huesos

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Era sobrecogedor el panorama que se cernía sobre mí en aquel instante. Las hojas de los árboles, agitadas por el viento huracanado, golpeaban contra mi cuerpo con una violencia inimaginable, las raíces del sauce más antiguo me tenían sujeto desde la cadera hasta los pies y, en un soberano intento por liberarme, noté cómo todo lo que me sujetaba se partía.
No las ramas que me golpeaban, no las raíces que me ataban, sino los huesos, mis huesos.
Estaban todos rotos y hechos polvo, como yo.

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