CAPÍTULO 03

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—¡Date prisa, Dominic Tristán! —Cheryl ordenó, caminando hasta el mostrador—

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—¡Date prisa, Dominic Tristán! —Cheryl ordenó, caminando hasta el mostrador—. Los clientes de la mesa cinco te esperan. 

Dominic fingió una sonrisa, tomando la bandeja. Estaba cansado y aburrido; y su turno apenas comenzaba. Trabajar cinco horas seguidas en un restaurante era más difícil de lo que imaginó, y apenas si le daba tiempo de almorzar antes de llegar al local. Si todo era complicado en esos momentos, no quería pensar cómo serían las cosas cuando él comenzara a estudiar. 

—Ya voy, jefa. —Dominic respondió irónico, soltando un leve bufido.

El joven entregó la comida, antes de tomar el siguiente pedido. Un grupo de cinco empresarios acababa de llegar, y se sentaron en el mejor sitio del restaurante. Dominic respiró profundo, preparándose mentalmente para hablar con ellos. Con los días aprendió que, mientras mejor se vestían los clientes, peor trataban a los empleados. 

Dominic tenía un carácter explosivo, y casi lo despiden el primer día; cuando se puso a pelear con uno de los comensales. Él detestaba que lo tratasen como si fuera idiota, y el hombre al que atendió le repitió el pedido en más de tres ocasiones, usando un acento extraño. Nick pensaba que el señor se creía mejor por ser extranjero, y terminaron discutiendo porque él le llevo una ensalada equivocada a propósito. 

—No puedes tratar mal a los clientes —le dijo el padre de Cheryl—. Ellos pagan mucho dinero por comer aquí. Merecen un buen servicio. 

—Atiéndalos usted entonces —Dominic gruñó, cruzándose de brazos—. ¿Tiene alguna idea de lo groseras que son las personas que vienen a su restaurante?

—Groseras o no, el cliente siempre tiene la razón. No puedes ponerte a pelear con ellos. —El hombre sentenció, levantándose de su escritorio—. Te daré otra oportunidad solo porque eres amigo de mi hija; pero una insolencia más, y te vas de aquí. 

Dominic salió furioso de la oficina, conteniendo las ganas de decir lo que realmente pensaba. Aunque tenía ganas de renunciar, todavía tenía que devolverle a su madre lo que le prestó para las clases de esgrima. A pesar que Rebecca ya no le cobraba, y continuaba dejándole un billete de diez a diario, él quería saldar la deuda con ella. Nick ansiaba restregarles a sus padres que no necesitaba de su apoyo económico para salir adelante. 

Hacía dos semanas que él comenzó a trabajar en el restaurante, y ese día le pagarían la primera quincena. No recordaba con exactitud cuál sería su salario, pero adoraba la cantidad de propina que le dejaban los clientes. Eso era lo único bueno que salía de ellos. Le alcanzaba para ir y regresar desde su casa en el transporte público, y todavía podía ahorrar un poco. La política del local era dejar el quince por ciento de propina y, con lo que costaba cada platillo, sumaba una cantidad moderada. 

—Mientras mejor los trates, más propina te darán estos ricachones —Connor le aconsejó días atrás—. Algunos incluso te dan el veinte por ciento solo por quedar bien con los inversionistas que traen a almorzar. 

Distancia InesperadaWhere stories live. Discover now