Me permití adentrarme al cementerio y de poner un pie adentro comenzaron los escalofríos. El frío calaba mis huesos, una sensación de vacío se instalaba en mi pecho y me hacía sentir sola, triste. Busqué sus lápidas y ahí las encontré. Estaban una a lado de la otra, había un espacio extra y sé que era para mí. Papá había separado este lugar para que descansáramos en paz los cuatro en su debido tiempo. Quien diría que sería tan rápido, que me dejarían sola, si supieran la falta que me hacen. Comencé a limpiar las flores muertas que se posaban en cada uno, y una punzada de dolor me embargó tan pronto comencé a leer sus nombres. Alendra Miller, Adán Miller y Esmeralda Miller.
- Perdóneme - dije con la voz rota - yo debí irme con ustedes, no tengo nada si no están aquí. No sé qué les pasó. Les he fallado, vuelvan por favor, vuelvan para abrazarlos otra vez. Quiero verlos.
Ya a este punto no puedo parar de llorar, mi respiración era agitada, las lágrimas eran como una cascada imposible de apagar. Me aferraba a la lápida de mamá como si fuese ella la que estaba ahí, lo único que se escuchaba en todo el lugar eran mis sollozos. Escuché el crujir de ramas y me sobresalté limpiando mis lagrimas inútilmente ya que seguían apareciendo. Al voltearme noté una sombra a lado del árbol más cercano. Estaba inmóvil, no podía ver si me observaba ya que estaba demasiado oscuro. Estaba petrificada, la sangre del cuerpo se me había ido a los pies, vagos recueros llegan a mi mente del día de la muerte de mi familia y los desecho tan pronto cuando llegan. Me levanté lo más lento que pude, dejé las flores en sus respectivas lápidas con movimientos lentos y pausados, comencé a caminar hacia la salida sin mirar ni un segundo a la sombra de antes. Mientras me acercaba a las puertas del cementerio comenzó a oler fétido, al llegar me quedé inmóvil. Ya no era solo una sombra, parecían espectros y no solo uno era sobre veinte. Todos en la puerta del cementerio sin dejar espacio para yo poder salir. Terror, eso es lo que siento en estos momentos, tengo los ojos abiertos de tal manera que hasta me duelen. No puedo respirar, no puedo moverme. Tomo conciencia de lo que está pasando y como si la realidad fuese un balde de agua fría, corro para el lado contrario de donde se encuentran. Como si mi vida ya no fuese una desgracia mis pies se enredan entre sí y caigo justamente a lado de la tumba de Esmeralda. En mi lugar, en mi espacio, donde se supone que me sepulten cuando muera. Una sensación nauseabunda me invade, desecho lo poco que ingerí en el día de hoy. Esto es una tortura, es una pesadilla. Miro a mi alrededor y estoy sola. No hay nadie, no hay nada. Mis piernas no responden a mi clamor de moverse. Hasta que a una distancia bastante prudente lo veo, dos ojos rojos en medio de la oscuridad. Y todo se vuelve negro.
Me despierto sobre saltada, con la frente sudada y siento que tengo un poco de fiebre. Mi corazón está desbocado a un ritmo inusual. Los rayos del sol se cuelan por la ventana, dejándome saber que es un día nuevo. Vagos recuerdos de la noche de ayer llegan a mí y con ellos mis vellos se ponen de punta. ¿Cómo llegué aquí? ¿Fue todo un sueño? Miro el reloj y doy un respingo. Es tarde. Clemencia no me ha venido a despertar. Estaba a punto de abrir la puerta cuando ella lo hace y entra con una bandeja con desayuno.
- Mi niña, estás despierta. - dice con algo de alivio en su rostro lo cual no dejo pasar por alto. -Ve a recostarte en la cama has de estar muy débil - me hace señas para que me acueste, pero no me muevo.
- Nana debo ir a trabajar, debo ayudarla en la cafetería - digo con urgencias ya que no quiero que piense que vine a estar aquí sin hacer nada. Se que el pagaré que me pide, más bien el que yo le exigí que me pidiera es sumamente más bajo de lo que me pedirían en cualquier otro lugar. Es por eso por lo que siempre estoy trabajando y trato de no tomar descansos. Debo ser grata con ella.
- De eso nada Aurora, necesito que estés bien, llevas dos días durmiendo sin despertar. - dice con ojos tristes y haciendo que mi corazón se detenga.
- ¿Qué pasó? - digo con un hilo de voz, siento los vellos de mi nuca erizarse, un escalofrío recorre mi cuerpo. Veo duda en su mirada - Necesito saber que pasó, por favor. - esto último lo digo en susurro.
- El encargado de mantenimiento del cementerio te encontró tirada cerca de las tumbas de tu familia. - dice como si le doliera- llamó a emergencias, por el frío te resfriaste, tuviste muchísima fiebre comenzaste a alucinar y no parabas de hablar de unos ojos rojos que te seguían. Querían llevarte de nuevo al psiquiátrico- se le quiebra la voz. - No lo permití.
Mis ojos comienzan a picar acorto la distancia entre nosotras y la abrazo. Me dejo ir y comienzo a llorar, lloré un mar, lloré por mí, por mamá, por papá, por mi Esmeralda. Lloré porque tenía miedo, porque sabía que no había sido un sueño era demasiado real. No estaba alucinando, algo me busca, me quiere llevar. Tengo miedo, tengo terror.
- Todo está bien Aurora. - dice Clemencia dando un beso en mi cabeza. - Ahora cuéntame, ¿Qué fue lo que sucedió?
Comienzo a relatar una mentira, sé que ella no se merece esto, pero no quiero volver al psiquiátrico, los días allí fueron una tortura infernal. No puedo volver a hacerlo. Así que le relaté como fui a visitar a mis padres y me quedé dormida en sus tumbas por el cansancio de no dormir bien en las noches debido a las pesadillas. Que en parte no era del todo una mentira. Oculté los ojos rojos y los espectros esperándome en la entrada del cementerio. No sabía si iba a creerme o no así que no quise darme ese lujo. Opté por no ir sola al cementerio en la noche. No muy convencida Clemencia me escuchó y aceptó lo que le dije. La próxima vez que vaya al cementerio ella me acompañará. Así culminó nuestra conversación no sin antes decirme que descansara y que mañana tenía el día libre. Cerró la puerta y me dejo sola con mis pensamientos y mi corazón a mil por hora.
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Oscura realidad
WerewolfCorría y corría mientras el seguía llamando mi nombre, estaba a punto de alcanzarme. Su voz no daba miedo, pero yo no quería que me tocara tropecé con mis propios pies y lo último que vi fueron dos ojos rojos, no un rojo común, un rojo fuego.