Capítulo 2.

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El coche cruzó unas puertas automáticas que separaban la calle de la propiedad privada.

Un gran patio con plantas hermosas y setos recortados se extendía hacia la izquierda mientras que, a la derecha, estaba el inmenso garaje. Allí su padre guardaba las "joyas de la corona", las cuales eran sus vehículos más costosos y preciados.

Yibo siempre lo consideró un almacén lleno de cosas inútiles. ¿De qué servía tener más de veinte coches si al final no utilizaba ninguno?

Es cierto que era simplemente por coleccionismo y por que el dinero les sobraba pero, si se tienen, ¿por qué su padre no iba a verlos?

Por añadir, ¿por qué los tenía allí si nunca se quedaba en esa mansión?

Cuando era pequeño, fue criado por niñeras. Ese hombre jamás tuvo una relación cercana con él, más decir, solamente le hablaba para saber sobre su avance en la academia.

Se sentía solo y frustrado. Sabía que ese no era su hogar, que ese no era su padre, que en realidad fue adoptado por él cuando tenía solo un año. Sin embargo, no podía hacer otra cosa que aguantar y continuar su vida.

Asistió a un colegio especial. Uno en el que, al principio, le enseñaban las mismas asignaturas que a los demás niños pero que, con el paso del tiempo, fueron cambiando.

Las clases de educación física y los entrenamientos tenían cada vez más peso en la evaluación y, en ocasiones, la teoría se destinaba a temas extraños. Al ser pequeño no lo entendía bien pero, cuando entró en la adolescencia, ni siquiera tuvo que preguntar, él mismo lo comprendió.

Zhou Yen, su padre adoptivo, era en verdad el jefe de la mafia china y, sus estudios, no eran otra cosa que una preparación para pertenecer a ella.

Fue engañado durante tantos años que, al descubrirlo, no se molestó en reprochar nada. Lo único que conocía era la mafia, su modo de vivir giraba en torno a ella, sus amigos y conocidos pertenecían a esa organización e..., incluso..., obtuvo una verdadera familia gracias a estar allí.

Aún lo recordaba, más bien, no lo olvidaría jamás. Ese día fue el más feliz de toda su existencia, el día que tiene un hueco especial en su corazón, el día en el que su hermano pequeño llegó por la puerta de esa casa.

Era un bebé muy pequeño y hermoso el cual no paraba de llorar. Esa fue la primera vez que Yibo veía a un ser tan diminuto y, también, la primera vez que experimentó el significado del amor verdadero.

Es difícil imaginarse a un niño de siete años enamorado, pero el castaño lo estaba. Zhan le había arrebatado el alma, quedándosela enterita cuando, al sostenerlo en brazos, el pequeño se calmó y dejó de llorar.

Desde el primer momento en el que sus pupilas se encontraron se prometió que lo defendería, aún si debía entregar su vida. Juró que sería un buen hermano mayor para él y que se aseguraría que tuviera una mejor infancia que la suya.

Le alegraba saber que, al menos, consiguió eso.

– Cuidado con la puerta – se quejó el conductor cuando el contrario la cerró con demasiada fuerza.

– Uish, perdón. Se nota que te importa más el maldito coche que yo, Wang Yibo – refunfuñó dirigiéndose a la entrada.

El nombrado bufó mientras negaba con la cabeza. Le comenzaba a doler la sien a causa de ese mosqueo tonto del azabache. Tendría luego que tomarse una pastilla efervescente.

Con lentitud, salió del vehículo y lo cerró con la llave. El sonido que hacía era reconfortante y, el apagar de los faros, le provocaba la sensación de que había llegado a casa.

La Mafia | Vᴇʀsɪᴏ́ɴ YɪᴢʜᴀɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora