cooger se despidió de todos con una pública decepción visual mientras destrozaba la última colilla en su cenicero junto a las otras que alguna vez estuvieron completas y que ahora reposan en sus negros bronquios.
Todos salían rápido, todos excepto alguien que quedó grabado en las retinas del humano como un reluciente brillo diamantino sobre los asientos del lugar. A la espera junto a los elevadores, se encontraba Ralsei aferrando con inestable capacidad el repentino acto del llanto. No quería ser el débil de las lagrimas otra vez, pero le estaba costando adquirir un mejor agarre de compostura por las palabras que Cooger había escupido sobre él.
Sissel se le acercó, y le habló.
¡H-hola!, saludó el humano.
El caprino le miró, y agachó su vista en un corto instante como memoria correctiva aplicada de la sesión. Ralsei presionaba el botón del panel con trémula decisión y reiterancia; acto torpe y esquivo de una reticencia demostrada en sus movimientos. Estar ahí, y tener a Sissel en frente suyo ahora le cohibía con inconveniencia. Las palabras de discordia del viejo médico humeante estaban resonando con cierta insistencia sobre su cabeza. Sonaban con opresión y rectificación instantánea: <<¿Qué otra respuesta es la que anhelas buscar?>> repitiéndose con suave rumor como un mantra interno que estaba a años luz de proporcionarle alivio. Esa pregunta la desconoce desde su medio de vida actual; empero, por la dura vida que le ha tocado, y por quienes le han insistido sobre todos sus males, es la razón por la que sigue buscando la cura de su psique.
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Psiquiatría: La búsqueda de la felicidad.
RomanceSissel, el joven humano amable, estaba ahí otra vez, con su cabeza gacha, enmudecido, luchando por asír la luz del éxito bajo la niebla de los desdichados. Pero temía en silencio, como siempre lo solía guardar, y su mundo le está funcionando mal, se...