2. Porgs y primeras veces

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Ese día tuvieron que trabajar por separado, pues Anakin debía acompañar a la maestra Adi Gallia a hablar con las milicias de Coruscant para decidir cuantas seguirían allí y cuantas se sumarían a los refuerzos de las tropas clon. Gallia regresó primero al Templo, dejando a Anakin con la inspección de los almacenes de material para hacer el mismo reparto. El caballero se sorprendió al ver un transportín entre los objetos decomisados. Al inclinarse para ver qué había dentro, unos enormes ojos negros y tristes le devolvieron la mirada.

—¿Eso es un porg?

—Sí, señor.

—¿Y qué hace aquí?

—Supongo que lo incautarían en alguna de las redadas.

Anakin se irguió, dubitativo.

—¿Qué harán con él?

—Depende. Cuando llegan animales útiles, nos los quedamos o se los lleva alguien del personal. Los exóticos suelen ser devueltos a sus planetas de origen, pero ahora todas las naves están ocupadas. Supongo que lo sacrificarán.

—Vaya. ¿Me lo puedo llevar?

El guardia asintió, señalando la mesa de la entrada.

—Si rellena un par de impresos, no creo que haya problema. ¿Pero pueden tener animales en el Templo Jedi?

—Sí, por supuesto. De hecho si aparecen más, teniendo en cuenta que la otra opción es el sacrificio, pueden llevarlos allí. Hay muchos viajes, podemos encargarnos de trasladarlos.

—También tendrá que ponerme eso por escrito, señor.

—Claro. ¿Qué come?

—Plantas, creo.

Una hora después, Anakin había dejado al animal escondido en su habitación con un cuenco de agua y un puñado de verduras.

Era tarde, pero así no se encontraría con nadie de camino al cuarto que no le correspondía. Llamó a la puerta, que le dio paso instantes después a la habitación del maestro. Obi Wan se encontraba sentado en la hierba de la pequeña terraza. Llevaba un rato allí y había invertido la espera en la meditación para recuperar energías después de un día de interminables reuniones y difíciles decisiones en el Consejo. La terrible maquinaria de la guerra se había puesto en marcha y cada movimiento iba a significar pérdidas y destrucción. Ya no había tiempo para asimilar la situación, solo podía intentar que sus decisiones junto al Consejo evitaran el mayor número de muertes, pero aún le agotaba la constante sensación de derrota al haber llegado a ese extremo. El rato de meditación alejó de él esa fatiga y la presencia de Anakin al entrar en la habitación le ayudó a anclarse del todo al momento, sin proyectarse en el mañana ni en las posibilidades. Se puso en pie para recibirle.

La habitación estaba en penumbra y olía a los inciensos que Obi Wan utilizaba para meditar. El maestro llevaba la túnica desabrochada y estaba descalzo. Cuando la puerta se cerró tras Anakin se fijó en la expresión en su rostro, en la mirada baja que parecía esquivar la suya de una forma tan sutil que pocos habrían sabido interpretarla.

—¿Va todo bien? —preguntó Obi Wan con el ceño fruncido.

—Claro —dijo Anakin inclinándose para darle un beso rápido, luego se sentó en la cama y se quitó las botas—. La ciudad no puede permitirse perder demasiados efectivos y de todos modos la mayoría no tienen la preparación necesaria, pero entre sus armas y las que han ido requisando con el tiempo, pueden aportar un pequeño arsenal. ¿Cómo ha ido tu día?

El maestro asintió, mesándose la barba mientras le observaba.

—No he salido del Consejo en todo el día. Pero ha ido bien. Pronto nos asignarán tropas y las primeras misiones... —respondió pensativo, sentándose a su lado. Apoyó las manos en el colchón y le miró—. Cuando he salido esperaba encontrarte al girar la esquina con tus habituales preguntas —añadió sonriendo de medio lado.

Asuntos pendientes (Obikin 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora