Capitulo 1

144 13 7
                                    

Entre la turbulencia y la calma  aparece la ilusión ....

Desde el ventanal de la oficina en el piso 19 contemplaba la agitada cuidad y pensaba que así estaba mi mente en este momento: con algunos momentos soleados, en otros prevalecía la contaminación del pasado, en otras ocasiones me sentía en calma y solitaria, y algunas con muchas ideas atascadas, como el tráfico de las vías principales.

Debía pensar cómo explicarle a Arturo que íbamos a tener problemas con su último libro, pues ese mocoso impertinente que contrataron como pasante me estaba poniendo muchos baches en el camino; creo que tiene más influencia de la que pensaba en la dirección general de la editorial donde soy coordinadora desde hace seis largos años. Quizá, a esta altura de mi vida, donde quiero a gritos un gran cambio, él sea mi remplazo; y pueda transitar mi camino.

Recuerdo que al oficio entré como pasante, y con tan solo tres meses en la editorial me ascendieron a asistente de corrección. Como estudiante de último año de Literatura debía revisar las correcciones hechas a los manuscritos por el especialista, y luego discutir con los autores la pertinencia gramatical y estilística de aquellas observaciones. Gracias a mi trabajo incansable, pero también a mis súper contactos, logré escalar rápido. Incluso, la desafortunada enfermedad de Don Marcos, el dueño de la compañía, me abrió camino más fácil; además, pesó la frescura de mis ideas: la editorial necesitaba una nueva visión y he tenido éxito, sin duda... pero cada vez me siento más estancada.

No es algo puramente profesional, pues no he podido librarme de Arturo, y esto se está convirtiendo en un dolor de cabeza; estamos cerca de los tres años de tormentosa, pero deliciosa relación (aunque hace más de seis meses no nos frecuentamos), pero él se las arregla para seguir ahí, presente, incomodando.

De asistente, pasé a correctora, y en aquella época, cuando me hacía nombre, me llegó un manuscrito del famoso Arturo Montenegro, un romántico fatalista de tipo Romeo y Julieta, el cual me flechó. Ese relato en particular hablaba de unos colegiales que fueron separados por el destino y mantuvieron su amor por años, hasta que Martina, la protagonista, tuvo que aceptar un matrimonio por conveniencia para evitar una catástrofe económica en las empresas de su padre. Pasaron miles de sucesos, que no viene al caso detallarlos, pero que me hacían identificarme con los personajes, y luego de un buen tiempo se reencontraron siendo ya bastante maduros, ella viuda, y él aún soltero.
Esta historia de amor se desarrolló plenamente por un corto pero intenso lapso, pero el destino no los quería juntos y se llevó a Jacinto Méndez de un infarto fulminante el día de la boda. Yo, añorando amores imposibles, automáticamente me enamoré de la historia, su tempo, la melancolía de sus relatos... y el que aquella lectura coincidiera con la tusa que traía encima me hicieron enamorar no solo de los personajes sino de Arturo, el autor. Me hice adicta a él y sus historias.

El día que lo vi por primera vez casi muero infartada. Tenía un cabello liso, de color negro, que cuadraba perfecto tras la curvatura de sus orejas; lucía algunas canas que destellaban cada vez que se movía. Sin duda, no solo resaltaban su estampa, sino su personalidad. Su nariz respingada, su rostro cuadrado, con un mentón un tanto pronunciado, y unos labios carnosos, una mirada negra, penetrante, que hacía juego con el color miel de su piel, y unas pestañas extremadamente largas que parecían abanicos cada vez que pestañeaba. A pesar de no ser tan alto, tenía un cuerpo perfectamente torneado, y eso fue lo que más me encantó. Se daba unos aires de dueño y señor del mundo, pero conmigo era tan atento que no parecía ese ser antipático que se imponía a su llegada a la editorial. Me encantaba su rostro serio, pero de vez en cuando, cuando quería discutir algunas de mis correcciones, movía sus labios hacia un lado, con una pequeña mueca que parecía una sonrisa de complacencia, y eso me encantaba.
Lo había visto varias veces en la oficina, discutiendo con Don Marcos, pero parecía una celebridad: a veces solo lo saludaba con un sutil gesto, y la mayoría de veces se acercaba únicamente para resolver temas legales que no duraban más de cinco minutos, y se iba. Yo suspiraba al verlo pasar por el pasillo; mi puesto estaba en el área de corrección, pero tenía una ubicación privilegiada, pues mi cubículo estaba al fondo, tenía vista de la puerta principal que conducía a una pequeña recepción, enfrente estaba la pared de vidrio que separaba nuestra sala de corrección del pasillo que conducía a las oficinas principales; de allí que pudiera ver todos los movimientos de las personas a mi alrededor.

El Amor viaja en galeras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora