Cuando uno lleva mucho tiempo sintiéndose perdido no es raro, que en algún momento trace en su cabeza un mapa de los lugares en los que estuvo, empujado por el deseo de sentir que se es real. O que en algún momento lo fue. En ese mapa, si se presta la suficiente atención, puede verse con claridad que hay caminos que se cruzan e incluso se enredan entre sí, pero todos llevan al mismo lugar.
Mientras arrastraba su cajón de madera y fumaba un cigarrillo, Ana no podía dejar en el mapa de sus veintiséis años. Era un círculo casi perfecto, sin desvíos. Había pasado su vida caminando en círculos y alrededor de este se había levantado un muro impenetrable que la protegía.
Al llegar a una esquina, miró a ambos lado de la calle. La mañana estaba fría y húmeda, y el cielo, de un color gris plomizo, anunciaba lluvias. No había nadie a la vista. Las lluvias no eran muy bien recibidas en el Basural. Los ánimos tendían a caldearse y los conflictos afloraban con una facilidad pasmosa.
Caminó en dirección al Sur, cruzando por debajo de la vieja autopista.
Salir de aquel círculo había sido como despellejarse la piel con una navaja y a punta de pistola. Pero allí tampoco había salida. Las calles y los distintos rincones se habían multiplicado en todas direcciones, pero el paisaje era el mismo, aunque en aquella ocasión estaba completamente sola.
En la primer calle giró hacia el Este.
Después de seis meses caminando sin rumbo, un lugar había aparecido de forma recurrente en sus pensamientos. El viejo Cementerio de los Ahorcados que se encontraba en el Sector Sur del Feudo se levantaba al final del camino con pasmosa claridad y entonces, aquella idea, que sólo era una imágen ahora era algo palpable. Y en ella, la decisión de salvarse de aquella tortura, se había solidificado.
A cada paso que daba sentía el cajón de madera ligeramente más pesado.
- Creo que esta es mi montaña - se dijo a sí misma para luego reírse tontamente por asociar aquel momento a una vieja historia que le había contado su Abuela de niña.
Luego de un buen rato de caminar entre las dunas llegó al pie de una Iglesia que se erguía, como testigo ininmutable, justo enfrente del Cementerio. Se detuvo y miró para arriba. Aquell edificio se lamentaba en silencio. O por lo menos esa fue la sensación de Ana mientras se prendia otro cigarrillo, intentando alejar cualquier pensamiento en el que pudiera enredarse.
- ''Estás ahí, tan solitaria y solemne, de pie como un árbol que se resiste a dejar que tu belleza se extinga...''- dijo. - O por lo menos eso decía el Abuelo cuando te veíamos a lo lejos.
Le dió una pitada a su cigarrillo y miró el cajón.
- ¿Sabés...?...mi abuela me solía contar que a este lugar venía la gente a rezar o a buscar consuelo, no me imagino por qué la gente podría buscar consuelo en aquellos tiempos, estoy segura de que no conocían la verdadera miseria. - Ana hizo un gesto con la mano para señalar toda aquella basura que la rodeaba. - Y así y todo, la abuela rezaba...me pregunto si Dios alguna vez la habrá escuchado.
Ana se quedó mirando el cajón en silencio, Al preguntarse aquello en voz alta tuvo la seguridad de que si alguna vez había existido un Dios, con toda seguridad este se había ido de ahí sin dudar. No lo culpaba, si ella también hubiera tenido la oportunidad de escaparse la hubiera aprovechado.
Miró hacia el Cementerio. Desde donde estaba, el olor a basura se mezclaba con otro olor que le hacía picar y arder la nariz. El olor fétido y dulce que emaba de los restos que todavía colgaban de los árboles y de los que se amontonaban en fosas comunes, flotaba en el aire como una advertencia. Aquel era el final de un camino sin retorno. Metió las manos en su sobretodo hasta dar con la soga que llevaba con ella desde hacia varias semanas.
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La Orilla
Science FictionTras la Segunda Guerra del Agua, el Feudo de Buen Aire, al igual que tantos otros, se ve obligado a firmar un tratado internacional a costa de la población. Es así como se convierte en uno de los tantos grandes basurales que existen en el mundo, don...