Ana se soltó de Kafka y asomó la cabeza por encima del balcón. Estaba lleno de Caranchos alistándose rápidamente para avanzar hacia ellos. Alcanzó a ver que uno de ellos que llevaba un pañuelo blanco alrededor del brazo le hacía señas a los que estaban cerca de él, posiblemente dándole
- ¿Por qué mierda te están buscando?. - Ana se dió vuelta y notó que la ventana estaba abierta y que Kafka ya no estaba ahí. Dudó un momento y se apuró a entrar.
Kafka se alejaba hacia la puerta de entrada del departamento a paso firme pero sigiloso.
- Ey...- le dijo, siguiéndolo. - ¡EY! - insistió, al no obtener respuesta.
- Pensé que te querías morir, si te atrapan los C.A.R.A te harían un favor...- dijo él, abriendo la puerta y asomando la cabeza por el pasillo para asegurarse de que no hubiera nadie antes de salir.
Ana caminó detrás suyo sintiéndose confundida. Lo único que sabía era que los Caranchos estaban detrás de Kafka y que muy probablemente no iban a salir de aquel edificio con vida. Estaban rodeados en un operativo relámpago y se preguntó si toda aquella situación se había comenzado a gestar cuando ella estaba en su antigua casa.
- ¿Por qué te están buscando?, ¿qué hiciste?. - Ana trastablilló un par de veces mientras lo seguía por las escaleras. Llevaban ya subiendo dos pisos y el corazón le zumbaba en los oídos.
- No importa cuántas vueltas le des al tema, simplemente tuve mala suerte...- contestó él.
- Como todos en este lugar...- murmuró Ana para sí misma.
Kafka la miró por encima de su hombro sin decir nada.
Ana no quería que el miedo se apoderase de ella y mucho menos tener que volver a cruzarse con un Carancho, pero no estaba pudiendo pensar con claridad. Se hechó la culpa por haberse dejado llevar por la melancolía, como si el volver a la que alguna vez había sido su casa implicase que las cosas volvieran a ser las de antes. Su hogar vacío y la crueldad de los Caranchos dibujada en el suelo, eso era todo lo que había obtenido, la confimación de que ya no tenía un lugar en el mundo.
No estaba segura de por qué seguía a Kafka. Tenía la corazonada de que era lo que tenía que hacer para poder zafarse de aquella situación, sobretodo porque él parecía estar muy seguro de lo que estaba haciendo y a aún así desconfiaba de él. Decidió no decir ni preguntar nada. Las respuestas que había recibido hasta aquel momento eran extrañas y no le decían nada.
Subieron apresuradamente hasta la terraza, siete pisos más arriba. Se encontraron con lo que parecía un lavadero, con lavarropas viejos y lavabos donde alguna vez alguien había dejado ropa que se había solidificado y estaba tan sucia que parecían trapos que ya no servían para nada. Unos metros más adelante, una puerta. Ana recorría la estancia con la mirada, atenta a encontrar alguna cosa que pudiera llegar a serle de utilidad en el caso de necesitar defenderse. Por las ventanas que estaban por encima de los lavarropas y los lavabos, a su derecha, alcanzaba a ver el cielo que se había vuelto mucho más oscuro y podía oír el viento soplar con intensidad.
- Al final me terminaste siguiendo vos a mí...- dijo Kafka, acercándose a la puerta para ver si la podía abrir.
- No deberíamos salir ahí...- dijo Ana, señalando hacia la terraza.
- ¿Vos también le tenés miedo a las terrazas?, ¿no serás vos una C.A.R.A? - Kafka la miró un segundo antes de pasear la vista por aquel lugar buscando algo.
Ana lo miró indignada.
Kafka agarró una barra de metal que estaba en una esquina, al lado de uno de los lavarropas y se acercó rápidamente a la puerta. Buscó la forma de hacer palanca pero le resultó imposible al igual que el romper el picaporte. La puerta no se abría.
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La Orilla
Science FictionTras la Segunda Guerra del Agua, el Feudo de Buen Aire, al igual que tantos otros, se ve obligado a firmar un tratado internacional a costa de la población. Es así como se convierte en uno de los tantos grandes basurales que existen en el mundo, don...