CAPÍTULO 18

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Netherbrook
Sábado 04/04/20

Leila

Su traje, sus manos, sus ojos claros como el agua y brillantes como la luna. Simplemente él.

Henry se encontraba en silencio a mi lado, con sus ojos levemente cerrados. Aquello me transmitía una extraña paz. Henry estiró sus brazos y los colocó sobre la baranda del balcón, mientras el ligero viento movía algún que otro mechón de su dorado cabello.

La vista desde aquí arriba es perfecta.

Podría decir que es la parte que más me ha gustado de la casa, pero estaría mintiendo. Tras ver la resplandeciente sala principal, la gigantesca escalera de mármol y el candelabro colgando del techo..., cualquiera optaría por algunas de esas partes como "lugar favorito de la mansión".

Pero Henry tiene razón, ningún lugar se compara a este pequeño y sencillo balcón. Quizás sea por el aire fresco, a lo mejor por la vista, o por Henry a mi lado.

— ¿Y Thomas?

—Volvió a su casa —enarcó sus cejas— Por su madre, ella está empeorando —le expliqué.

Extrañe mucho a Thomas el día de hoy.

Se me hizo raro despertar y no verlo en la cocina preparando el desayuno, o encontrármelo sentado en el sofá leyendo algunas de sus historietas. Debería estar con él ahora mismo, haciéndole compañía. No debería estar solo.

Se que está con su padre, pero Richard se encuentra de más agotado como para hacerle saber a Thom que todo estará bien.

Richard no puede siquiera darle fuerzas, porque ni él las tiene.

Debería ir con ellos...

—Siento tanto oír eso —me hizo saber el rubio.

Recordé lo que Alex me había dicho sobre su hermana y la duda me ganó.

— ¿Qué le sucedió a la hermana de Alex?

Henry suspiró antes de hablar. Se veía sorprendido ante mi repentina pregunta.

—Leucemia.

Esa horrible enfermedad que, entre otras, no debería existir.

No supe que responderle.

—Son cosas que pasan en la vida, ¿no? Siempre pienso así, como una forma de consuelo a mí mismo. Pero la vida sería mejor si, enfermedades como estas, no hubieran existido nunca.

—Pienso lo mismo —le dije.

— ¿Cuál es tu color favorito? —cambió de tema repentinamente, como si no quisiera seguir hablando de ello.

Vi sus llorosos ojos y comprendí.

—No tengo un color favorito. Me gustan todos, supongo —me encogí de hombros— ¿Y el tuyo?

Sé que su color preferido es el violeta, pero fingí no acordarme.

—El violeta —sonrió.

Lo sabía.

— ¿Por eso el color del vestido? —señalé mi atuendo y su rostro se tornó rojo.

—Supongo que sí, no lo había pensado así. Solo vi el vestido y fue inevitable imaginarte con él. Se te ve hermoso —declaró.

Su voz sonó tan sincera que mi corazón se ensanchó al oírlo así. Pero antes de que pudiera agradecerle, la puerta sonó. Ambos dimos la vuelta y nos adentramos con cuidado al cuarto.

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