4. Deseos oscuros

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Obi Wan tuvo que reunirse con varios cónsules jedi, altos cargos de la República y cabecillas del ejército clon para planear la organización de Coruscant ante la guerra. Entre ellos estaban Palpatine y Padmé. El primero mostraba un perfil bajo. De rostro preocupado, apenas hizo un par de inteligentes apuntes. Padmé, por el contrario, llevó la voz cantante durante gran parte de la reunión, demostrando sus dotes de liderazgo y mucha astucia en la estrategia. Ambos políticos acusaban grandes ojeras. Ni siquiera hubo tiempo para comer, aunque varios droides repartieron barritas y bebidas energéticas entre los presentes.

Anakin, mientras, había salido del planeta con un escuadrón para probar las nuevas naves en una misión corta de la que regresaría pocas horas después.

Al término de la reunión Padmé se encontró con su viejo amigo en una de las salas de descanso, con un termo de café en la mano. Tomó un vaso de plástico de un dispensador de agua y se lo ofreció sentándose junto a él en un sofá.

—¿Cómo va todo? ¿Satisfecho con los avances?

—Todo lo satisfecho que puedo estar con la organización de una guerra —respondió Obi Wan, tomando asiento con ella.

El día había sido especialmente duro, pero el maestro casi lo había agradecido. Antes de salir a encargarse de sus responsabilidades, meditó en el lugar en el que había aparecido la imagen de Qui Gon. Intentó contactar con él infructuosamente, o notar alguna clase de traza que pudiera darle pistas sobre la naturaleza de la aparición. No consiguió otra cosa que sentirse absurdo intentando hablar con su maestro muerto tantos años atrás. Las reuniones, los debates tácticos y los planes le ayudaron a mantener la mente centrada y alejar los pensamientos de los sueños que le habían robado el descanso esa noche. Consecuentemente, aunque apenas tenía ojeras, para Padmé era evidente cierto cansancio en el jedi, que aceptó el café de buen grado.

—Espero que el Senado escuche voces como la tuya. Has estado muy bien ahí dentro —añadió, no solo por cortesía.

Obi Wan no profesaba una especial simpatía a los políticos: desconfiaba de ellos por defecto, pero Padmé era una excepción. La conocía, se habían visto implicados en problemas de los que habían tenido que salir juntos, así que confiaba en la honestidad de cada palabra que brotaba de sus labios.

La senadora le regaló una sonrisa triste. Permitió que el jedi viera la duda en sus ojos, algo que muy pocos podían llegar a atisbar.

—Esto es nuevo para todos. Creo estar tomando las decisiones correctas, pero me pesa saber que el precio de mis errores puede medirse en muchas vidas humanas. Ahora más que nunca. —Dio un sorbo al café, hizo una mueca y sopló antes de dar otro—. Me reconforta estar aquí. Es... grotesco que lo diga en esta situación, pese a todo, se respira una paz que no se encuentra en otros sitios.

—Este lugar es un baluarte de la paz. No creo que sea grotesco. Cuando he estado lejos, en misiones especialmente delicadas, siempre he pensado en los jardines y en los salones del Templo para sosegarme —respondió Obi Wan.

No pudo evitar recordar a Anakin hablando sobre aquello como si la orden se mantuviera alejada de los problemas de la galaxia por las comodidades del Templo, pero su forma de interpretarlo era muy distinta. Dio un sorbo al café antes de retomar el tema de la guerra. Padmé era tan reacia al conflicto como él, de eso estaba seguro.

—A muchos no les van a pesar tanto las consecuencias de sus aciertos y errores. Algunos senadores hablan de los clones como si fueran droides, como si solo las vidas de los civiles importaran. —Obi Wan negó con la cabeza. También había escuchado a jedis hablar así del ejército de la República, aunque fueran los menos. Aún le impactaba la frialdad de la decisión del maestro Sifo Dyas—. Es importante que no perdamos la perspectiva..., el motivo por el que luchamos, para que ninguna muerte sea en vano.

Asuntos pendientes (Obikin 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora