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—Te quiero —William abrió los ojos, y lo único que hizo fue cogerme la cara y besarme

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—Te quiero —William abrió los ojos, y lo único que hizo fue cogerme la cara y besarme. Rodeó mi cuerpo desnudo con sus brazos y me besó, y yo no supe cómo interpretar eso. Se separó de mí, y puso su mano en mi nuca. 

—Carla, te quiero —sonreí. Era lo que quería oír. Veía su te quiero en la forma de acariciarme. En cada gesto que tenía conmigo. En la manera de besarme. Yo sabía que él me quería. Solo que no había querido verlo hasta ese momento—. Nunca había sentido esto por nadie. Esta felicidad. Carla, no pienso traicionarte ni dejarte nunca. Antes de eso me muero. 

—Estoy aquí —le recordé. Le di un beso corto en sus rosados labios—. No tengo intención de irme. 

Y estuve ahí mucho tiempo más. Tanto, que anocheció, y entre la oscuridad yo podía ver sus intensos ojos color océano, con los que llevaba un mes soñando. Estaba escondida en el hueco de su cuello, mientras me contaba alguna anécdota de cuando él era pequeño. 

—Me eché el tinte rubio de mi madre, sí —reía mientras me contaba la locura de cuando se quemó el pelo entero—. Tardó mi pelo en volver a la normalidad algo más de un año. Si no hubiera sido rico, probablemente me hubieran puesto algún mote que hubiera conservado hasta mis años en la secundaria. 

—Eso te pasa por curioso —en ese momento, recordé algo que le iba a comentar—: William, las chicas y yo hemos dicho de salir mañana, con Harry, Louis, Liam... ¿te apetece? —el rubio puso una mueca y me acarició la parte derecha de la cintura. 

—¿Seguro que es buena idea? —preguntó con la voz entrecortada—. Podríamos quedarnos aquí, ver alguna película... —y empezó a besarme el cuello. Yo sonreí y puse los ojos en blanco, a pesar de que él no podía ver ninguno de los dos gestos debido a la oscuridad.

—Venga, William... —empecé a insistirle devolviéndole los besos que él me había dado— ...es solo un día, vamos a salir —él suspiró y se quitó de mi lado. Le dio a la luz, y al verme se mordió el labio y se avalanzó sobre mí. 

—La culpa es tuya, si no estuvieras tan buena, no tendría tantas ganas de no salir —me mordió el lóbulo de la oreja y yo reí—. Está bien, saldremos. Pero siempre y cuando vaya yo. No voy a dejarte sola ni un momento. 

Al día siguiente, ya casi de noche, estábamos listos para salir. Mis últimos retoques fueron plancharme el pelo, que tenía algunas ondas bufadas, y darme un par de capas más de máscara de pestañas. Rematé pintando mis labios de un carmín rojo intenso, que iba a juego con el vestido rojo de tirantes que llevaba puesto esa noche. Al bajar, eché un vistazo y me di cuenta de que estaban todos esperándome una vez más. Yo reí tímida. 

—Siempre tarde, de verdad —me dijo Louis riendo—. Al menos ha merecido la pena, estás preciosa. 

—Tú no te quedas atrás —mi primo llevaba puesta una camisa blanca de rayas verticales color azul cielo, que contrastaba a la perfección con sus ojos.

Enséñame ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora