Sería difícil describir los sentimientos que pasaron por mi mente aquella tarde de febrero: sobresalto, sorpresa, incredulidad y una arrolladora sensación de alivio porque Hinata no estaba enferma y porque no quería dejarme. Yo no creía lo que me había contado, pero me sentí más cerca de ella de lo que nunca antes me habia sentido, responsable y protector.
Después fue horrible. Yo seguía sentado y cogiéndole las manos cuando Ino llevó un carrito con café, leche y tostadas. Su parloteo fue una música de fondo mientras yo acariciaba el pelo de Hinata y notaba que era suave y cómo brillaba bajo la luz; deseaba que Ino se fuera y nos dejara solos.
Volvimos en silencio a casa de Hinata. Teníamos tanto en qué pensar, que no podíamos decir nada. Yo la rodeaba con el brazo.
-Todo saldrá bien-. Dije por fin. -Y suceda lo que su ceda, estaré contigo-.
Las palabras me salieron así. No tenía ni idea de lo que quería decir con ellas. Más tarde, me parecieron palabras frías y espantosas, pero en aquel momento creí que era lo único que debía decir, así que lo dije. En realidad no podía creer que fuese cierto, pero lo sentía muchísimo por Hinata, que lo estaba pasando muy mal. Habría hecho cualquier cosa porque se sintiera mejor.
Cuando llegamos a la puerta, Hinata se separó de mí y yo intenté que se quedara un poco más. No quería que se fuera, ni quería quedarme solo con mis desconcertantes pensamientos. Las nubes se deslizaban por delante de la luna como grandes pájaros que al pasar ocultaban y descubrían su ocultaban y descubrían el rostro de Hinata
-No quiero que entres-. Dijo.
-No, no quiero entrar. Pero tampoco quiero separarme de ti-.
-Me he portado mal contigo-. Dijo. -Lo siento, estaba asustada. No sabía qué decirte-.
-Yo también estaba asustado. Pensaba que querías terminar conmigo-.
-¡Oh, Sasuke!-.
Era difícil hablar después. Sólo advertíamos las luces que se encendían y apagaban en la casa, el ruido del agua en el baño, los pasos de alguien en la escalera.
-Es mejor que entre-. Dijo Hinata con voz afligida.
No soportaba dejarla así.
-Probablemente te has equivocado. Puede ser aprensión. Es demasiado pronto para saberlo, ¿no?-.
-No sé. Sinceramente no lo sé-.
-Ojalá hubiera tenido más cuidado-.
-No solo tú. También fue culpa mia-.
-¡Fuimos tontos! Ya no somos niños-.
La puerta se abrió. La madre de Hinata dejó dos botellas de leche en la escalera. -No me gusta que se queden en la puerta. Ya te lo he dicho, Hinata-.
Y Hinata entró corriendo, tan alterada que no me dio las buenas noches.
Los dos días siguientes fueron como una condena a prisión. No me atrevía a salir de casa por si ella llamaba mientras estaba fuera. Yo no llamé a su casa ni fui por allí. Pasé muchas horas sentado en las escaleras, junto al teléfono, fingiendo que leía o que me peinaba delante del espejo, o que acariciaba al gato o hacía cualquier otra cosa. Mi padre me miraba sin decir nada. No creo que en todo ese tiempo mereciera la pena hablar conmigo. Nuestro teléfono lanza un pequeño eructo cuando está a punto de sonar. Al oírlo por fin, lo cogi, seguro de que era ella: no quería que nadie le hablase antes que yo.
-¿Hay noticias?-. Pregunte.
-Todavía no-. Me dijo. -Pero mamá cree que estoy anémica-.
-¿Y qué puedes hacer?-.
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Querido nadie.
Fiksi Penggemar¿Qué pasa cuando cometes un error? Cuando sabes que ha nada volverá a ser igual, que ya no sólo eres tú. ¿Qué pasa cuando eres un a chica de Instituto que por un momento de descuido tienes que afrontar una situación que jamás creíste vivir?