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Al salir del edificio Ana se quedó mirando la fachada, en dirección al primer piso, casi como si pudiera ver a través de las paredes. Una brisa helada golpeó su cara. Cerró los ojos. Aquel aire se sentía un poco diferente.

Chai no había cambiado en nada, se había quedado suspendido en un lugar donde el tiempo transcurría de una forma muy diferente a como ella lo percibía, como si fuera de aquel departamento no existieran ni el basural, ni su gente.

Sacudió la cabeza y miró a Kafka. Se había puesto un buzo con capucha que se había llevado de la casa de Chai y apenas asomaba su cara. Miraba en la misma dirección que ella, pero con una expresión ligeramente sombría.

El cielo se había despejado y pese al frío, el hedor que emanaba la basura bajo sus pies penetraba por su nariz y se clavaba en su lengua. Podía saborear aquella podredumbre y no importaba qué, eso era algo a lo que le resultaba imposible acostumbrarse.

Ana se metió las manos en los bolsillos del sobretodo y comenzó a caminar en dirección a la plaza.

- Es muy temprano para cenar...- dijo Kafka, caminando detrás de ella.

Ella lo miró por sobre su hombro. Si no hubiera sido porque le había dirigido la palabra, posiblemente no se hubiera dado cuenta de que Kafka la estaba siguiendo. Siguió caminando, agudizando el oído para prestarle atención al ruido que pudiera hacer él al caminar, pero era tan sigiloso que era casi imperceptible.

Se preguntó si quizás Kafka no sería un gato y la simple idea le causó gracia.

Al llegar a Plaza Miserere notaron que se había armado una feria que ocupaba gran parte de la plaza. Desde donde estaban se alcanzaban a distinguir cinco o seis puestos donde se amontonaba la gente.

Hacia un tiempo se había corrido la voz de que un pequeño grupo de Comerciantes y Recicladores habían elevado una solicitud para poder establecer un lugar donde se centracen los trueques.

Aquel era el primer día en el que estaba la feria y para Ana resultaba sumamente extraño que los Caranchos hubieran aprobado la solicitud. Pese a que era una medida inusual, las personas con las que se cruzaban parecían conformes con aquella situación al punto de que pasaban por alto que hubieran dos camiones de los Caranchos y una docena de ellos armados hasta los dientes.

- No creo que sea buena idea que te encuentren acá...- murmuró Ana.

- Vení...- Kafka se desvió para esconderse detrás de una montaña enorme de basura que estaba apoyada contra un edificio del cual apenas asomaban ya lo que parecían ser unas columnas.

- Qué hacés? - Ana miró a Kafka que se había sacado su tapado y se estaba sacando el buzo de Chai. - Qué hacés, nene?, no te desnudés!

- Sacate el sobretodo y ese sweater horrendo que tenés puesto y damelos...- Kafka la apuró con un gesto de la mano mientras miraba se asomaba para ver si había alguien rondando cerca. - Apurate.

Ana dudó y cuando notó que Kafka la miraba impaciente se apuró a sacarse el sobretodo y el buzo. Sin el buzo quedó con el torso completamente desnudo. Se apuró a taparse los pechos, sintiendo cómo se le encendían las mejillas.

Kafka no se había inmutado y había levantado una ceja sin entender a qué se debía aquella actitud avergonzada. Tomó el buzo al igual que había hecho con el sobretodo mientras miraba los hombros de ella, encogidos y con la espalda arqueada para adelante, como si estuviera protegiéndose de algo. Le alcanzó a Ana su ropa y se puso la de ella sin poder evitar preguntarse cómo era que no había muerto de hipotermina usando aquel sweater tan fino y tan sólo un saco encima.

Una vez hecho el intercambio de ropa, se acercó a ella para buscar algo en uno de los bolsillos de su saco. Notó que Ana se ponía tensa pero no le dió importancia y siguió buscando hasta encontrar una gomita de pelo y un par de anteojos.

- Estás raro con esos anteojos y el pelo atado...- Ana frunció los labios y notó que el cambio de ropa, sumado a los anteojos y el pelo atado, hacían que Kafka pareciera otra persona. - Parecés...una mujer...- dijo luego de contemplar aquella cara de rasgos finos, ojos grandes pero ligeramente achinados y la ausencia de pelo en toda la zona donde cualquier hombre de su edad tendría por lo menos la sombra del afeitado.

Kafka sonrió satisfecho.

- Por qué tanta cosa sólo para ir a la feria esa? - preguntó ella mientras reanudaban la marcha en dirección a la plaza.

- Hay muchos C.A.R.A...- Kafka la miró con un gesto inocente.

Ana caminó detrás de él sin dejar de mirarlo. No podía evitar preguntarse por qué desde un principio Kafka no habría hecho aquellos ligeros cambios para evitar que lo identificaran como había pasado el día anterior. Había algo raro en aquel pibe y aunque meterse en asuntos ajenos era algo que siempre había evitado sin importar qué, no podía negar que sentía una enorme curiosidad.

Caminaron un buen rato entre la gente. Ana pudo identificar entre los Recolectores que esperaban poder hacer sus trueques a algunos viejos conocidos de su abuelo. Nadie la reconoció.

Kafka se alejó mientras ella contemplaba distraída a un grupo de niños de no más de trece años que se repartían un paquete de cigarrillos. Parecían estar solos, como tantos otros niños que perdían a sus padres o familiares en el basural. Había quienes preferían mantenerlos lejos ya que se habían hecho la fama de robar, atacando como si de un grupo de pirañas se tratase.

-No hay mucho para ver por acá...- Kafka se acercó a ella y luego recorrió con la mirada todo el lugar.

Ella metió las manos en los bolsillos de su campera y dejó escapar un suspiro.

- Había alguien intercambiando cigarrillos? - preguntó.

Kafka metió la mano en su saco y le tiró dos atados de cigarrillos que atajó en una suerte de acto reflejo.

- Vamos...- Kafka se apuró a caminar en dirección contraria por la que habían llegado obligándola a trotar.

- Cómo conseguiste estos? No te vi vender nada ni...- alcanzó a decir ella.

-Los robé - contestó él, alejándose.

Ana miró aquellos dos paquetes blancos todavía cerrados con la boca abierta y los metió apurada en sus bolsillos para evitar llamar la atención.

Al reanudar la marcha con intención de alcanzar a Kafka a toda velocidad chocó de lleno con alguien que iba en la dirección contraria. Levantó la vista y se encontró con una chica media cabeza más alta que ella, con el cabello rubio rapado y que la miró levantando una ceja antes de seguir la marcha.

Ana se dió vuelta para seguirla con la mirada luego de notar que al golpear contra ella, su cuerpo no tenía impregnado el olor de la basura. La chica se perdió entre la multitud y ella se apuró a alcanzar a Kafka que la esperaba unos metros más adelante.

- Cómo hiciste? - le preguntó al llegar a su lado, sacando un paquete de cigarrillos para prender uno.

- Quién era esa? - Kafka hizo un movimiento de la cabeza, señalando en dirección a la plaza.

- Ni idea - dijo ella. Notó que Kafka miraba hacia la gente que se amontonaba al rededor de los puestos con atención.

- Nunca le has robado a nadie? - preguntó él.

- No...- Ana le dió una pitada al cigarrillo y exhaló el humo, contemplando las figuras abstractas que se formaban y diluían en el aire.

- Vas a tener que aprender entonces...- Kafka siguió caminando con actitud despreocupada.

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